En las películas deportivas, siempre existen algunos elementos que se vuelven recurrentes. Sus protagonistas deben sobreponerse a las barreras que se ponen a si mismos para lograr la victoria o deben superar las trabas que puestas por el propio entorno en el que se mueven. Y generalmente, ambos factores actúan a la vez.
La gracia de Ford v. Ferrari, titulada en Latinoamérica como "Contra lo Imposible", va de la mano de un elemento adicional. Durante un momento de la película, el conductor británico Ken Miles explica que, más allá de las pegas habituales, hay gente que hace lo que le gusta y por eso consideran que no están haciendo un trabajo. Pero también están aquellos que se obsesionan con la idea de que existe solo una cosa que deben hacer en este mundo y se ahogan si no lo llevan cabo. En su caso, esa idea va relacionada a la necesidad de lograr una vuelta perfecta en un circuito de carreras.
Aunque su comportamiento iracundo podría ser entendido como la traba que debe sortear, lo cierto es que la película de James Mangold, quien probablemente hace aquí su mejor trabajo como director, establece que sus impulsos no se pueden cambiar y que de hecho potencian al motor de sus convicciones.
Por eso el nudo central de esta película se relaciona con el desafío que tiene para lograr su vuelta perfecta, ya que solo puede vivir para obtenerla. En la pista también está el visionario automotriz Carroll Shelby (Matt Damon), quien debe confrontar todo el peso de las exigencias que ponen desde la compañía Ford a su misión de ser los primeros en lograr la bandera a cuadros.
Basada en la historia real del conflicto entre las dos automotoras, generado tras el fallido intento de adquisición concretado por parte de la automotora estadounidense, Ford v. Ferrari nos presenta una ruta a la legendaria carrera de las 24 horas de Le Mans en 1966, además del objetivo comercial con tintes vengativos que se traza Ford para romper la hegemonía de los italianos y los diversos conflictos que se generan una vez que las corbatas se convierten en los agujeros que arruinan la pista.
Centrándose en el trabajo que realiza Shelby, junto a su equipo técnico y la conducción de Miles, para desarrollar el GT40, al centro de todo está un bólido que debe ganar la competencia a como de lugar, ya que el orgullo del dueño de la compañía Ford está en juego. Y ese es un elemento no menor, pues es la gran cruz que debe cargar el resto.
Esa situación se debe al hecho de que no solo Enzo Ferrari se negó a vender su compañía en el último minuto, debido a que Ford instaló una cláusula que les impediría competir, sino que también por la mayor ofensa que el estadounidense podría haber recibido. En su condición de jefe absoluto que ama lo que hace, el viejo Ferrari remarca que el presidente de la Ford Motor Company es solo Henry Ford II y no el original.
Mientras ese golpe al ego impulsa a la causa norteamericana, el legado es uno de los elementos cruciales para gran parte de los involucrados. Está el legado de ganar una carrera tan importante, el legado de demostrar que se está a la altura de los impulsores del automovilismo o, simplemente, lo que se deja a los hijos por parte de los padres. Pero la ambición económica, el poder del dinero y la descorazonada mercadotecnia que actúa con sus fuegos artificiales, no solo ensucian a la competencia, sino que también al deseo puro de encontrar la perfección en la velocidad.
Ahí es clave el accionar de Leo Beebe (Josh Lucas), quien es el principal antagonista al desarrollo y pruebas que se llevan adelante para el Gt40, ya que un primer encuentro con Miles le desagrada tanto, que simplemente se decide a hacerle la vida imposible. Por eso, más allá de la disección histórica, las libertades creativas de Ford v. Ferrari solo empujan hacia adelante a esta historia, haciendo que hasta las largas discusiones entre hombres obtusos tengan el suficiente combustible.
Cargada de testosterona, especialmente por cómo se retrata a un mundo de hombres obstinados, Ford v. Ferrari es uno de los mejores estrenos del año tanto por la compenetración de su elenco, y la notable performance de Christian Bale, cuya intensidad da espacio a la ternura en la relación de su personaje con su esposa e hijo, como por el hecho de que James Mangold maneja muy bien los hilos de su motor.
Más aún, aunque el peso está en las actuaciones y la construcción de las escenas, esta producción también tiene algunas de las mejores secuencias de carreras de la historia. Sin la necesidad de cámaras movedizas o un exceso de cortes de edición, la cámara siempre está dónde debe estar. Y lo hace para transmitir la sensación de velocidad de una experiencia tan vertiginosa como la que está al centro de este relato, que está evadiendo choques a cada rato.
La batalla entre el genio, y el impulso deportivo de ganar, no por ser el mejor sino por lograr el desempeño perfecto, colisionan constantemente contra la burocracia económica, mientras lo que está en juego va de la mano del crecimiento de sus dos personajes principales interpretados por Bale y Damon. Algo que es clave para entender que aunque un piloto puede ser el mejor del mundo, ganar una carrera no solo depende de quién está detrás del volante.
El último tercio de la película es tan bueno, especialmente por la forma en que recrea la tensión de una carrera, que se paga con creces el hecho de que hay un largo trecho de historia para llegar a ese momento. Al mismo tiempo, aunque la batalla de voluntades dentro de la compañía Ford sigue siendo el foco, esa última recta logra una energía palpable que presiona el acelerador a fondo y el resultado es una victoria completa para todos los involucrados.
https://www.youtube.com/watch?v=hFoJnkHrDSg