Reigns vs. Lesnar: Crónica de una decepción anunciada
El evento principal de SummerSlam no dejó a nadie contento y solo nos consuela saber que probablemente sea el fin de una rivalidad nefasta.
Una vez más, Roman Reigns y Brock Lesnar se veían las caras en un ring de la WWE. Una vez más, el hombre elegido para ser el nuevo rostro de la compañía se enfrentaba ante la encarnación de la nostalgia, ante un luchador que alguna vez fue el más brutal de todos y del que ahora solo quedaba una idea.
Y una vez más, el público presente en el Barclays Arena de Brooklyn, Nueva York, reaccionaba como era esperable: con pifias y abucheos.
La rivalidad nacida en el año 2015, cuando se enfrentaron por primera vez en un evento principal de Wrestlemania se había alargado de manera innecesaria. Una historia de tres años y medio contada solo con la finalidad de que el público de la WWE aceptara de una vez por todas al samoano como el chico bueno de la empresa. Aun cuando esto significara desprestigiar a uno de los títulos más importantes de la empresa entregándoselo a un luchador de tiempo compartido.
Historia que todos pensábamos que iba a terminar en el último Wrestlemania, pero una extensión de contrato se metió entre medio, dándole cuatro meses más de vida al pleito.
Pero el público estaba cansado y los luchadores, también. Entre gritos de "You Both Suck" (ambos apestan) el evento principal de SummerSlam fue una historia tristemente repetida: un público totalmente alejado de la acción del combate que, por su posición en la cartelera, debiese ser el más importante.
Los aplausos más grandes de la noche se los llevó Braun Strowman, quien llegó como una luz de esperanza para darle a la noche un final más esperado que el que realmente tendría. Strowman llegó con su maletín de Señor Dinero en el Banco dispuesto a desafiar a cualquiera que fuese el luchador que ganara esa noche, para retarlo inmediatamente por el título. Una movida muy extraña ya que siempre el poseedor del maletín llega de sorpresa a cobrarlo, pero entendemos por qué se hizo: la lucha necesitaba comenzar con algo que alegrara al público y que salvara a los asistentes de un resultado nefasto.
Pero nada es perfecto.
Comenzó el combate y no vimos nada que no hayamos visto. La pelea fue literalmente un intercambio de finishers entre ambos y nada más. Roman repartiendo lanzas y puñetazos voladores, mientras que Lesnar intentaba conectar su F5 y sus llaves de rendición. Inevitablemente la pelea llegaría afuera del ring junto al sitio en donde estaba Strowman, quien terminó llevándose la peor parte de la noche: le aplicaron un F5, lo golpearon con un maletín, luego con una silla y su contrato por la pelea titular salió volando a los más lejos del lugar.
Cada golpe dado por Lesnar al gigante era una grieta más en el corazón, una lágrima en la cara de un fanático y un paso más cerca de la triste realidad:
Strowman había quedado fuera de la ecuación, y con eso, el camino había quedado limpio para que esta fuera finalmente la noche prometida para Roman Reigns.
Luego, lo que vendría sería parte del trámite: una nueva lanza, un conteo de 3 y Roman Reigns por fin podía arrebatarle el título que estuvo más de 500 días en manos de Lesnar y dando así un comienzo oficial a la era de Roman Reigns. Todo esto en un poco más de 6 minutos de acción. Un bodrio por donde se lo mire.
La inmortalidad en la WWE se gana a través de las grandes rivalidades y lo que esto nos dejan. Podríamos ver infinitas luchas entre La Roca y Stone Cold, entre Triple H y el Undertaker, entre el Miz y Daniel Bryan y ahora último, entre Owens y Zayn o entre Ciampa y Gargano.
Pero si todas estas rivalidades nos regalaron grandes recuerdos y el sabor de que siempre podríamos ver una pelea más, el feudo entre Lesnar y Reigns terminó dándonos lo único que desde el principio supimos que nos iba a dar: un final predecible para una rivalidad decepcionante.
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