No tengo nada en contra de la sofisticación del paladar, en explorar sabores nuevos o en atreverse a nuevas preparaciones. Es a veces la única forma que tenemos de aprender a apreciar más y mejores combinaciones de comida, lo que a la larga significa más oportunidades de ser lechón.
Pero así como a veces es bueno ir al cine a ver una película llena de explosiones o echarse en el sillón a ver las más ridículas series que tanto nos gustan, en la cocina también de gusto volver a nuestros instintos más básicos. Y no hablo necesariamente sobre el qué comer, sino en el cómo comerlo. Cuando hablamos del valor más básico que buscamos como chilenos, la palabra clave para definir lo que busca nuestro paladar criollo es la contundencia.
Desde el completo del que nos quejamos porque tiene poca palta hasta la parrillada para tres que en realidad comen dos, la cantidad de comida ingerida es un tema para nuestro paladar y la primera noción de identidad criolla a la hora de comer. Y es ahí donde llegan las queridas picadas.
Esta crónica es sobre un lugar en particular, pero que realmente existe en todo el país bajo distintos nombres, distintos colores, olores y sabores. Es sobre el placer que tenemos cuando de vez en cuando escapamos de la rutina del almuerzo del casino o del insulso tupper que cargamos en nuestras mochilas.
En mi caso y en el de mis compañeros de trabajo, ese oasis se llama Donde Los Torres.
Por lo genera una picada se resume como un lugar que posee las 3B: Bueno, Bonito y Barato. Pero seamos sinceros, las picadas en realidad solo pueden aspirar a tener dos de esas 3 B: Si es bueno y bonito no es barato, si es bonito y barato, no es bueno, y si es bueno y barato, no es bonito. Los Torres calza en la última categoría, pero por suerte, la B de Bonito siempre ha sido la que menos me ha importado.
Una picada como la de Los Torres tiene siempre estas características: un menú reducido pero cumplidor, por lo general cuatro tipos de carnes, cuatro acompañamientos, algunas ensaladas y sería todo, pero es precisamente lo que te hace volver a lo básico, cuando uno era un niño y tenía un plato favorito para querer comer por siempre.
Ir a comer a tu picada es también una carrera contra el tiempo, porque el menú siempre se reduce por los imponderables de siempre: que se acabó el costillar, que le falta a la carne al jugo o que ya no queda más pechuga.
Luego sigue otra cantidad de rituales, el que desea pedir al último para inspirarse en algún compañero, el que tiene mala suerte y le rechazan tres combinaciones antes de conformarse con lo que todos están pidiendo, la elección de la bebida, que siempre es compartida en esas botellas de vidrio y de litro que ya no se ven en otras partes, y esa silenciosa pelea por ver quien se lleva el último pan, que por lo general no es ninguno de los que lo están mirando hace tiempo, sino que alguien que simplemente llegó y estiró la mano.
Pero el peor de los rituales es por lejos es de esperar que llegue la orden, esa impaciente mirada de reojo a los mozos para ir viendo si traen o no tus platos. No hay momentos que rompan más el corazón que ver como alguien que pidió lo mismo que tu recibe su plato en otra mesa, la mesa de la envidia, donde por un momento todo se ve más rico.
Pasan los minutos, y llega esto.
La adultez nos ha enseñado que uno no puede tener un plato favorito, y por lo general hay que responder un género: "la comida mexicana", "me gusta el agridulce".
Pero cuando llegas a tu picada, recuerdas esa sensación que tenías cuando chico, cuando uno tenía un plato favorito que podría comer hasta el último de los días. En Los Torres, ese plato es el Pollo con Papas Fritas. El pollo es cocinado a las brasas de manera lenta, cíclica e hipnótica, mientras que las papas fritas, de corte casero pero hechas en masa, cuentan con ese color entregado por el aceite saturado pero que les hace lucir con más "vida" que la blancura de las pre fritas.
De hecho, cualquier cosa hecha con papas queda rico en Los Torres, sobre todo el Puré, cuya combinación con la carne al jugo o el costillar es de otro planeta. O al menos eso es lo que uno piensa en ese minuto. Creo que el propósito de estas picadas es hacer sentir que nuestro dinero demasiado, mira todo lo que pude comer con esta plata, y para la clase media emergente, es la mejor sensación que el capitalismo puede entregar.
Ahora bien, como mencioné anteriormente, todos estos lugares donde la contundencia manda, tienen sus detalles. Por ejemplo, la de arriba es la ensalada chilena que pedí para acompañar mi pollo con puré y como pueden ver, es cebolla sobre algo rojo que parece ser tomate. En otros lados, se hacen los locos con el pan. En otros, te atienden tarde, mal y nunca. No es pecado de Los Torres en todo caso, pero su puede serlo el hecho de quedar pasado a comida durante toda la tarde. Todas cosas menores cuando vas terminando ese plato sacado directamente del baúl de los recuerdos.
El almuerzo a la chilena es comprensivo, no alega si hay un error pequeño en la orden o si faltó algo en el menú. Y cuando comemos aparecen otros roles. El mío es el de velocista, que siempre trata de terminar primero el plato. Está el ladrón, que picotea de los platos ajenos, principalmente porque se siente arrepentido de lo que pidió, o el que se demora más de la cuenta porque quizás es el único que está comiendo correctamente. Pero si hay una cosa que une a todos estos roles, es que todos salen con el ombligo para afuera después de tremendo almuerzo.
Y es que comer en un lugar como Donde Los Torres es entender porqué se inventaron las siestas después del almuerzo y por supuesto, saber que uno vuelve de ese lugar al trabajo no te deja el mejor de los consuelos. No es para ir solo, ni para ir en pareja, sino que para ir en grupo, juntar dos mesas y listo. Y dejar a 8 personas igual de satisfechas en una sola mesa solo se logra apelando a primer concepto que tuvimos de una buena comida.
Quizás lo más triste de esta historia es que se que mi relación con Los Torres es que no es de fidelidad. Hace un par de años, por ejemplo, Vicuña Mackenna dejó de ser mi centro de actividades y no volví a probar sus papas hasta que el destino me trajo de vuelta. En ese tiempo mi nuevo Los Torres se llamó Venecia, en medio del barrio Bellavista. Pero salvo el tipo de platos servidos -cambiar el pollo con papas fritas por hamburguesa con arroz, por ejemplo- el relato que les habría contado sería básicamente el mismo.
Porque da lo mismo si es con una cazuela, con una carne con arroz, pollo con papas fritas o un pescado con ensalada. Servidos en abundancia, en grupo y prometiendo que la próxima semana empezamos la dieta, cualquier plato puede pasar a ser algo muy típico chileno. Y aunque la ciencia nos dice que el desayuno es la comida más importante del día, todos sabemos que es el almuerzo el momento que nos puede cambiar el día.
Y para tí ¿Donde queda el Dónde Los Torres de tu vida?