Lucasfilm cada vez busca instalarse más como una contraparte de lo que hace, en su misma actual familia, Marvel Studios. Pero considerando que la saga, a través de lo que antes se conocía como el universo expandido de libros y cómics, ya explotó con anterioridad todo lo que implica la serialización de historias que ahora están marcando a las franquicias cinematográficas, las posibilidades de generar spinoffs no tenían límites para aquella galaxia muy, muy lejana.
El problema es que el punto de partida de estas iniciativas ha estado intrínsecamente relacionado a lo que fue la trilogía original de Star Wars. Casi como una necesidad vital, los equipos conducidos por la productora Kathleen Kennedy han explorado elementos tangenciales que ineludiblemente abren las puertas de la nostalgia y la entrega de fanservice para hacer la contradictoria propuesta de "algo nuevo" con aquello que ya fue. Es decir, riesgo nulo.
Pero si bien Rogue One sacó el jugo a una idea que en el papel no era tan atractiva, con el robo de los planos de la primera estrella de la muerte, ahora la compañía productora decidió explorar ahora qué es lo que definió en su origen a uno de los personajes más emblemáticos de la saga: el Han Solo interpretado por Harrison Ford.
En ese escenario, no solo la ausencia del actor original, y las posibilidades de crear una mera imitación, se instalaban como desafío, ya que también estaba la restricción propia que surge en el proceso creativo de abordar algo que, quizás, no era tan importante de contar. Para justificarla, tenían que jugársela a salir de los límites ya predeterminados. Pero eso es lo que menos sucede aquí.
El principal problema de Han Solo: Una Historia de Star Wars es que nunca justifica su existencia, ya que salvo algunos momentos visuales atractivos, la sustancia de la historia no aprovecha la oportunidad para contar algo que sustente la realización de esta película. Tras verla, queda la impresión de que realmente no cortaron mucha tela.
Su historia, por ejemplo, desde el comienzo nos presenta a un Han Solo viviendo entre la chatarra de su mundo natal que debe responder ante una jefa criminal que domina las opacas calles del planeta Corellia. El problema es que este Han demuestra desde el comienzo que no es muy diferente de lo que terminará siendo en el futuro, por lo que el arco de su historia se siente plano, sin visos, carente de justificación.
En ese camino, en el que los diálogos expositivos se hacen su propia fiesta para mermar la calidad del relato de esta secuela, también introducen un interés amoroso del que Solo es apartado, para luego mostrar cómo Han inevitablemente intenta desligarse de las responsabilidades en el Imperio que le permitieron escapar de su planeta. Ese es su punto de partido.
Su relato luego avanza precisamente por todo lo que esperan: conoce a Chewbacca, establecen una amistad, dan con Lando Calrissian y se suben al Millenium Falcon, agregando un par de cosas en el camino. Es decir, están todos los puntos que requiere una película de orígenes predeterminada por lo que ya conocemos.
Han Solo: Una Historia de Star Wars avanza en ocasiones de forma torpe en su relato a través de mundos de diseño poco atractivo, situaciones de vida o muerte que pierden terreno por las propias restricciones de las precuelas, en las que está claro qué cosas pueden y no pueden pasar. Sumen una serie de otros elementos que le bajan los bonos a una producción inocua, que no ofende, pero tampoco deleita. A grandes rasgos, no es ni chicha ni limonada. Ni fu ni fa.
En esta precuela, por ejemplo, tienen la más burda de las explicaciones sobre el por qué Han Solo tiene ese apellido, aunque también es necesario recalcar que es peor el tratamiento que le dan al injustificable nexo con cierta rebeldía en el universo. En esa línea, y a pesar de que esta historia se sitúa en una gigantesca galaxia, inevitablemente las condiciones franquiciadas dan pie a que todo esté relacionado con todo, aún cuando ese tipo de decisiones narrativas hacen que todo se vuelva pequeño. ¿No es justamente lo contrario lo que debiesen hacer para expandir en vez de contraer su universo?
Esto no quiere decir que Han Solo: Una Historia de Star Wars sea una mala película, pero el problema con los productos regulares es que pese a que tienen sus buenos momentos, en la suma para la raya no generan lo suficiente y terminan pasando al olvido. Y esa debe ser la peor de las condenas para una película centrada en un personaje secundario tan popular y carismático.
Quizás lo más decidor es que aunque no eran pocos los que esperaban que esto fuese un completo fracaso, debido a los bullados problemas con su cambio de director, pero el resultado final es lo suficientemente eficiente como para que la película no se transforme en una experiencia divisoria. Tiene todo para hacer un saludo a los fans que no quedaron conformes con el Episodio VIII, así como también enganchar a nuevas audiencias que no están ni de cerca comprometidas con la saga.
De todas formas hay que considerar que la falta de riesgo parece intrínseca a este tipo de producciones, en donde cada vez es más que evidente que los ejecutivos ya no se esfuerzan en justificar la existencia de las películas franquiciadas. Son porque está la oportunidad de recaudar dinero y el resto puede quedar en un segundo plano, porque con el hecho de que la película sea lo suficientemente eficiente, se salva la plata de la inversión y se pueden abrazar las ganancias. A la larga, eso es Solo.
Lo lamentable es que sí había espacio para más. Está el oficio de Ron Howard a lo largo de toda la película, ya que al menos hay tres secuencias de acción sólidas que funcionan muy bien, lo que eleva la vara con todo aquello que no logra cuajar debido a los problemas de producción que afectaron a la película. También al menos hay un momento en donde juegan contra las expectativas: lo que sucede en Kessel. Esa instancia, definida desde la primera película de la saga como un momento de gloria del Falcon, es tan notablemente bueno, y el Han Solo interpretado por Alden Ehrenreich está tan suelto, que da lata que el resto de la película no esté a ese mismo nivel.
Por otro lado, y aunque en las redes sociales se intenta vender a Lando como lo más brillante de este spinoff, quizás más por lo que representa la figura de Childish Gambino que otra cosa, la verdadera estrella termina siendo Chewie. El wookie tiene los mejores momentos, ya que con su figura abrazan la condición que originalmente tenía el personaje de Han Solo como secundario y son sus instancias las que sacan partido a la condición de precuela, para ir contra lo esperado. Pero en el resto no hay mucho de eso y, a la larga, no mucho queda.
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