Hay un factor que definitivamente eleva a Elvis, el cual tiene relación con los elementos que la distancian de las películas biográficas tradicionales. Muchas de las cuales son definidas como meros cebos para el Oscar.
Obviamente por un lado está toda la realización cinematográfica de edición frenética dirigida por Baz Luhrmann, un cineasta que siempre ha experimentado con las formas, tal y como ha quedado en evidencia desde “Romeo y Julieta” o “Moulin Rouge”.
Pero también está una idea, una definición establecida en el corazón de esta película: sus realizadores llegaron a la conclusión de que Elvis Presley simplemente fue, es y será un talento irrepetible.
Claro, en la película hay un excelente trabajo de aproximación física y sensorial, especialmente en lo que concierne a la necesidad de transmitir la revolución hormonal del rock generado por el hombre de la pelvis, por lo que ese elemento de los biopics no está ausente.
Pero a pesar de que hay una gran interpretación del rey del rock a partir del trabajo del actor Austin Butler, tan importante como aquello es la forma en que la película acentúa el contexto cultural, histórico y de relaciones interpersonales que terminaron marcando a lo que representa el intérprete de “Suspicious Minds”. Más que intentar imitarlo, lo que logran es escudriñar en todas las facetas de un ícono.
Poniendo sus cartas sobre la mesa, en una historia que toma como punto de partida a un narrador no fiable en base a la figura del polémico manager del artista, el Coronel Parker interpretado por Tom Hanks, Elvis se desvive por contar la experiencia visceral de su personaje principal desde múltiples prismas.
De ahí que mucho de lo que se cuenta en palabras no calza con las imágenes y el relato se ve completamente abrumado por la hecatombe que genera Presley en su transformación como músico exitoso, estrella, ícono pop y, finalmente, leyenda.
Al mismo tiempo, la película da cuenta de su música característica, pero esta no es utilizada como una especie de karaoke de grandes hits al servicio de mantener a la audiencia cantando al compás en la sala de cine. De ahí que la puesta en escena, por ejemplo, se entrelaza con las imágenes para profundizar en las inspiraciones e influencias de ese sur de Estados Unidos marcado por los conflictos raciales que determinaron la generación de este fenómeno musical.
Pero además de la música también hay todo un manejo sonoro que se interconecta con las sensibilidades que el equipo comandado por Baz Luhrmann quiere plasmar. Ahí están los gritos de los fans, los reportes noticiosos y los choques de declaraciones que sirven para plasmar a la psiquis del propio Presley, pero también a la cultura general y el entorno que posibilitó la explosión tanto del hombre del rock de la cárcel como la de su cuestionado manager.
Elvis es una película que apunta a muchos objetivos y ciertamente no da en el blanco en todos, lo que explica las reacciones que ha generado el personaje de Hanks, pero definitivamente logra capturar la transformación de Elvis en celebridad, la valoración de su talento como artista, el costo de la fama y una vorágine que se sumerge tanto en lo público como en lo privado, en lo íntimo como lo superficial.
Por eso Elvis logra algo muy jugado: entregar una visión sobre una leyenda que tiene en claro que nunca podrían replicarlo al pie de la letra. Por eso su propuesta transmite tanto que no hay un solo Elvis, pero Elvis hay uno solo.
Elvis ya está en exhibición en cines.