El humor se ha transformado en un elemento de discusión permanente a la hora de abordar las películas de superhéroes. Existe un sector, especialmente los fans que se ponen la camiseta DC, que le hacen la cruz, desconociendo su propia historia. Una de las sagas más celebras de las últimas tres décadas en su editorial favorita, la Justice League International de Keith Giffen, J. M. DeMatteis y Kevin Maguire, estaba recargada de chistes y bromas irreverentes. Los elementos de humor nunca han sido el problema.
Por otro lado, es importante notar que en Marvel Studios de todas formas encontraron una fórmula y la han explotado con ganas. Algunos hablan de que el punto de inflexión fue The Avengers, pero probablemente todo comenzó a cambiar con Los Guardianes de la Galaxia, una película por la que nadie daba un peso antes de su estreno y que de todas formas se transformó en un hit que comenzó a influir en todo el resto de producciones, dándole más predominancia a un tono bastante particular en donde las batallas pueden decidirse con una competencia de baile.
La jugada humorística llegó a su punto máximo de saturación con Thor: Ragnarok, una película muy divertida, pero que perdía bonos por no tomarse nada en serio, ni siquiera lo que estaba en juego en el corazón de su historia apocalíptica. Por eso no fue raro que no fuesen pocos los que tuviésemos la impresión de que habían tocado fondo, que inclusive moría la aspiración de que las películas de este universo cohesionado tuviesen espacio para algo más y no solo fuesen un chiste momentáneo, poco memorable, pasajero, que no quedase en la retina.
Pero ahora más que nunca queda claro que la estrategia de estrenos anuales es el mayor valor de este estudio, ya que pueden cambiar el rumbo y, de vez en cuando, darnos una película que sí tenga sustancia. Su apuesta, la de Marvel Studios, no miente al prometer que sus películas pueden ser muy distintas entre si. Por mucho que no falten los que digan que todas son cortadas por la misma tijera, Black Panther demuestra que eso no es tan así.
Black Panther pone el freno a la entrega de chistes sin restricción, presentando una gran historia sobre tradición, legado y los costos históricos que apabullaron a los negros. Claro, en el camino obviamente hay humor, porque ese es el camino que se ha decidido a recorrer Marvel Studios, pero aquí brilla el tratamiento de personajes y lo que estos deben decir.
Todo esto lo concretan en un entorno afrofuturista muy atractivo, a medio camino entre los aspectos tribales y las estructuras más alienígenas, en contraste a las urbes tradicionales. Aquello instala un doloroso mundo paralelo, que se hace presente cómo si los blancos hubiesen sido incapaces de esclavizar a una parte del continente.
Es ese tipo de elementos los que le dan sustancia a esta película, que acertadamente sigue más la línea establecida por Capitán América: El Soldado de Invierno, que el tono liviano que más ha predominado en el último tiempo. De hecho, probablemente la película de Steve Rogers es mejor, pero esta tiene argumentos para darle la pelea.
La primera secuencia de Black Panther nos lleva de inmediato al mundo de Wakanda, explicando el origen de su tradición, el cómo llegó el vibranium a sus tierras, la forma en que se unieron las tribus y cómo se forjó la fuerza de su rey. A lo largo de la historia nos presentan diversos elementos como esos, para luego darles un sentido, una función o inclusive un rol primordial como parte de la historia. La historia de esta película está notablemente armado, siendo el telar que da forma a esta nueva tribu de personajes.
Black Panther es además una película con una notable identidad, cortesía del diseño de producción de esta nación que se esconde del resto del mundo,y también una gran voz que se va estructurando durante el recorrido de su historia.
Ryan Coogler, el director de Creed y Fruitvale Station, y uno de los co-guionistas de esta propuesta, no solo deja en claro cuál es su visión sobre el rol de esta ficticia nación africana en el mundo, tanto en su relevancia como las deudas que implica su ostracismo, también establece un gran trabajo en lo que compete a la acción, que no siempre es un punto alto en las películas Marvel.
Como parte de Black Panther, hay muchos elementos tipo James Bond, ya que el Rey de Wakanda tiene a su propio Q en lo que compete a su hermana, la adolescente Shuri. Ella cuenta con un intelecto superior que crea cada uno de los gadgets y juguetes que sirven para reflejar los avances tecnológicos superiores de esta nación.
En esa ruta, a mitad de camino nos topamos con una secuencia al interior de un casino ilegal que está filmada con una acción de combates establecida de forma nítida, con un gran sentido del posicionamiento de la cámara que deja en claro por qué Coogler fue una gran elección para el spinoff de Balboa. Luego, todo deriva en una persecución automovilística que no le envidia nada a las mejores secuencias de la saga de los Rápidos y Furiosos, vibrando con las luces de Corea del Sur que tiene de fondo.
Aún con todos los elementos técnicos llamativos, que sacan jugo a la posibilidad de usar aspectos visuales tribales que rara vez han sido vistos en blockbusters de envergadura, reluce aún más la visión que existe para establecer a Black Panther como un héroe trascendental de este universo.
En el marco de las intrigas alrededor del trono, pues T'Challa es coronado oficialmente como rey recién en esta película, se instala una discusión política certera sobre el rol de Wakanda y cómo su alejamiento dio pie a que surgiera la radicalización de agentes que consideran que los negros deben tomar las armas en este mundo que los ha subyugado.
Al centro de esa historia está el personaje de Erik Killmonger, un villano que ha sido adaptado a la pantalla grande con un origen diferente al de los cómics, aunque manteniendo la base de su idea central que lo instala como un exiliado wakandiano que busca regresar para reclamar su lugar como una nueva guía, vengantiva, cegada por el odio.
El trabajo del actor Michael B. Jordan es tan bueno, que potencia con ira a las motivaciones ligadas a uno de los grandes giros que plantea esta historia, que tiene algunas cosas predecibles, pero que no le juegan para nada en contra a su ritmo y cómo nos enfrentamos a lo que está en juego.
El rol de Killmoger, instalado como un verdadero nemesis que no es un simple accesorio o un espejo del héroe principal, le imprime un coraje que no siempre está presente en las películas de superhéroes. Le da una guía, subvierte expectativas y le permite instalarse como una contraparte que realmente hace dudar de que el Black Panther interpretado certeramente por Chadwick Boseman podrá hacerle frente.
Por eso duele cada uno de sus avances, coronados por una frase del villano - y sabrán a cuál me refiero cuando ven la película - que estremece al dejar en claro que su rol, por muy equivocado que esté, también tiene un punto de vista ligado al sufrimiento de todos los negros a lo largo de la historia. Que eso esté en una película de superhéroes es fuerte, pero también notable porque justamente es lo que le hace falta a todas estas películas de matiné.
Además, es tan bueno el trabajo realizado sobre este villano, que inclusive llega a elevar la función que cumplen el Ulysses Klaue de Andy Serkis, quien hace décadas robó vibranium de Wakanda y gatilló toda la intriga al centro de la historia, o personajes secundarios de Wakanda que se mueven entre su lealtad a la tradición y los desafíos de confrontar al mundo del que intentan alejarse.
Otro punto alto es que Wakanda tiene personalidad, es un mundo atractivo tanto por cómo está estructurada en base a tribus, pero también por el componente humano. El diseño y función de las Dora Milaje, las guerras que tipo servicio secreto que protegen al rey, es realmente bueno y la película reluce a medida que conocemos a los personajes que rondan al trono. La película también se las ingenia para darle un rol al agente Ross, el personaje que interpreta Martin Freeman desde Capitán América: Guerra Civil, aunque quizás se lamenta que no esté presente el componente del bajo pueblo de Wakanda. Solo nos conectamos con su realeza.
Black Panther logra relucir porque demuestra que muchos de sus elementos están bien pensados, es respetuosa con el canon que implica el traspasar a la pantalla grande al primer superhéroe negro de los cómics, pero no tiene problemas en reinventar lo que sea necesario para que su voz, lo que quiere decir, sea escuchado.
En el momento en el que hablan directamente a la visión de Donald Trump, se deja en claro que la película está en otra línea, que no se guarda cosas para decirle al pan, pan, y al vino, vino.
En el camino hay un trabajo de efectos visuales que no siempre está a la altura, aunque no caen en problemas como aquella escena de la muerte de Odin delante de una pantalla verde en Thor: Ragnarok, pero eso es algo súper menor que no juega para nada en contra a lo que plantea esta película.
Black Panther en definitiva es una de las mejores obras presentadas en el universo cinematográfico de Marvel Studios, sólida y con personalidad, que no se guarda cartuchos para posibles secuelas y no se compromete con dar en el gusto con su visión sobre la importancia en términos de representación que implica una película masiva que propone una nación ficticia africana que es una potencia mundial. Obviamente será impopular ante el racismo imperante, pero es importante que exista.
Este es un nuevo punto alto y solo queda esperar que Kevin Feige y compañía se la jueguen por hacer más obras como Winter Soldier o Black Panther, en vez de dejar que estas solo sean una celebrada rareza como son hoy por hoy.
Esta reseña fue publicada originalmente en febrero de 2018, con el estreno de la película. La recuperamos hoy a raíz de la muerte de Chadwick Boseman.