¿Qué significa ser humano? ¿Puede un replicante convertirse en algo que es más humano que aquél que nació de la carne? ¿Puede la humanidad perder completamente su esencia ante sus objetivos de perdurar? Tal como en el original, ese es el tipo de interrogantes que marcan a Blade Runner 2049, la secuela del clásico de ciencia ficción de Ridley Scott y que bajo la dirección de Denis Villeneuve evade algo no menor. La respuesta que insistentemente impulsó el director del original a la pregunta de si Rick Deckard era o no un replicante.

Dicha decisión, de no centrar todo el relato en la aclaración de una duda ligada a la esencia de Blade Runner, marca en primera impresión a una propuesta que decide tomar una ruta propia, en la que no vemos un ápice de una copia. La secuela dirigida por el responsable de Arrival no es una imitación artificial, no es un replicante de lo que ya fue.

Desde que fue anunciada la secuela en 2011, el proyecto no parecía una buena idea. La idea de contar con un viejo Harrison Ford atentaba contra la respuesta dada por el Director's Cut de Ridley Scott, que sugería que su protagonista era un replicante. Pero como estos androides tenían un lapso de vida corto como Nexus 6, un viejo Deckard daba pie a dos rutas: o era un nuevo modelo tal como Rachael o, simplemente, era un humano. Pero responderlo directamente, se sentía como bofetada innecesaria. En esta película, obviamente abordan a la gran duda de la saga, pero de la forma más Blade Runner posible.

Sin nada de un blockbuster tradicional, esta continuación tiene como primera fortaleza el hecho de no centrarse en esa duda. Tampoco lo hace respecto a los problemas que generaba la detección de los replicantes para diferenciarlos de un humano. En el mundo de esta secuela, que avanzó inexorablemente a un escenario en el que la chatarra está tan presente como el neón del original, no existen mayores problemas para identificarlos. No solo eso, estas creaciones humanas están más presentes que nunca en la sociedad, ya que no hay restricciones para que deambulen por La Tierra.

Aunque en algún momento fueron totalmente baneados tras los sucesos de la película original, durante las últimas décadas ocurrieron una serie de hechos que definieron a su existencia. En primer lugar, un atentado replicante detonó un arma nuclear en Los Ángeles borrando los registros de la corporación Tyrell. Asimismo, Niander Wallace tomó control para seguir construyéndolos, con un objetivo de expandir su imperio y el legado de la humanidad en el cosmos. 30 años después, los replicantes son aún más esclavizados que en el pasado, convertidos en una fuerza laboral desechable sobre la que se sustenta la sociedad.

Profundizar en más detalles atenta directamente con la experiencia de ver Blade Runner 2049. De hecho, ambos elementos que mencioné son mejor desarrollados en los cortometrajes que acompañaron el lanzamiento de esta secuela. Lo único que necesitan conocer es que el agente K, interpretado por un sólido Ryan Gosling, tiene una misión en una granja y esta lo lleva directamente a la gran conspiración en el fondo de esta historia, que está relacionada a la erradicación de los registros de Tyrell y a los planes de Wallace. En el camino, inevitablemente K, quien caza y retira replicantes renegados de una forma tan brutal como la de los viejos tiempos, se encontrará con Deckard.

Blade Runner 2049 juega con sus misterios, con las expectativas de la audiencia que vio el original y sabe qué es lo que probablemente nos responderán, para dar un giro e instalarse como una expansión justificada de los temas que marcaron a la película de Ridley Scott. Al mismo tiempo, esta secuela profundiza en el gran debate sobre lo que define a un humano, entregando su propia declaración de principios que no se siente como una producción vacía que solo quiere explotar una marca conocida para sentar traseros en las butacas.

Narrativamente, la película de Villeneuve es tan ambiciosa como la de Scott, pero la secuela tiene a su favor el hecho de ser más eficaz para contar su relato. Claro, ya no existen restricciones tecnológicas para expandir el mundo de Blade Runner con efectos visuales de primer nivel. Pero en ese ámbito, la dirección de fotografía a cargo de Roger Deakins también invita a sacarse el sombrero a medida que la historia nos lleva a escenarios cada vez más deshumanizados, corrompidos y lejanos de los campos verdes que alguna vez marcaron al final original de la película de 1982.

Aún así, inevitablemente hay una falta de chispa que le dio una vida propia a la obra de Scott. Quizás hay dos cosas en las que sí queda al debe esta secuela, pero inevitablemente eso iba a ocurrir: no hay un personaje tan cautivante como el Roy Batty interpretado por Rutger Hauer, ni un diálogo tan hermoso como el de las lágrimas en la lluvia, y la música compuesta por Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch acompaña sin ser reconocible. Pero considerando el emblemático trabajo de Vangelis, a nadie le debería sorprender que en esta película la música intenta replicar estilos y cobre más vida cuando entre medio surgen Sinatra y Presley, reviviendo con "Summer Wind" y "Suspicious Minds".

Como toda vaca sagrada, hay que tener claro que habían cosas de Blade Runner que nunca podrían ser opacadas por una secuela. Por muy excepcional que su trabajo final fuese, Villeneuve nunca podría evadir dicha sombra. Pero más allá de las comparaciones, la melancolía y la obstinación también están presentes en esta continuación que destaca por un maestro trabajo visual que acompaña a un manejo narrativo que mueve sus piezas de forma precisa, para contar una historia que da un giro a la propia existencia de estas creaciones que convirtieron al ser humano en un Dios, con todo y sus propios hijos.

Instalada un escenario familiar, el trato a las mujeres sigue en la dinámica noir del original, alimentando a uno de los elementos más interesantes de esta secuela. Dejando atrás las grandes pantallas de neón publicitarias, en la secuela dan pie a hologramas de una acompañante virtual que es diseñada para cumplir todos los deseos, especialmente aquel que apunta a dejar atrás la sensación de estar solos en este mundo. Y probablemente no habría nadie más solo que un ser que no nació.

Por cosas como esa, en Blade Runner 2049 silenciaron las aprehensiones que tenía cuando se anunció la secuela. Desde la participación de un Harrison Ford soberbio, ya que hace rato no se le veía tan bien en un rol, hasta los giros narrativos que marcan a esta secuela, todo está construido para profundizar en los alcances de la alienación, la búsqueda de una identidad y cómo la manipulación puede inclusive llegar a definir a una persona. Ya sea de carne y hueso o una artificial, que también tiene sentimientos, deseos y... sueños.

Encontrarse con una secuela de un clásico que no debería haberse hecho, pero que justifica completamente su existencia, que se valida con fuerza e invita a verla en la pantalla más grande que sea posible, es toda una rareza. Y en ese sentido, la película de Villeneuve es todo un logro que no se queda solo en la superficie visual atractiva, ya que temáticamente deja espacio para no responder todo cristalinamente.

Pero igual hay que tener en cuenta que una vez que el puzzle de Blade Runner 2049 se completa, su idea central no se mantiene como una nebulosa llena de preguntas que que sigue acechando aún después del fundido a negro. Pero quizás, solo quizás, eso se debe a que mientras la película de Scott instalaba su apuesta narrativa desde lo que agobia a la cabeza con absoluta ambigüedad, especialmente en lo que concierne a la mortalidad, en la obra dirigida por Villeneuve ese agobio viene un poco más cercano al corazón.

"Yo sé lo que es real", clama en un momento clave Deckard. Pero más que la existencia, más que las dudas de lo que fue o es, lo que marca a esta secuela es lo que está por venir, el legado. En el caso de Blade Runner 2049, su herencia será debatida en los próximos años, pero sin duda la discusión valdrá la pena.

https://www.youtube.com/watch?v=uTdkODrbkQI