Review | Ghostbusters: El legado, avanzando a punta de protones de nostalgia
La nueva producción de la saga es una reimakuela (parte reinicio, remake y secuela) que funciona mejor que la media de ese tipo de películas. En ocasiones utiliza ese impulso para hacer algo que vale la pena, pero en otros momentos tropieza inevitablemente consigo misma.
En ocasiones, Ghostbusters: Afterlife funciona en la línea de aquellas películas para toda la familia que bombardeaban la programación televisiva de esas tardes de cine que encantaron a todos aquellos que vieron Los Cazafantasmas siendo menores de edad hace 20 o 30 años.
En esos momentos funciona también como una actualización bien ideada para que toda una nueva generación se encante con los equipos de protones, las trampas y el Ecto-1. Y es en esas instancias en donde esta nueva película dirigida por Jason Reitman, hijo del director de la obra original, se justifica y logra convertirse en una experiencia mucho más amena de lo que podrían haber esperado todos aquellos que teníamos casi nulas expectativas.
La nube que se posa sobre esta producción, para bien y para mal, tiene relación con la nostalgia. Después de los resultados de la vilipendiada película anterior, la versión 2016 que intentó valerse por si misma para crear una nueva historia, esta nueva entrega es en toda regla una secuela que no esconde su búsqueda de conectar directamente con las películas originales. De ahí que esto básicamente funciona como una Cazafantasmas 3 situada más de 35 años después de las aventuras de Peter, Ray, Winston y Egon.
Este último se convierte en la clave de todo, ya que siguiendo el destino del actor que lo interpretó, la película comienza con una despedida en pantalla que deja en claro que el relevo - y la misión de salvar el día - debe ser tomado por una nueva generación.
La tarea en cuestión involucra a un nuevo equipo, conformado básicamente por los nietos de Egon y los amigos que conocen en el pueblo al que llegan junto a su madre, luego de que su única salvación sea vivir en la vieja granja aislada que le pertenecía al viejo cazafantasmas. Y dicho lugar, obviamente, es una casa destartalada plagada de secretos sobre lo paranormal listos para ser descubiertos y que tienen relación directa con una gran amenaza ancestral que retorna.
Mucho de lo anterior se impulsa por un elenco juvenil que funciona mejor de lo esperado, pero también por el hecho de que la hija de Egon, que nunca fue mencionada en las dos primeras películas, tuve un distanciamiento total con su padre. Ella siente que fue completamente abandonada una vez que Egon dejó todo para recluirse en la granja sin razón aparente. Y eso provoca que sus nietos no tengan idea del legado que acarrean.
En ese esquema general, Ghostbusters: Afterlife se instala como toda una reimakuela. Por un lado es un reinicio de la franquicia, ya que todo vuelve a fojas cero, no solo para dejar en claro que no todos recuerdan el hito paranormal del equipo original, sino que para ser un borrón y cuenta nueva para la propia franquicia. Al mismo tiempo es un remake, ya que se tocan muchas teclas conocidas al servicio especialmente de los fans de la saga. Y finalmente es la secuela en cuestión que generalmente está bien contada en torno a un legado olvidado, pero que irremediablemente termina tirando las dosis de nostalgia a palazos en la cara.
A pesar de quie esa añoranza de por si no es algo malo, sí es necesario recalcar que generalmente solo funciona en pantalla cuando la narrativa la implementa en busca de un sentido que vaya más allá de un guiño vacío o una lágrima. En ocasiones esta película utiliza cartas conocidas de buena forma, pero inevitablemente también es una exponente de decisiones que descarrilan su propio avance en pro de hacer el llamado inevitable de las cosas que marcaron a la película original.
Sin entrar en detalles, el gran problema de esta película radica en el hecho de que se cae justo en el momento de los quiubos: cuando debe cerrar el arco de los nuevos personajes a los que estaba impulsando. La resolución a la que llega esta historia inevitablemente funciona a la hora de tocar teclas emotivas, y no hacerlo implica solo la existencia de un corazón de carbón en el pecho, pero también es necesario puntualizar que a eso se llega a costa de varias cosas que construyen.
A pesar de lo anterior, Ghostbusters: Afterlife logra validar su espacio gracias a la nueva generación. Y es ese viaje el que permite que esta película sea mucho más exitosa que otras populares reimakuelas de los últimos años, como el bendito Episodio VII de Star Wars. Esta película está mejor pensada y es mucho más exitosa en su viaje, a pesar de que por momentos la propia nostalgia haga zancadillas de forma muy inórganica.
Ghostbusters: Afterlife ya fue estrenada en cines.
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