La primera vez que se habló de la realización de una película de Black Adam protagonizada por Dwayne “The Rock” Johnson fue durante el año 2007. 15 años atrás.
Desde ese momento, múltiples borradores de historia fueron concretados, un montón de cabezas pasaron por el mando de las películas DC en Warner Bros y varios planes fueron abortados a medio camino. Por ejemplo, aunque nunca llegó a concretarse, en un momento fue establecido que el salvador del ficticio país de Kahndaq debutaría en la primera película del Suicide Squad. Claro que eso no ocurriese terminó siendo lo mejor.
Lo que sí sucedió fue ese largo proceso, un ir y devenir que inevitablemente se ve reflejado en pantalla a la hora de concretar una película plagada de falencias narrativas generadas por el cúmulo de cosas que esta producción intenta ser al mismo tiempo.
Por un lado, busca ser obviamente una película de origen para un nuevo personaje, pero también se instala como una película de equipo de superhéroes, con todas las desavenencias que eso acarrea. Inclusive busca ser una propuesta que intenta salir de los esquemas previsibles de la maquinaría cultural de los superhéroes estadounidenses, algo que definitivamente lo más llamativo de Black Adam.
Pero aunque en todos esos objetivos existen cosas positivas a su favor, también es cierto que en el resultado final se puede oler lo que La Roca estuvo sobrecocinando por tanto tiempo.
Lo anterior se huele ya sea porque esta película se siente como una producción anticuada de comienzos de siglo, tanto en naturaleza como enfoque narrativo, o por las propias amarras que terminan agregando los nuevos requisitos de los universos cinematográficos, algo que se siente parte de una película totalmente distinta a la historia central - y mejor - sobre un Teth-Adam aprisionado por milenios. El mismo que es liberado para enfrentarse tanto a un mundo moderno que desconoce como a la imposibilidad de escapar de sus culpas del pasado.
La sobrecocción en cuestión también se refleja en términos de esa historia, agregando situaciones que conectan con el universo mayor de DC, y la propia relevancia que tiene la estrella de la película, una suerte de productor que opera como juez, jurado y verdugo.
Por ejemplo, considerando que Johnson siempre ha sido reacio a interpretar a roles de villanos, el vaivén de Black Adam para convertirse en un antihéroe está en el corazón de un relato que nunca esconde su intención de establecer que este no es un superhéroe tradicional, con todo y guiños a los personajes de la Liga de la Justicia. Pero sin sorpresa alguna, igual este personaje está destinado a salvar el día y nunca se logra crear la duda de ello. Y en esa línea, aunque la película intenta no ser típica, sin duda cae en muchos lugares comunes previsibles una vez que se desarrollan una historia con una familia de Kahndaq en el que se incluye el inevitable factor de alivio cómico.
Más allá de los elementos narrativos, y cosas como un tercer acto que no logra cuajar con el típico villano de efectos digitales, Black Adam logra sostenerse por el trabajo comando por el director Jaume Collet-Serra, cuya mano se ve reflejado tanto por su carrera ligada a la acción de varias producciones protagonizadas por Liam Neeson como sus trabajos previos de terror (La Huérfana, The Shallows). Ni las secuencias de batallas ni los momentos más saltones, que incluyen a un montón de humanos convertidos en polvo, son parte de los problemas de la película.
Al mismo tiempo, todo fanático de los cómics inevitablemente le va a dar puntos extra a esta película por todo lo que elaboran tanto en el desarrollo de un personaje tan clásico como Doctor Fate (Pierce Brosnan) como en uno tan malogrado en las viñetas como Hawkman (Aldis Hodge). Ambos héroes son parte importante de las cosas que logran hacer despegar a una película que se sienta y descansa sobre los hombros de este Atlas moderno que representa un Dwayne Johnson que no se olvida de su pasado como campeón del pueblo.
Todo ese esquema genera una historia que tiene buenas ideas, otros buenos momentos e inclusive buenos añadidos en lo que concierne al rol intervencionista de un equipo de superhéroes como la Sociedad de la Justicia, pero que también se siente funcionando a destiempo, sin un flujo narrativo bien armado y, como siempre suele suceder, un montón de escenas que sobran. A esta película definitivamente le faltó aún más revisión en su guión.
Pero considerando el escenario de las películas de superhéroes contemporáneas, quizás el mayor pecado de Black Adam sea que, pese a sortear el abismo rocalloso de películas como Wonder Woman 1984 y Suicide Squad, esta película no es el prometido cambio de jerarquía para el alicaído universo DC y solo sea un exponente más de la maquinaría inagotable que hoy domina los cines. De hecho, si algo nos dice su escena a mitad de créditos es que esa esperanza aún sigue solo en un estado de promesa incumplida.
Black Adam ya se encuentra en cines.