“¿Qué es lo que preferirías? ¿Spándex amarillo?”
Aquella es una de las primeras frases que se vienen a la cabeza a la hora de recordar a X-Men, la primera película de la franquicia mutante que marcó una influencia no menor para todo lo que posteriormente se hizo en las películas de superhéroes, especialmente en lo que concierne a las propuestas ligadas a Marvel Comics.
Obviamente la frase tiene relación con el concepto mismo de las adaptaciones, ya que su estética de fundir en negro al equipo, en vez de traspasar directamente a los trajes del equipo, abrazó la idea de dar más seriedad a aquello que era traspasado al cine desde el mundo de las viñetas.
De ahí que la película de Bryan Singer no solo aterrizó el tono de las producciones superheroicas, siendo una de las primeras en estrenarse tras el fracaso rimbombante de Batman & Robin, sino que también marcó un punto de inflexión para todo lo que se hizo después.
Es decir, un dato no menor es que X-Men también representa el comienzo de la carrera del productor Kevin Feige, ya que bajo el alero de Lauren Shuler Donner, condujo a los mutantes en su traspaso al cine. En el camino, también captó la atención de Avi Arad, quien lo terminó nombrando como el segundo al mando de la naciente Marvel Studios, una división que por ese entonces solo se dedicaba a licenciar marcas, y no producir las películas por su cuenta, tal como ya había sucedido con la también influyente Blade.
Pero lo otro relevante de recalcar es que X-Men no solo se quedó en las intenciones o su mera estética, sino que también fue una buena película que funciona como reloj. Al verla hoy, lo primero que salta a la luz es su duración, ya que pese a contar con tan solo 90 minutos, logra que cada una de sus piezas esté ajustada para introducirnos al mundo de los mutantes.
Ya sea su notable comienzo, con el emblemático origen de los poderes de Magneto, la primera aparición de Wolverine o inclusive los diálogos que hablan sobre el temor que rodea al desconocimiento sobre los mutantes, cada punto de su engranaje funciona para impulsar un modo de hacer las películas de superhéroes que hizo escuela en las películas de superhéroes que se hicieron durante las siguientes dos décadas.
Ni hablar de su sólido casting, lo emblemático del contraste entre el Profesor X y Charles Xavier, pese a que ambos aparecen realmente poco en pantalla, o el cierre con el juego de ajedrez que nos entregó otras de las frases icónicas de la franquicia sobre el conflicto sin fin al centro de su dilema.
Claro, este fue el inicio de muchos, muchos bajos, ya que no pocos lamentan lo que terminó siendo X-Men: Last Stand, X-Men Origins: Wolverine o el propio declive que se concretó a partir de X-Men: Apocalypse que terminó dando pie al olvidable cierre de X-Men: Dark Phoenix.
Sin embargo, también sin X-Men nunca habríamos tenido X-Men 2 o Logan, por lo que en esta ocasión prefiero terminar destacando solo que lo suma, ya que el viaje a la larga terminó entregando momentos realmente satisfactorias.
Y todo comenzó aquí, con la presentación ante el senador Kelly, la llegada de Wolverine a la mansión, el dilema de Rogue o lo atractivo que fue el personaje de Mystique antes de que fuese devorado por la fama de Jennifer Lawrence.
X-Men, la primera película, marcó sin duda un antes y un después que no se puede evadir, ni siquiera 20 años después, cuando los mutantes finalmente llegaron a manos de Disney y se preparan para ser completamente reiniciados bajo el timón de Kevin Feige.
Ya veremos si logran al menos tener un 10% de lo emblemático de cada uno de los componentes de la película original.