Entro a este texto haciendo un disclaimer necesario: soy de los que aman a Batman por sobre cualquier superhéroe. De los que quiso conocer a Superman tras superar el prejuicio de la bandera de Estados Unidos en sus colores. Soy uno de los que esperó, infructuosamente, que la mitología moderna de personajes DC lograra un mega evento en el cine a la altura de lo que hizo Marvel Studios desde 2008 en adelante con la primera Ironman. Y eso ya no sucedió.
En el camino, como un buen amigo dijo alguna vez, vivimos The Dark Knight y la primera vez del hombre de hierro en el cine el mismo año. La escena post créditos de Nick Fury avisando que el big bang había estallado sin que siquiera pudiéramos dimensionar el plan que traía consigo.
Un Hulk intentaba hacerse parte de ese mundo, cambiando de piel en el cine y también después en Hollywood. Y ese viento soplando no fue capaz de derribar un plan que avanzaba sin titubear. Ironman 2 me llevó al cine igual que a todos los que aman los superhéroes y comenzaría un viaje que puede ser similar para muchos: salir del cine con los amigos, entre risas, comentando el mejor chiste, hablando de tal o cual personaje en los dibujos animados y, los más apasionados, citando alguna aparición en los cómics.
Thor fue una decepción para muchos y no sé si incluirme porque siempre sentí una debilidad gigante por la aproximación de Chris Hemsworth, con un tinte de comedia, mommy issues y todo ese drama entre el hermano querido y odiado, el amor o no de la madre en medio de la tormenta sentimental de ser el dios del trueno. Mis amigos la pasaron bien e intentaba seguirlos, cosa que logré cuando Capitán América: el primer vengador me hizo pensar que quizás era algo más que el escudo de un país que se robaba para sí, sin pedir permiso a nadie, el nombre de un continente completo. Y me emocioné con la historia de amor.
The Avengers llegó -cuando estaba rendido esperando que DC hiciera el mejor cierre posible para la saga del Caballero de la Noche- y sentí un latido gigante cuando el plano secuencia de Joss Whedon puso frente a mí, como nunca antes, a un equipo de héroes queriéndose entre sí, llamándose sin vergüenza por el nombre que gloriosamente lucieron en los cómics.
Vino Ironman 3 y entendí que el público de Marvel también podía sentirse dividido en torno a sus películas de forma profunda. Y después de eso Thor: Dark World, que confirmó el hallazgo. Pero antes que pudiera mezquinamente pensar que la fiesta comenzaba a tener un declive, los hermanos Russo nos trajeron a todos a la tierra haciendo una de las mejores películas de superhéroes de todos los tiempos: Capitán América: Soldado de Invierno.
Y si había que detener el cinismo tenía que ser en grande, porque los Guardianes de la Galaxia fueron una explosión de risa, frescura y amor por personajes que, honestamente, me eran completamente desconocidos. Ya tenía equipo de héroes favorito en Marvel, mientras veía languidecer a mis amados X-Men y a los dioses de DC tratar una y otra vez de levantarse.
A esas alturas había crédito en mi corazón para el estudio de la casa de las ideas. Si no, ¿cómo se explica que haya ido al cine hasta aquel punto, tan profundo y gracioso? Avengers: Era de Ultrón me puso en alerta, lo mismo que Ant-Man. Pero siempre que Marvel me hizo dudar, al menos salí con una sonrisa. Me dominaba también una sensación de no ser súbdito de nadie, de apreciar libre de cualquier fanatismo lo que veía. Así entramos a Capitán América: Civil War. Nunca vi una sala más prendida, involucrada y emocionada con una película. Quizás en el estreno de The Last Jedi al que fui, finalmente un espejismo ante los odiosos de los que a veces, honestamente, me sentía parte con mucha vergüenza.
Ya la suerte estaba echada y los números de las fases de este universo también. No voy a mentir diciendo que lo pasé mal en Dr. Strange, pero sí vociferaba en los programas de radio que conduje, en el amado webshow que tenemos en Mouse y en cada cuenta de mis redes sociales, que todo me olía a genérico. Que había algo de agobio. Contaminado por lo que pasaba con los personajes que yo seguía esperando florecieran en el cine. Que no eran los de este ramillete sino los de la vereda de enfrente.
Todo pasó siempre ante a mis ojos. Me gustó escuchar My Sweet Lord de Harrison en Guardianes de la Galaxia Vol. 2. Me sentí ajeno a la fiesta en Spiderman: Homecoming, en gran parte por culpa de la obra maestra de Sam Raimi llamada Spider-Man 2. Ya en Thor Ragnarok supe reír y prepararme para el final. Todos estos años de risas y negación comenzaban a entrar a un túnel del que no saldría igual jamás.
Escuché las mejores opiniones de Black Panther y también mucho escepticismo. Y ahí quiero ahondar algún día, entre esos dos sentimientos. Como un viejo amigo que aprecia cine dijo "si es buena hoy, lo será en cinco o diez años más". ¿Hay vida después de todo esto? La respuesta me la dio Avengers: Infinity War, que mató a muchos de los héroes que buscaron elevar en diez años de locura completa. Y en cierto sentido, Ant-Man and The Wasp alimentó mis dudas y mi frustración por estar siempre pendiente del "pasto del vecino". Sin contarlas, ya llevaba decenas de veces en el cine gracias a estos personajes.
Una tarde, sin premieres, radio, webshow o sitio en el cual escribir, me escapé a un mall y compré una entrada para Capitana Marvel. Hice chistes con que la había encontrado buena porque me habían pagado con paltas. Debo decir que llegué con más sentimientos en contra que a favor a Avengers: End Game. Y me equivoqué. Como lo hice a lo largo de esos diez años de cine que intenté describir.
Soñé durante la década de los noventa con llamar a TVN y pedir que por favor dieran Batman de Tim Burton junto a Batman Returns para poder grabarlas en VHS. Comenté emocionado con mis amigos del colegio que Spider-Man y Spider-Man 2 serían las películas de nuestra adolescencia. Y no supe a tiempo, que entre mis veintes y mis treintas, no habría relato más coherente e hilado que este universo Marvel, con sus aciertos, risas, dudas y coherencia final.
Porque hay que dejar atrás el cinismo y reconocer que antes de este universo Marvel, los que amábamos las películas de cómics éramos menos que hoy. Que habían menos discusiones. Que en la mesa del domingo, éramos los niños raros o adultos chistosos que querían hablar de gente en mallas agarrándose a combos para salvar el planeta.
Avengers: Endgame no hizo que me rindiera. Me hizo abrir los ojos. Me hizo saber que, como dice el mismo que cité más arriba, "el cine es una industria que cada cierto tiempo entrega una obra de arte". Y Marvel, a ojos de mucha gente, tuvo un par de esas. De las otras también. Pero apostó. Lo siguió haciendo cuando otros palidecían. Le habló a veces los marginados. Le habló también a los nuevos. Si me lo permiten, generó un tipo de público. Y muchos, mirando aún con esperanza en la vereda del frente como hasta hoy, no supimos a quien tuvimos al lado sino hasta que se cerraron los créditos de Endgame.
Esas veredas existen sólo en mi cabeza. Y esa terca cabeza, fue sacudida por el fin del juego hasta el punto de dar gracias. Viendo Endgame pensé en los amigos con los que vi cada una de las películas. En los que ya no están.
Sin darme cuenta, nunca más seremos los raros de la mesa. Siempre tendremos un tema de conversación con nuestros primos, sobrinos e hijos que disfrutaron estas películas como corresponde. Nunca más estaremos solos. Y de eso, Marvel tiene gran culpa.
Sólo, gracias por estos diez años de amor.