Desde el año pasado ya estaba claro que el evento principal de Wrestlemania 38 involucraría a Roman Reigns y Brock Lesnar.
En el primer evento del año también comenzó a establecerse que dicha pelea sería una confrontación de campeón contra campeón. Básicamente, salvo para un puñado de fans despistados, nunca hubo dudas al respecto. Ni siquiera con el condimento que se intentó agregar en el pasado Royal Rumble.
Por eso ahora que se concretó Elimination Chamber, el evento que se llevó a cabo el pasado sábado desde Arabia Saudita, finalmente se solventó absolutamente todo lo que se esperaba. La Bestia Encarnada contra el Jefe Tribal. Campeón de la WWE contra Campeón Universal. Paul Heyman en el medio, como si su custodia estuviese en el juego. La única gran historia que actualmente impulsan desde la oficina de Vince McMahon llegó a la ruta esperada, entregando un nuevo capítulo ampliamente predecible.
Aún así, también hay que establecer otras cosas que también no se pueden evadir. Por un lado, Roman Reigns está haciendo el mejor trabajo de su carrera. Desde su vuelco como villano, al establecerse como jefe tribal, encontró un lugar para demostrar que sí merece todo el reconocimiento que viene impulsando Vince McMahon desde la última década.
Ahora nadie puede realmente dudar que merece ser el luchador más importante de la compañía. Inclusive lo anterior ha permitido que su performance sobre el cuadrilátero luzca mucho más, ya que toca las teclas precisas en su propio beneficio. Que no haya otros rivales que logren estar a su altura no es su culpa.
Por otro lado, Brock Lesnar también ha hecho lo propio desde su último retorno. Aunque su talento nunca ha estado en duda, y es cosa de recordar que durante su primera estancia en la WWE demostró una calidad de lucha a la altura de gente tan renombrada como Kurt Angle, su excelencia también ha venido acompañada de un alto grado de monotonía en los últimos años. Sí, mucho Suplex City por aquí y por allá, pero ya ni rastros quedan de el arsenal más variado del que alguna vez hizo gala.
Pero también hay que reconocer que su vuelco como favorito de la audiencia le ha dado un impulso especial para lo que será otra pelea más con Roman Reigns. Y más allá de que la última Elimination Chamber - con todo y su F5 desde las alturas - inevitablemente expuso que su dominio total dejó de ser novedad hace mucho rato, sus presentaciones quizás han sido ocupadas mejor que nunca desde su retorno a la compañía. Es el Brock que siempre debió ser y que nunca debió perder esas luchas iniciales tras su regreso contra John Cena y Triple H.
En ese sentido, aunque esta nueva lucha ya tiene todo el sentido del mundo, por historia actual e inclusive el historial previo de ambos, el mayor pero de esta gran nueva pelea radica tanto en el escenario actual de la WWE, en donde pareciese que nadie más puede compartir ring de igual a igual con Reigns o Lesnar, y en la poca novedad que la propia pelea representa para un Wrestlemania. Mal que mal, esta será la tercera vez en el que el evento principal los incluye. La tercera.
Y aunque esta sea el enfrentamiento entre ambos que mejor se perfile, la WWE tiene la necesidad imperiosa de, en paralelo, impulsar a otros luchadores para lo que será la ruta posterior a su gran evento. Lamentablemente, por ahora, las proyecciones de la cartelera de Wrestlemania se perfilan demasiado exiguas en lo que compete a enfrentamientos llamativos, tanto por la falta de construcción previa de las historias como del estado de algunos luchadores. Todo eso definitivamente no es lo mejor para un Wrestlemania de dos noches. Más aún, lo que ha pasado en años anteriores ya ha sentado malos precedentes para esta tendencia que en la WWE insisten en mantener.
Claro, probablemente habrá sorpresas, la participación extra de celebridades, pero la ruta a este Wrestlemania parece más raquítica que nunca. ¿Qué más tiene la WWE para ofrecer aparte de Roman Reigns y Brock Lesnar? La respuesta hasta ahora sigue siendo no mucho más. Lamentablemente.