Es una conversación habitual. Salvo algunas excepciones, que de todas formas generan discusión, existe la idea, el prejuicio, de que los live-action de anime están condenados a defraudar. Especialmente aquellos que son realizados en occidente.
Si agregan a Netflix a la mezcla, cortesía del vilipendiado antecedente de Death Note o el fracaso de Cowboy Bebop, el pájaro de mal agüero es juez, jurado y verdugo de cualquier nuevo proyecto anunciado por el rey de los streamings. Es decir, cualquier nueva oportunidad de adaptación ha arrugado narices o liberado un rechazo casi total desde su mero anuncio. Para muchos, están condenados a fallar.
Pero también hay que reconocer que esa condena está predispuesta de antemano, ya que los realizadores de cada proyecto no pueden estar a la altura de las expectativas instaladas de parte del fandom. Mal que mal, no pocos esperan que una adaptación sea al calco, por lo que es mejor que los responsables de cada live-action no se atrevan a dejar afuera ni a cambiar nada del original.
Es justamente ahí en dónde es necesario recalcar que, cuando se habla de manga/anime, hay obras cuyo traspaso a un entorno de carne y hueso representan, por su esencia, una tarea imposible o, por lo bajo, complicada de desarrollar.
One Piece, la obra maestra que Eiichirō Oda viene desarrollando en el manga desde el año 1997, representa precisamente un desafío aún mayor que la media, no solo por su éxito y popularidad, sino que también por la tarea de traspasar a personajes como Luffy, sus llamativos enemigos o el propio mundo marcado por aventuras en océanos fantásticos, conflictos mundiales y batallas espectaculares más propias del papel y la animación, que de las restricciones que surgen cuando algo se traspasa a un entorno más tangible con intérpretes humanos.
Siguiendo los puntos base del original, el live-action nos presenta cada una de las cosas que se esperan de una adaptación de la obra de Oda. De ahí que conocemos a Luffy, mientras rápidamente nos acercamos y entendemos su deseo de convertirse en un pirata, para ir dando pie a la serie de encuentros que terminarán conformando a los piratas del sombrero de paja.
En el camino, también exploran todo lo que ha vuelto a One Piece en un éxito: la riqueza de su mundo, la mitología tanto de los piratas como de los mares, y la sombra de los poderes que estarán al centro de futuros conflictos sobre el orden de las cosas, a partir de la convocatoria de revolución realizada por el pirata Gol D. Roger durante su ejecución. Básicamente, la columna vertebral inicial está ahí, con todo y las locuras del pirata payaso, el explosivo mal humor de Alvida y los abusos de la Marina.
Pero el live-action de Netflix, desde el primer minuto, también asume que simplemente no puede recrear a la perfección el mundo fantástico salido desde la cabeza, la mano y el corazón de Eiichirō Oda. Y es por ello que avanza por una ruta de adaptación que termina beneficiando a su resultado final.
Por ejemplo, sin calcar al pie de la letra la historia, y creando cambios al tener el beneficio de una visión más panorámica al tener el respaldo de un manga que ya lleva más de 100 tomos y un anime con más de 1000 episodios, decide ser fiel a la esencia de One Piece para exploran las relaciones de los personajes que terminan dando pie a la propia creación de los tripulantes del mejor barco de todos, el Going Merry.
Al mismo tiempo, sin poder explotar del todo a las personalidades de Luffy y compañía, lo que de por si era lo más complicado de adaptar, ya que el traspaso al live-action quita aspectos más caricaturescos propios de las viñetas o la animación, de todas formas aprovecha su certero casting para adaptar una versión de los personajes que no se sienten como una traición ni algo fuera de lugar ante la obra original. Y también ayuda el acertado casting de Luffy.
Más aún, asumiendo que no puede tener diseños como los del manga en algunos personajes ni puede recrear de punta a cabo a la extensión de los escenarios, igual esta serie se enfila para crear un mundo live-action que calza y no desentona con la obra original. Y es ahí en donde está probablemente su mayor fortaleza.
Entonces, ¿Es la mejor adaptación posible? Probablemente eso está por verse en futuras temporadas, pero este live-action de One Piece está mucho más cerca de certeras adaptaciones como Speed Racer que de fracasos imperdonables como Dragonball: Evolution o Los Caballeros del Zodiaco. Y eso, señoras y señores, es razón suficiente como para que los fans de Luffy y compañía salten en una pata, ya que no son víctimas de una de esas afrentas a las que lamentablemente ya estamos demasiado, demasiado, demasiado acostumbrados.
La primera temporada de One Piece ya está disponible.