Durante el año 2000, como una carta de presentación de los avances técnicos que se vendrían en el nuevo siglo que estaba por comenzar, Disney estrenó Dinosaur. Fue una película que en su momento sorprendió por ser toda una maravilla técnica que mezclaba animales prehistóricos realizados con animación digital y fondos realistas filmados en diversas locaciones, entregando algo nunca antes visto en pantalla grande. Claro que, más allá del dulce visual que representaba, fue olvidada de su historia sin condimento.

Pero como su aporte al fotorealismo fue clave, y la experiencia de verla en el cine tuvo mucho en común, inevitablemente la recordé mientras veía a la nueva versión de la extremadamente popular propuesta de El Rey León. Claro que la gran diferencia entre ambas,  y esto es también algo por lo que recordé a la película de los dinosaurios, es que pese al empeño del estudio por venderlo en su marketing como un producto de su factoría de remakes live-action, esta nueva película está completamente hecha con animación digital.

Expuesta esa base, este nuevo Rey León es toda una maravilla técnica mientras los animales se mueven y no abren el hocico. De hecho, uno se cautiva al intentar notar cuáles son los pixeles que no son tan buenos en su fotorealismo. Por eso esta nueva versión de la historia de Simba tiene lo básico: los mamíferos e insectos son absurdamente realistas y los escenarios trasladan al pie de la letra lo visto en la película original.

También se puede argumentar que la expertiz de los genios responsables de su animación digital supera lo que ya se había hecho bajo el amparo del propio director Jon Favreau en la nueva versión de El Libro de La Selva. Una vez que Simba es presentado como cachorro, la película ya justifico gran parte de su existencia solo en su gran nivel visual.

Pero, por otro lado, la experiencia de ver este nuevo Rey León se vuelve completamente letárgica, cortesía de la inevitable comparación que minuto a minuto se va estableciendo con la película animada más popular de la historia de la factoría Disney. Es ahí en donde no solo el relato pierde fuerza, con secuencias completas que son una desaliñada recreación de la magia de la animación tradicional, sino que también pone sobre el tapete una duda: ¿Qué sentido tiene haber hecho esta película?

El problema, claro está, es que esa interrogante nunca debería estar sobre el tapete en un remake. Las buenas películas de ese tipo siempre tienen algo que aportar, pero aquí el único plus es lo que justamente lo pone en entredicho: el traslado realista a una película animada. Dicha situación provoca no solo que el relato pierda gracia, pues las nuevas secuencias con las más populares canciones representan un abismo creativo sin fondo, sino que también los personajes pierdan fuerza.

Eso inevitablemente ocurre al remover elementos de cartoon para imprimir realismo, pero como esto es un remake, no hay forma de evadir la critica ni menos de justificarlo ya que es un punto que va relacionado directamente al por qué se hizo esta producción.Al mismo tiempo, también es su peor pecado, ya que el Rey León tiene al que probablemente es el personaje más carismático de Disney, el buen Pumba, y su jabalí replicante digital está a años luz de su gracia.

El quiebre, en ese sentido, va asociado a una cosa: el cortocircuito que genera el constatar cómo esta recreaciones digitales realistas se expresan una vez que deben decir sus diálogos. Lo que genera ver a los animales moviendo sus hocicos, removidos de cualquier expresión humana para no entrar en el valle inquietante, lleva a un terreno muy raro. Como una recreación que se sobrepone a un cartoon y que no tiene cómo diablos funcionar ya que no puede seguir las mismas reglas.

Aunque esa situación no es algo que ocurra de forma tan notoria con los leones, sí se vuelve común ante los diálogos y performance de las hienas o Pumba, ya que eran los personajes más caricaturizados del original. Mientras Timón, al ser un suricata, y Rafiki, por su condición de mono, están más o menos blindados, las hienas y el jabalí son completamente removidos de sus mejores momentos, por lo que no esperen una adaptación que sea un calco de fotogramas. Olvídense de ver a Timón y su baile del hula-hula.

Al final, lo que más queda es que la historia base de El Rey León es lo suficientemente atractiva, en su mezcla de elementos de Moisés y Hamlet, como para mantener la atención hasta el final. Más allá de que este replicante esté despejado de los elementos más caricaturescos para vender su realismo, aquí la historia no tiene grandes cambios, los quiebres en el relato son calcados y la mayor parte de las escenas que esperan ver están aquí. El resultado final es justamente lo que esperan aquellos que quieren ver la misma historia, pero solo con un cambio de fachada.

Pero el notable resultado técnico no logra ocultar que ninguna escena es mejor que lo hecho en la película animada original y esa es la idea que más me quedó una vez que comienzan los créditos finales. Quizás sea porque, a la larga, aquello es lo que deja en claro que el ciclo sí puede tener fin.

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