Sonará raro que diga esto en una columna sobre lugares para comer, pero me preocupa que cada vez sean menos las cosas que disfrutamos en casa. El desayuno se lo compramos a la señora de los panes y lo comemos en el escritorio y la hora de la once se pasa en un café con WiFi o de frentón, se reemplazó por el inicio de un Happy Hour.
Y es quizás por eso que a veces en un local buscamos que no solo nos llene con comida, sino que además nos cumpla una fantasía que rellene alguna carencia afectiva, que nos lleve a la experiencia casera que curiosamente ya no podemos encontrar en casa. Es ese lugar de nuestras emociones el que busca llenar el Kiosko Roca, la sucursal santiaguina del local de comida que en el año 2012 fue nombrado por el Consejo Nacional de la Cultura como la mejor picada de Chile.
En ese entonces mi curiosidad por conocerlo fue rápidamente opacada tras conocer que estaba ubicado en Punta Arenas. Bien por el orgullo magallánico pero no, 3 mil kilómetros no justifican el deseo de comer un choripán y un vaso de leche con plátano.
Por suerte las tradiciones están para romperse y tras 8 décadas funcionando exclusivamente en territorio austral, el Kiosko Roca inició su expansión por Chile. Habiendo renunciado ya al sueño de la independencia, Magallanes optó por la segunda opción: la de tomarse de a poco nuestro país. Ya lo están haciendo en la arena política y ahora lo quieren hacer en nuestros estómagos con varios locales: uno en Valparaíso, otro en Viña del Mar y el último, el que fuimos a conocer, en la comuna de Ñuñoa.
Igual hice trampa porque en el verano ya había ido al de Viña y la experiencia fue poco grata: la primera vez que intenté ir, un sábado en la tarde, estaba cerrado. Si, "la mejor picada de Chile" cerrada un sábado en la tarde. Volví el lunes y quizás taimado por el desaire, lo encontré fome y prometí no volver.
Y acá estoy de nuevo, ahora en la esquina entre Vicuña Mackenna e Irarrázabal en un local recientemente abierto y lleno de paladares curiosos y de bolsillos escasos. Porque si algo cumple el Kiosko Roca es en ser una picada en el sentido clásico de la palabra: un lugar muy barato para llenarse la guata de comida. Por ejemplo, yo pedí un choripán, dos choriquesos y un vaso grande de leche con plátano, todo por 2.200 pesos. Eso cuesta probar la experiencia completa del local. Eso y paciencia, porque recién están ajustando el sistema de entrega y preparación que, hasta ahora, es bien desordenado.
Partamos por lo que te sirven más rápido y se demora menos en llegar: la leche con plátano. El vaso grande vale 800 pesos y es exactamente el mismo vaso que a uno le servían cuando era niño. El premio de fin de semana o ese día que venía un compañero y en tu casa había que lucirse. El brebaje ancestral cumple, pero no es nada del otro mundo. Se extrañan esos trocitos de plátano que la licuadora olvidaba cortar. Quizás se debe a que se pasa por un colador y/o agregan algo de agua para que cunda. De todas formas es refrescante, pero prefiero el de mi mamá.
Y mientras llegamos al choripán, quiero abrir el debate. Nunca imaginé que en el año 2017 estaría formando parte de una discusión sobre qué es y no un choripán. Esto, porque para el imaginario colectivo, pedir un choripán y recibir una hallulla pequeña con lo que parece un paté, es algo que cuesta comprender. De hecho, en el local vi varias personas que, sin haberse informado previamente, esperaban al choripán en su clásico formato de pan batido (o marraqueta para los capitalinos) abrazando un chorizo y dejando el espacio para colocar la mayo y el pebre. Los reclamos se escuchaban pero al final es como cuando uno intenta pedir ketchup en la Fuente Alemana, mejor no pasar vergüenza.
Pero pongámonos por un segundo en el lugar del Kiosko Roca: ¿Qué define a un choripán? ¿No es desde su base, un pan y chorizo? Porque en ese sentido, una hallulla con una pasta de chorizo, que es lo que sirven en el Kiosko Roca, es tan choripán como el clásico sandwich parrillero. Pero también es cierto que el choripán nunca ha sido una categoría, es lo que es, y cuando uno cierra los ojos y escucha choripán se imagina el 18 de septiembre y no un desayuno.
Independiente de esto, el choripán del Kiosko Roca es un emparedado sencillo y poco ambicioso, aunque por los 400 pesos que vale -500 si es con queso- tampoco podemos pedir mucho. Por su tamaño, precio y consistencia, podemos decir que estamos frente a un bocadillo que si bien es mucho más rico en su variante con queso que la que tiene mayonesa, donde el sabor del chorizo se pierde aun más, no tienen una elaboración más compleja que la que uno pueda realizar en casa con un pancito con paté. Lo que sí tenemos todo el derecho a pedir y que no se cumple es que por su elaboración básica, al menos llegue rápido al mesón, lo cual en estos momentos no está ocurriendo. A nosotros no nos pasó, pero al Dr. Malo, editor de este sitio, sí se demoraron 20 minutos en entregar 3 de sus 5 pancitos, y por tener que irse rápido, quedaron dos sin consumirse.
Pero mi principal problema con el Kiosco Roca no es su atención -que es algo perfectible- ni los problemas digestivos que significan ingerir leche con plátano y un pan con chorizo, dos productos que preferiría consumir por separado, bien por separado. El principal choque me que genera el Kiosko Roca es que es demasiado casero, al punto que me pregunto ¿no debería estar comiendo esto en mi casa?.
Y esto es porque el rol del local en nuestras vidas es la de revivir esa fantasía rural que llega como una bocanada de aire para refrescar la vida citadina. Busca ser un quiebre tras la rutina y el ritmo tan frenético de la ciudad moderna que nos obliga a tomar la más sencilla de las onces fuera de nuestra casa. Recurrimos a una tradición magallánica que no entendemos y nunca hemos compartido para pensar, por los 5 minutos que duran en nuestro plato el pancito y la leche con plátano, que estamos fuera de la vida que nos ha tocado.
Es eso, o que en realidad el local es tan barato que al menos es mejor que comprarse una sopaipilla.
Para mí, no es de los locales que me motiven a salir de la casa o a cambiar mi ruta diaria para llegar a ellos. Para mí salir a comer sigue siendo para descubrir sabores nuevos, preparaciones complejas o compartir para los amigos, pero para tomar una once como las de mi niñez, no hay lugar como el hogar.