Recuerdo la insistencia de un amigo en una tertulia en la que jugaríamos varios colegas con una Nes-Mini o una Play Station, comiendo pizza y haciendo bromas de la oficina. "Huevón, es lo único que me hace reír. Por favor, tienes que verla". El hombre arrastró su mano, aún con el perfume de los palitos de ajo acompañando sus dedos aceitosos, y con el control de una PS4, en la aplicación de Netflix, eligió una serie que yo, confieso, conocía sólo de forma superficial.
La historia del científico loco junto al sidekick más joven había llegado a mí a través de su primera inspiración: el documental Back in Time, que relata el impacto de esa joya llamada Volver al Futuro en la cultura pop. Ahí, Dan Harmon, uno de los creadores de Rick & Morty, explicaba su ineludible nexo con el hijo irreemplazable de Robert Zemeckis y Bob Gale. Y acá lo importante: también, en sus declaraciones, Harmon se despega de ese núcleo.
Ya alguna vez dijo a IGN que la inspiración estética es la única conexión de R&M con BTTF, pues no hay viajes en el tiempo. Y para quien escribe, lejos de ser algo divertido, la idea de ver de nuevo al "Doc" y un Marty que esta vez es su nieto, sonaba y se veía repulsiva. Aquella noche de los palitos de ajo y tertulia junto a los colegas, terminó de cualquier forma, menos viendo Rick and Morty: el dueño de casa dijo que se dirigía al baño y nunca más volvió al living. Nos rendimos a las 4 am, finalmente abandonando el inmueble. Harina de otro costal.
El amor por lo animado es, en los hombres adultos, la verdad, un gusto adquirido. Llegó un punto en la vida de este noble columnista en que esa maravilla del siglo XX llamada The Simpsons dejó de ocupar un lugar especial. Grandes jornadas de risa fueron reemplazadas por una intolerable fiesta de chistes y referencias incomprensibles para cualquier nacido en los ochenta. ¿El golpe de gracia? Ese sentimiento de no pertenencia, esa certeza que acompaña cualquier abandono: Los Simpsons, abiertamente, ya no eran para mí.
Crecimos viendo dibujos animados, es verdad. Pero, ¿qué dibujos crecieron con nosotros? ¿South Park? ¿Diego y Glot? ¿Rugrats? La verdad es que ninguno o al menos ninguno que me guste. Aunque algunos envejecieron muy bien -como Hey Arnold!- la realidad es que no se puede mezclar peras con manzanas. Y tocó asumir que si quería ver dibujos animados, debían ser para adultos. Porque hasta Futurama parecía tierno lejos de sus mejores épocas.
La sensación de orfandad que regala Netflix cuando no hay serie que acompañe -en el pasado bastaba tener una tv encendida en el canal que más confianza nos diera y elegir uno de sus contenidos- es equivalente a las horas de espera para que empezaran los Power Rangers en algún año perdido de la década del 90.
Ahí, en ese vacío esta vez en el cuerpo de un adulto de forma cada vez más redonda, Rick and Morty volvió a mí. Cuando ya había asumido que nunca me iba a reír con La Casa de los Dibujos. Cuando creí, ilusamente, que tocaba crecer y que nada nuevo sería capaz de entregarme lo que me daba House M.D. o alguna basura nostálgica de turno. Ahí, una noche tuvo sentido tolerar un estilo de animación alocado. Y aunque la responsabilidad de este bello sentimiento la tiene en parte Hora de Aventuras, que merece una columna aparte, es indescriptible el amor que llegué a sentir por Rick and Morty.
https://www.youtube.com/watch?v=X1FXSTTWZMU
Un abuelo alcohólico es también el hombre más inteligente del universo. Un joven, como el que fuimos todos, es el compañero de aventuras perfecto en un mundo en que hay millones de mundos. En que la premisa es que vivimos en una realidad que muta, nada es estable y podemos reírnos de todo, en el código que se nos ocurra. Los humanos piden pizza por teléfono sentados en sillones. Los sillones piden humanos a domicilio, sentados en pizzas. Y los teléfonos piden sillones sentados en humanos.
Me enamoré de Rick & Morty porque descompone todo lo que creo que está establecido y es aburrido en este mundo. Porque se ríe de las relaciones humanas a través de Rick, las muestra en su estado más primitivo en el triste matrimonio de los padres de Morty y Summer. Porque se ríe de los guionistas y su estilo para plantear las historias, creando historias geniales.
Esta serie, a la que debí conocer antes, me muestra un mundo en que un adolescente vive su edad intentando masturbarse, siendo descubierto en el acto por algún familiar y a la vez pidiéndole ayuda a la ciencia de su abuelo para superar su timidez a la hora de hablarle a la chica que le roba el sueño.
¿Referencias a la cultura pop? Millones. Pero no puestas ahí para enganchar a nadie -como en algunas series muy de moda-, pues todo en Rick & Morty es desinterés. Es el retazo de un Jackson Pollock en ácido, impedido de decir lo que hoy todos consideran ofensivo. ¿Qué alternativa tiene alguien que, en su legítimo derecho desprecia este mundo, como Rick? Viajar a otro mundo, en su caso, mediante una pistola interdimensional. Crear otro mundo, en el caso de los padres de la serie.
Rick y Morty no sólo es más que una aventura que te vuela la cabeza poniéndote en situaciones absurdas a través de la ciencia ficción. Es una lectura de la sociedad en la que intentamos desenvolvernos que a través de la pura y dura creatividad, es capaz de retratar la miseria humana y su historia -Rick y su descreída visión de mundo-, la adolescencia en un mundo machista -Summer-, la agonía del concepto del "jefe de hogar" -Jerry-, el letargo de la maternidad forzada versus las aspiraciones de realización personal -Beth- y la inocencia acompañada de la furia de la pubertad -Morty-.
En Rick and Morty, los que no quieren vivir en este mundo, tienen mundos infinitos a los cuales escapar y eso en un lugar que se calienta cada vez más, que tendrá más plástico que peces y que amenaza con callar cualquier reclamo frente a la diferencia, por reivindicador que sea, es una bendición de la ciencia. Que Rick and Morty nunca se acabe.