El día que me separé de Star Wars
Para algunos, el Episodio 1 fue solo un traspié dentro de una sala impecable. Para mi, la razón por la cual me olvidé de los jedi por más de 10 años.
Recuerdo el estreno de La Amenaza Fantasma como uno de esos momentos que definió mi adolescencia. Era 1999 y quedaban pocos meses para que el mundo se acabara. En esa época tenía 13 años y mi experiencia con la saga se remitía a las clásicas repeticiones de TVN y los reestrenos digitales que George Lucas preparaba en ese tiempo. En esa época, lo necesario como para volverme un fanático y para esperar al Episodio 1 como el gran evento cinematográfico de mi vida.
De cierta forma, anhelaba vivir lo que en los 70 vivió toda esa gente que tuvo la suerte de ver Star Wars como la revolución que fue. Por otro lado, la maquinaria de marketing era feroz y en los recreos era de lo único que se hablaba. Sin YouTube no podía ver los trailers cuando quisiera, solo yendo al cine o en algún especial de televisión que en esa época inundaba todos los canales del cable. Me aprendí de memoria el behind the scenes y Duel of Fates habría sido mi ringtone si hubiese contado con un celular con MP3.
Mirando hacia atrás, por supuesto que todo tenía todos los elementos para volverme loco: conocer la historia de Darth Vader, del primer Skywalker, ver en acción al maestro de Obi Wan y la locura del sable doble de Darth Maul. Podría vivir lo que nunca viví por el simple hecho de haber nacido más tarde. Nada malo podría salir de ahí.
Pero pasó.
Fui a ver el Episodio 1 la primera semana de su estreno. No había ni Metacritic ni Rotten Tomatoes para advertirme de lo que venía. Conseguir entradas fue complicado, pero mi padre lo logró. Para mi era un momento importante porque como hijo de familia separada, era uno de los momentos de la semana para verlo. La herencia de la Guerra de las Galaxias no venía de él, sino que de mi tío, pero siendo Star Wars una historia de dramas de paternidad, pensé que era lógico al menos intentar iniciarlo de vuelta. Estaba nervioso, pero confiado.
Todo comenzó mal cuando escuché la primera palabra del diálogo. Si, la primera. Recuerdo hasta el día de hoy la palabra "Capitán", porque la escuché así, en español. La función estaba doblada y aunque no lo crean a esa edad ya me importaban esas cosas. No importa, me dije, será tan buena que cuando la vea de nuevo será en inglés.
Pero ya sabemos que no fue así. Apareció Jar Jar, aparecieron esos cromas completamente evidentes, las actuaciones malas, y un joven Anakin que no tenía la culpa de hacerlo tan mal. En mi asiento yo me quería hundir, y a mi lado, mi papá roncaba. Sí, se había quedado dormido. Ni siquiera pude comentarla con él al final. Al otro día el colegio era como un funeral. Fue como Twittear sin candado, sin preocuparse de los spoilers. Nunca más, hasta el día de hoy, la he vuelto a ver completa.
Fue una separación inmediata, consensuada, no sin un intento de reconciliación. La decepción fue tal que ese día decidí que Star Wars ya no era lo mío. No soy yo, eres tú, le dije. Mi corazón solo tendría espacio para la trilogía original y nada más, y eso es como la gente que dice que es católico pero a su manera.
Pero como todo quiebre sentimental, terminar con Star Wars me sirvió para aprender varias cosas que hasta el día de hoy mantengo. Aprendí a despreciar el exceso de CGI, a los niños pero por sobre todo, a que no tiene nada de malo dejar de seguir algo cuando no te gusta. Hoy a eso se le llama ser de cartón, un término que al fin del milenio pasado no existía.
El fanatismo hoy es como una epidemia nerd. Todos tenemos que ser fanáticos de todo para validarnos en este mundo lleno de estímulos sociales. Solo así me explico a quienes cada semana se quejan de The Walking Dead y la siguen viendo, o a seguir teniendo fe a Justice League después de tres malos ratos en el cine.
Gracias a La Amenaza Fantasma entendí que romper con una serie es tan fácil como decir "no más", como cuando después de ver Avengers y una semana después no recordar absolutamente nada de ella, entendí que no necesitaba dedicar mi tiempo al universo cinematográfico de Marvel. Supongo que está bien a veces ser hincha de algo más que de fútbol, pero jamás de más de un equipo.
Y eso mismo fue lo que decidí de 1999: no ver el resto de la trilogía en el cine. Ni en VHS, ni en DVD, ni en hologramas, o fuera cual fuera el formato que tendríamos pasado el año 2000. Aun cuando me decían "pero si Yoda sale peleando" o "Anakin sale matando niñitos", mi tiempo ya se había agotado.
Como 10 años después un amigo me convenció de ver al menos La Venganza de los Sith, por último, como precuela de las películas que seguía respetando. Supuse que para ese entonces los hijos de George Lucas ya estaban lo suficientemente grandes como para entender una película con épica, así que la vi y me empezaron a pasar cosas. Decidí volver a mandar mi solicitud de contacto a Anakin Skywalker, pero esta vez, solo para ser amigos.
Hoy siento que la franquicia está en buenas manos y pienso que, dentro de la cultura del fanático sobre estimulado que hemos creado hoy, está funcionando de maravillas. Star Wars y yo estamos cómodos en la friendzone, mientras nadie trate de hablarme del Episodio 1 y mucho menos del 2. Porque en lo que respecta a Star Wars, este fanático que pudo haber sido solo sabe empezar a contar desde tres.
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