Amigos, debo confesarles algo. La columna de la semana pasada dejó más coletazos de lo que esperaba. No se si habrá sido el jetlag, las pocas horas de sueño, el consumo de grasas saturadas o mi deseo de obtener de manera rápida la residencia estadounidense, pero lo que debía haber sido el comentario sobre una rica hamburguesa terminó siendo una reflexión simplona y burguesa.
Pero más que las repercusiones sociales que poco importan a estas alturas de la vida, lo que más me preocupó fue el futuro de estas crónicas. Me sentí perdido teniendo la cabeza a 8 mil kilómetros de distancia y los encargados del sitio evaluaron la continuidad del espacio.
Así que para ver si me ganaba la segunda oportunidad, la redacción de Mouse decidió ponerme un desafío. Antes de dejarme libre en mi expedición culinaria, debía pasar una prueba, una que buscaba no solo recalibrar mi paladar sino que hacerme reencontrar con los sabores nacionales y el espíritu de este lechón aficionado.
Y así es como terminé haciendo fila afuera del Pikachu, uno de los carritos de comida rápida más conocidos de Santiago. Mi relación con este patrimonio del bajón callejero partió a poco andar de mi llegada a la capital, hace ya más de 9 años. "Pasemos por el Pikachu" es una frase que escuché tantas veces en mis años mozos y casi siempre las mismas noches en las que alguno de mis amigos decía "una más y nos vamos".
Pero uno crece, y así solito se va alejando de las cosas a las que alguna vez quisimos tanto. Alguien que paga arriendo y cotiza en el sistema de salud merece algo más. De eso es de lo que te convences, mientras cada vez son más lugares a los que vas a pagar con tarjeta en vez de tu sencillo. Y te convences al pasar al lado de tus antiguos carritos que ya no hay vuelta atrás. Pero por alguna razón los sigues mirando y solo la voz omnipresente de tu nutricionista te hace seguir caminando.
Pero ¿Es el recuerdo del Pikachu como "el mejor completo de mi vida" puro romanticismo gastronómico? Sólo había una forma de averiguarlo.
Con una ubicación inmejorable, en Pío Nono con Bellavista, el Pikachu marca la línea imaginaria que divide la vida universitaria con el mundo real. Del Pikachu hacia el cerro, todo vale. Del Pikachu hacia el puente, ya es hora de volver. La oferta del carrito es la clásica: completos, churrascos, lomitos, hamburguesas, pero también choripanes y ese es el primer llamado que quiero hacer: saquemos al choripán del asado y dejemos que invada nuestras vidas. Que el choripán sea tan opción como un completo o un as. Exijamos el Choriluco, el Choritalia o el Choripleto. Por favor.
Pero no nos desviemos. Vinimos a comer completos y acá estamos. Hay tres medidas que varían el tamaño del pan y la cantidad de vienesas: el chico tiene una, el mediano una y media y el grande, dos y se pueden encontrar desde los mil pesos. La inflación ha afectado, yo recuerdo haber comprado uno a 600, pero igual es ridículamente barato.
"Un italiano chico por favor" fue mi orden. Sin bebida porque ya estamos muy adultos como para la Fruna. Y tras probarlo, mi sentimiento fue el de decepción. El "¿Ya, y?" retumbaba en mi cabeza tras cada mordisco. No estaba malo, pero tampoco excepcional. Es como si los mil pesos los hubiese tomado el viento y se los hubiese llevado a lo lejos. Te da lata pero igual sabes que alguien será feliz al encontrarlos.
Elevé la apuesta, fui por uno mediano, pero ahora haciéndolo bien, ocupando la principal característica de esta animita hecha para honrar a la palta, el tomate y la mayo: el buffet (que para seguir el tema pokemonesco debería llamarse "Wobuffet") . Ahí es cuando recuerdas por qué el Pikachu tiene tanto cariño, y es porque te deja experimentar. En adición a lo que pides, tu sándwich puede ser adornado con todo tipo de salsas y preparaciones puestas a disposición de los comensales. En el fondo, si el completo te sale fome en el Pikachu, gran parte de eso es tu culpa.
Para escapar de la dictadura del italiano puedes sumarle a tu comida diferentes elementos. Algunos que pegan muy bien como el guacamole o cebollita al escabeche, pero otros que todavía no entiendo por qué están ahí como papas mayo. En serio. Papas mayo.
También hay varios tipos de mayonesas preparadas como la mayo merkén o mayo ciboulette que cambian un poco el sabor típico de la vienesa clásica. Recomiendo ir por una vienesa mayo o tomate mayo y después volverse loco con el buffett, uno nunca sabe si el lomito con porotos sea tu nueva obsesión.
Pero aun con todos estos engaños y triquiñuelas, seguía estando vacío. Quizás tienen razón y perdí el toque, debería irme a escribir mis reportajes siúticos sobre hamburguesas imposibles.
Corte. Una llamada y unas cervezas después, ya era hora de salir de este triángulo de las Bermudas y quise pasar por última vez, esta vez por necesidad. Otro chico, porque hay que cuidar la figura. Tomé mi completo, le puse los condimentos que se veían más bonitos y, amigos, no me van a creer, la gloria se encontraba frente a mi. Como Popeye sacando sus espinacas, Pikachu me dio la energía para llegar a la micro y lograr el tan anhelado descanso.
Y es cuando finalmente me di cuenta de todo. Al igual que el Pokémon al cual debe su nombre, el Pikachu es una criatura cuya efectividad depende de las circunstancias. Si vas a almorzar es un movimiento simple, que dependiendo de tu edad puede ser un golpe crítico para salvar tu presupuesto o bien, un ataque no muy efectivo a tus ambiciones de sabor. Pero de noche, cuando todos venimos del mismo sitio, Pikachu saca su mejor movimiento y tal como contra un Pokémon de agua se hace superefectivo.
Y es por eso que, aunque no siempre funcione, el Pikachu siempre me recordará la época en que por pocas monedas me podía convertir en el mejor, mejor que nadie más.