Game of Thrones: Los paralelos del final con el Señor de los Anillos

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George R.R. Martin intentó desde el origen de la historias subvertir el legado de lo que dejó la Tierra Media, pero el final de la serie de HBO no pudo alejarse del todo.


La Canción del Hielo y Fuego, la serie de libros que adaptó la serie de Game of Thrones, a grandes rasgos funciona como la respuesta de George R.R. Martin a una obra de la que siempre se ha declarado como fan: el trabajo de J.R.R. Tolkien.

Sin embargo, su propuesta siempre comenzó como una crítica a la dualidad de los conceptos que enfrentaron al bien contra el mal en El Señor de los Anillos. Es por eso que, aunque muchos vieron al Rey de la Noche como el Saurón de esta historia, no debió sorprender que en definitiva la historia no estuviese enfocada en concluir con una gran batalla contra los muertos.

"El regir es algo difícil. Esta fue quizás mi respuesta a Tolkien, con quien, tanto como lo admiro, no me atrevo a discutir. El Señor de los Anillos tenía una filosofía muy medieval: si el rey era un hombre bueno, la tierra prosperaría. Pero si miramos la historia real, no es tan simple. Tolkien puede decir que Aragorn se convirtió en rey y reinó durante cien años, fue sabio y bueno", planteaba Martin en una entrevista con Rolling Stone.

"Pero Tolkien no hace la pregunta: ¿Cuál fue la política fiscal de Aragorn? ¿Mantuvo un ejército permanente? ¿Qué hizo en tiempos de inundación y hambre? ¿Y qué hay de todos estos orcos? Al final de la guerra, Sauron se ha ido pero todos los orcos no se han ido, están en las montañas. ¿Aragorn siguió una política de genocidio sistemático y los mató? ¿Incluso los pequeños orcos bebés, en sus cunas de orcos?", agregó.

A grandes rasgos, Game of Thrones es la historia de lo que pasa después de la gran batalla. Si bien El Rey Loco no era Saurón, si servía para indagar en lo que pasa después de un hecho que supuestamente cambia para bien a un territorio. El reinado del Rey Robert, aún con todos sus contras e inicio bañado en sangre, era ese final feliz. Fue un momento en el que prosperó la paz, pero todo lo que viene después subvierte dichas expectativas enfocándose en el mal de los ganadores, en sus fallas y malicias.

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Esa base cínica, además, se contrapone a las expectativas de una parte no menor de la audiencia que esperaba que sucediese lo heroico y sus favoritos llegasen al trono de hierro para cambiarlo todo. Es por lo que algunos pensaban que en el último episodio Arya se encargaría de despachar a Daenerys, pese a que el capítulo anterior se dedicó a cambiar su ruta vengativa con el consejo del Perro, o que otros creyesen que Jon Snow sería el príncipe prometido. El justo. El descendiente de Isildur. El Aragorn de esta historia. Pero esta no era esa historia.

Al mismo tiempo, la rabia que generó que el fin del juego no fuese el Rey de la Noche, o que Daenerys lo incinerase todo, pese a que toda su historia con los esclavos comenzó a construir esas bases, también se debe a esta misma mecánica.

George R.R. Martin, en el pasado, explicó que Tolkien escribió sobre una guerra de la que dependía el futuro de la humanidad y eso se convirtió en el modelo de toda la fantasía en donde se producen señores oscuros y esbirros horribles. Pero para el escritor de la Canción de Hielo y Fuego, la mayoría de las guerras no son así, en donde no existe justificación para la muerte de millones y se pelea para sacar del mapa a un imperio por el beneficio solo de los poderosos.

El Rey de la Noche fue así una bruma y su propia batalla fue anticlimática a propósito, para no dar los momentos de héroes esperados para tipos como Jon Snow, mientras que personajes de tercer orden tuvieron muertes más llamativas, pero que eran insignificantes en el gran orden del juego de trono. Obviamente el problema de todo eso no fue la idea, sino que la ejecución, ya que los últimos episodios de la temporada anterior - y los primeros de la última temporada - buscaron construir el resentimiento que cegó a Daenerys hacia Jon Snow, con el objetivo de justificar la estocada final.

Pese a todo lo anterior, los últimos tres episodios funcionan como un paralelo que inevitablemente se nutre del final de El Señor de los Anillos. Tras la aniquilación de Saurón, el libro de El Retorno del Rey de Tolkien no concluye con el final feliz de Peter Jackson. El director y sus co-guionistas omitieron toda una historia que presenta cómo el regreso a la Comarca no fue dulce. De hecho, una figura misteriosa tomó control del hogar de los Hobbits, destruyendo todo antes de que Frodo, Sam, Pippin y Merry puedan evitar la ruina total.

Según George R.R. Martin, el tono de esa última batalla en la Comarca es el tono al que apuntó para sus novelas, ya que aunque no entendió en su niñez por qué Tolkien agregó un nuevo drama después de la coronación de Aragorn, de adulto comprendió el trabajo brillante de Tolkien sobre la vida. Tal como dijo Tyrion tras la batalla contra los muertos, aunque les ganaron a las fuerzas del Rey de la Noche, aún tenían que lidiar con los vivos. Y eso resultó en algo más peligroso.

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Pero aún considerando la influencia que tuvo Tolkien en la decisión de Martin de subvertir las expectativas sobre lo que debe ser la fantasía, el cierre de la historia del Trono de Hierro es en donde se pueden hacer los paralelos más claros con la obra de la Tierra Media.

Por un lado, el final del trono funciona como un homenaje hacia la obra del Señor de los Anillos. Existe un paralelo muy claro entre ese elemento del hit de HBO y la resolución de la clásica historia en Orodruin, la Montaña de Fuego. El Monte del Destino en donde el Señor Saurón forjó el anillo único.

Todo el cierre de la serie buscó dejar en claro cómo el deseo de Daenerys por tener al trono la corrompió, al punto de ni siquiera pensar en la posibilidad de permitir que El Norte fuese independiente a solicitud de Sansa. El trono, y con todos sus reinos, era su precioso, por derecho de sangre. Y Jon Snow y las Stark iban a poner sí o sí en riesgo su reinado en su mente. Ella ya estaba seducida y no tenía la fortaleza de Bilbo para dejar algo atrás.

Pero por sobre todas las cosas, el mayor nexo entre ambas historias es que, tal como aquél tentador anillo, que solo podía ser destruido en la caldera en la que fue creado, el trono llegó a su fin con el mismo tipo de fuego incandescente que permitió su creación.

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Ls últimos tres episodios de la serie solo reforzaron los paralelos. A estas alturas, y con todo lo que pasó en la serie, la destrucción del trono era inevitable. Y eso es algo que se da con un Jon batallando contra sus deseos hacia Daenerys hasta el ultimo minuto, con una estocada que define el futuro de un Westeros diferente.

Pero su destino no es disfrutar de ese nuevo mundo. De hecho, y al estilo de Frodo, con todo y una herida que no sana del todo, Snow queda marcado por el peso de sus acciones y ayuda a salvar al reino de un oscuro futuro.

Mientras Frodo se termina yendo a las Tierras Imperecederas junto a los elfos, Gandalf y su tío como consecuencia del peso de cargar el anillo único, Jon es exiliado a las Tierras Congeladas junto a los salvajes. Y para terminar, su legado más personal es inspirar a que el hijo de su amigo Sam lleve su nombre. Que es lo mismo que sucede con Frodo y Samwise Gamgee. Al mismo tiempo, Sam ayuda a terminar el libro sobre la historia de la saga - la canción de hielo y fuego en cuestión - y Arya se dirige rumbo al Oeste en un viaje incierto, como el que se inicia desde los Puertos Grises. Los paralelos son muchos.

A la larga, también consideren que el destino de Jon en definitiva representa a cabalidad el final agridulce que tanto prometió George R.R. Martin desde el año 2015. Por mucho que quiso subvertir las expectativas, inevitablemente la serie basada en su obra, y cuyo final estaba informado por sus propias ideas, no se pudo alejarse de Tolkien. Ni siquiera a la hora de gestar un final agridulce como el del último portador del anillo.

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