Una de las cosas más difíciles de cambiarse de ciudad no es acostumbrarse a su transporte público, los nombres de las calles o a las miradas enrabiadas de la gente con la que te topas día a día en el metro, sino que darse cuenta que hay elementos de la nostalgia que simplemente no operan. Ya llevo nueve años viviendo en la capital, desde Viña del Mar, y aunque viva 9 años más, nunca voy a poder entender muchos de los códigos con los que mis amigos y colegas hoy se manejan.
El Barrio República, por ejemplo, es para mi, que llegué a conocerlo ya de adulto asalariado y con cuentas que pagar, una gran colección de estereotipos juveniles, una ventana a un pasado que fue parecido, pero del cual simplemente no tengo ninguna atadura nostálgica. Bueno, salvo una: la comida.
Hay tres cosas que envidio de mi vida universitaria: la inexistencia del tiempo, la inexistencia del cansancio y la inexistencia de los valores nutritivos de la comida. Ahora que me he convertido en un contador de calorías, de gramos de azúcar y lector de ingredientes, no puedo entender como es que sobrevivimos a esa época llena de completos, hamburguesas y promociones de sopaipillas colocadas en el más oscuro de los aceites.
Y es por eso que en ningún otro lugar de Santiago, que no fuese en pleno epicentro del barrio donde los estudiantes desperdician los mejores años de la vida. El local se llama Bahía Resto-bar, y abrió hace poco, a finales de mayo según nos contaron cuando fuimos a visitarlo en grupo, tal como si fuésemos un grupo de compañeros de curso celebrando el fin de semestre o por haber pasado un ramo.
El lugar tiene todo lo que uno espera de un centro de entretención para jóvenes: comida barata, cervezas de a litro, promociones impensadas y pantallas con harta música de moda y sobre todo, reguetón. Es todo lo que hace 10 años me importaba. Pero ¿por qué un grupo de treintañeros volvería de la comodidad de sus vidas arregladas a visitar el barrio de las malas decisiones? Todo fue gracias a una recomendación nacida a través del siguiente cartel.
¿En serio? ¿Hamburpizza? Ess una receta que parece salida de esos videos que uno se queda pegado mirando en Facebook y que nunca se da el tiempo de realizar. Raúl, uno de mis compañeros con los que fuimos a probar esta aventura ya había adelantado su viaje y a pesar de su fama de Mañosín, lo había aprobado. Y aunque no lo hubiese hecho, la curiosidad siempre ha sido más fuerte.
La gentrificación de la comida rápida ha hecho que se glorifiquen sandwiches gourmet que tienen elementos que salen de la norma, como emparedados hechos con sopaipillas, que en su tiempo se vendían en la calle como sopaiburguers, pero que hoy se sirven en lugares de menús caros, con ingredientes inusuales y con papas fritas servidas en una rejilla metálica. Pero esto no tiene que ver con las excusas que ya hemos escuchado, como "redescubrir los sabores del barrio" o "reimaginar nuestras recetas criollas".
No.
La hamburpizza del Bahía Resto-bar es chancherío puro y duro. Los ingredientes que trae esta receta son potentes: una hamburguesa (o churrasco en su variedad de Churrascopizza) con tomate y huevo frito, servida entre dos masas de prepizza individual, cada una con queso, aceitunas y orégano. Yo pensaba que la pizza todas las carnes calificaba como un crimen estomacal, pero acá tenemos un claro ganador.
Así es como la conocí, sin huevo porque tal como les dije, Raúl es un tanto selectivo con lo que come, pero fue esa foto la que bastó para organizar una salida en grupo para saber si estaba a la a la altura de lo prometido.
Llegamos al local y al ver el menú nos percatamos que en realidad habían muchas más opciones para ofrecer: empanadas, sandwiches y pizzas tradicionales tanto para compartir como en forma de cono. Por un momento pensé en que aun podía portarme como un adulto responsable y pedir una Margarita. Pero ¿que serían las crónicas lechonas si le hiciéramos caso al lado racional de nuestra mente?
Así que fuimos derecho a la página de las Hamburpizzas y Churrascopizzas, donde nos encontramos con una sorpresa que cambió todo nuestro panorama: La Hamburpizza Familiar.
Una Hamburpizza tradicional cuesta 4 mil pesos con bebida y la familiar 12 mil pesos, con lo que comen igual de bien 4 personas por 3 mil pesos. Pero aprovechando nuestra posición de hombres y mujeres de trabajo, junto a Gabriel, a quien recordarán por tantas otras crónicas que hemos hecho justo, decidimos pedir una familiar entre los dos.
Pasados unos 20 minutos y dos cervezas de litro compartidas entre todos, no podíamos creer lo que nos llegó al frente.
¿Les ha pasado que cuando comen en grupo siempre hay alguien que se desatina y le llega algo demasiado extremo que hace que todo el resto de la mesa diga "Ohhhhh"? Bueno, ayer fuimos nosotros.
Mientras nuestros tres otros compañeros tenían su platito servido de manera individual, ante nosotros estaba este mastodonte, claramente diseñado para ser compartido y que en mi época de adolescente bajoneo, habría comido completa sin pestañear. Hoy las cosas han cambiado, pero aun así, logramos comer la pizza completa, en gran parte, porque estaba increíblemente deliciosa.
La Hamburpizza sabe a lo que uno imaginaría, y la mezcla del queso, el tomate, la hamburguesa y el huevo es algo pesado, pero muy rico. Además, si a eso le vamos agregando los condimentos que te dejan como el orégano y el merken, uno también va haciendo que el sabor de este engendro vaya mejorando.
La hamburguesa es delgada, pero no se ve precocida. De hecho, me sorprendió que la Hamburpizza estuviera hecha de una gran hamburguesa y no de varias pequeñas, que es lo que uno podría imaginar. Nuestro amigo Raúl que probó la individual de churrasco dijo que estaba buena, aunque prefería la hamburguesa. Y Mónica, la que quizás representaba a la única mente aun cuerda del grupo, solo pudo con poco más de la mitad de este sandwich. Es que en realidad, es demasiado.
Puntos de bono al local porque en la mesa contaba con los cuatro condimentos básicos en sus respectivas botellas: ketchup, ají, mostaza y mayonesa, la cual siempre se agradece tener aparte, ya que los locales siempre parecen cuidarla como si fuera oro blanco.
Después de tres trozos y medio, la Hamburpizza me dejó aniquilado, pero con ganas de ser más joven para poder volver una vez al mes. En mi estado actual, con una vez al año creo que podría aguantar todos los maleficios que esta deliciosa tentación podría traer a mi cuerpo.
La Hamburpizza es, en ese sentido, un tesoro culinario que ya no me pertenece, pero se que muchos de ustedes aun tienen el tiempo. Hoy los grandes momentos los tengo que celebrar en uno de esos lugares donde hay que pedir reserva y sin espacio para las mochilas. Pero también entiendo que el metabolismo no es el mismo, la ilusión de la inmortalidad se acabó y que a pesar de que ya no tengo ningún lazo que me ate a la nostalgia de un barrio en el que nunca viví, le agradezco a la vida haber podido saber que la hamburpizza existe y es tan perfecta como lo soñé.