Históricamente, en Hollywood han concretado verdaderas aberraciones a la hora de adaptar mangas, popularizados por sus versiones en anime. Dragonball: Evolution, y lamento traer a colación ese mal recuerdo, para siempre estará instaurada como la más grande infamia concretada por una película de ese tipo.
Fist of the North Star no fue mejor, y solo se queda en el olvido por haber sido hecha con el vuelto del pan, pero también hay que considerar que ni toda la plata del mundo ayudó a que Ghost in the Shell no reforzase la idea de que hay productos con sensibilidades asiáticas que no deberían ser adaptados en Estados Unidos. Y aunque el Oldboy de Spike Lee no fue un desastre, y su final era bastante ingenioso, la sombra de la versión coreana siempre la iba a opacar. Ni hablar de todo lo que desperdició Death Note.
En ese escenario, a lo mucho se podía argumentar que Speed Racer era la única adaptación que relució. La única que entendió la esencia del original, para imprimir una nueva estampa que sacase partido a las posibilidades del live-action. Pero eso era hasta ahora.
Tras décadas de promesas de parte de James Cameron, finalmente 20th Century Fox estrenó Alita: Battle Angel, la película que adapta al manga Gunnm de Yukito Kishiro y que bajo la dirección de Robert Rodriguez, con la ayuda de impresionantes efectos digitales, demuestra que una película basada en una obra oriental arraigada en la cultura pop no tiene por qué ser un desperdicio que solo merece ser enviado a un basurero.
Abrazando los conceptos de la obra original, y adecuando su interpretación a un contexto multicultural, que no se empantana en los clásicos fallos del cedazo anglosajón, la película de Alita crea un mundo, lo escudriña y logra sacar adelante un desafío que en la previa, cortesía de los prejuicios que generan estas adaptaciones live-action, parecía un imposible.
Ese es el mayor logro de una producción que se siente más propia de otros tiempos, que sigue una lógica de blockbuster de la vieja escuela y en el que se siente la estampa de James Cameron, quien no solo puso fichas como productor, sino que también colaboró como co-guionista junto a Laeta Kalogridis. De ahí que tópicos generalmente presentes en el cine del director de Terminator, Aliens, True Lies, Titanic y Avatar, no se olvidan, especialmente al considerar que al centro de todo está una mujer poderosa que enfrenta su destino y el statu-quo de un mundo de apariencias, engaños y maquinaciones del poder.
Pero también no es menor que tras esta producción esté Robert Rodriguez, quien después de una seguidilla de fiascos concretó con esta su mejor película desde el estreno de la primera Sin City. Claro que a diferencia de esa versión al calco del cómic, aquí abrieron espacios para reinterpretar y conducir una historia bastante humana protagonizada por una cyborg que es perseguida por lo que representa, lo que fue y lo que podría ser para desbalancear el régimen imperante.
Ese contexto, el mundo en el que se mueve Alita es sumamente atractivo. Los conceptos de una sociedad cyberpunk, en el que la más poderosa ciudad flotante logró sobrevivir a un conflicto armado contra fuerzas marcianas, estableciendo un sistema de división social obsceno en el que literalmente los pobres viven abajo y los ricos reinan desde las alturas, le imprimen una riqueza que saca partido a su condición de producto de ciencia ficción.
Nada de eso funcionaría, en ese sentido, si la creación digital de Alita no funcionase. Desde antes del estreno, cuando surgió el primer vistazo, se multiplicaron las críticas en contra de lo raro que lucía el cyborg protagonista, con unos grandes ojos de anime que podrían conducir a la audiencia por el baldío del valle inquietante. Aquello no pasa en definitiva. De hecho, al ver la película, solo se puede considerar a Alita con ese diseño de grandes ojos, ya que la historia, el tono y lo que quiere decir aporta a que ese elemento tan poco humano contraste con las sensibilidades de su historia.
Ni hablar de las secuencias de acción, en las que no solo presentan un mortal deporte extremo - llamado Motorball - que es el foco de una de las secuencias más impresionantes de la película, sino que también establecen combates de cyborgs espectaculares y un atractivo sistema de cazarrecompensas que conecta por múltiples vías a la historia. Es ahí en donde las posibilidades de los efectos digitales permiten ver un notable despliegue de armas y variedades de ataques que le sacan el jugo a una película que no luce como una tradicional producción de ciencia ficción norteamericana. De hecho, es ahí en donde se fusiona de mejor forma la base oriental con la pirotecnia de Hollywood.
Lo que funciona en Alita, funciona muy bien y eso le da un plus a su condición de superproducción, pero también hay que tener en claro que innegablemente la proyección de franquicia le juega en contra a esta película. Sí, en esta primera entrega cierran un arco de historia, pero también dejan una sensación de vacío, ya que hay muchas cosas que quedan en el tintero y solo son tanteadas bajo la promesa de que a futuro habrá más tela que cortar en esta atractiva odisea en la búsqueda de la humanidad que aún queda en un mundo desigual.
Quizás por eso este ángel de combate probablemente pasará más desapercibido de lo que debería. Y eso es una lástima. Más allá de que la película no cuaje del todo debido a las decisiones de dejar algunos elementos bajo el tapete para su posterior desarrollo en futuras secuelas, esta película logra demostrar que un manga/anime puede tener nueva vida en una adaptación. Sí, probablemente la vara estaba muy baja, pero en ningún caso esto es conformismo. Alita ahora sube la marca y cualquier nuevo bodrio que adapte mal un producto de este tipo, olerá peor. Y Alita a partir de ahora solo tiene espacio para crecer.