El terror durante la última década se instaló con todo en el bajo presupuesto. El éxito de películas como Actividad Paranormal provocó que los grandes estudios apostaran por películas de costo mínimo, que pese tener lo suyo, de todas formas parecen todas cortadas por la misma tijera.Hay un modo de hacer terror que se ha vuelto muy lucrativo y por eso han proliferado clones. Los mismos que semana a semana llegan a las salas de cine con mayor o menor éxito.
Por un lado está casi toda la producción de Blumhouse y, por otro lado, lo que Warner Bros. implementó ante el hit de El Conjuro. Solo las propuestas independientes, como The Witch, It Follows o Babadook, han salido del esquema de los sustos fáciles de ruidos estridentes, para entregar algo más consistente, con visión, con una propuesta más allá de aterrar con una entidad diabólica que pena entre la oscuridad.
De ahí que It es una anomalía. Sin ser ostentosamente costosa como las precuelas de Alien de Ridley Scott, sí puede considerarse como un blockbuster de terror. Pero al mismo tiempo, está más emparentada con las películas independientes antes mencionadas, que con las más lucrativas propuestas de terror barato.
Gran parte de aquello radica en el hecho de que su director, Andy Muschietti, se nutre de una escuela más clásica para establecer una propuesta madura, que no cae en la nostalgia barata y que se preocupa más de perturbar con miedos muy infantiles, tanto por traumas terrenales como aquellos incidentes que no tienen explicación, que de generar una sucesión de saltos momentáneos que de todas formas sí los tiene. It quiere quedarse en nuestra retina y por ello se preocupa más de perturbar, que de asustar efímeramente pese a que la amenaza del payaso está siempre presente.
Siguiendo la base de la novela de Stephen King, pero centrándose solo en los segmentos en que la historia presenta a la infancia del ficticio y condenado pueblo de Derry, el primer punto relevante de esta propuesta es que está más emparentada con los niños de Stand By Me que con los de Stranger Things, quizás la propuesta de terror más popular del momento, pero que roba descaradamente al rey del terror.
Los personajes principales actúan como niños y no como caricaturas blandas, utilizando a la década de los ochenta como telón de fondo y no como un festival de guiños de la cultura pop. En ese sentido, el gran valor de esta versión cinematográfica del clásico de terror literario radica en que su casting, ya que la elección de sus actores es su principal arma.
Tanto las caracterizaciones de sus personajes al foco de la historia, el querido Club de los Perdedores, como el demoníaco payaso Pennywise, son realmente sobresalientes en sus respectivos roles. Y ese no es un triunfo menor. Sin ello, la película no habría resultado.
Esta segunda adaptación del coloso de alrededor de 1.100 páginas de este modo no solo sepulta definitivamente a aquella popular miniserie, que algunos aún levantan por pura nostalgia, sino que también rescata la idea de que el mundo adulto representa un terror tan relevante como aquél que está encostrado en las raíces del pueblo en el que una maldición despierta cada 27 años.
El foco de Muschietti, quien también colaboró en el guión tras la salida de Cary Fukunaga, da cuenta de una serie de imágenes que alternan pesadillas aterradoras, y en ocasiones ridículas, con una serie de momentos realmente graciosos que dan vida a sus personajes y potencian al grupo de protagonistas. Aquellos que se relacionan, pelean, abrazan y llegan a la conclusión de que solo unidos pueden derrotar a la amenaza.
Esa amenaza es It, que es el pronombre que utilizan los niños para describir al mal desconocido. Este ser, cuyo origen no está en el foco en esta primera película, comienza hostigando a quienes desea como sus próximas víctimas. Mientras el pueblo actúa con naturalidad ante las sucesivas desapariciones de los menores de edad, y los adultos no perciben el terror que expande la criatura, esta historia nos presenta desde el comienzo una sucesión de secuencias en las que cada uno de los siete perdedores son testigos de las maquinaciones horroríficas de un ser que se vende como un payaso bailarín.
Interpretado de forma siniestra por Bill Skarsgard, quien entrega una de las caracterizaciones villanas más notables del último tiempo. Su Pennywise logra evadir la sombra emblemática de Tim Curry, protagonista de la miniserie de TV, aunque en los gestos de su rostro también se nota cierta influencia del Joker de Heath Ledger, especialmente en cómo juega con su boca, lo que funciona notablemente.
En contraste, quizás uno de los puntos más débiles de esta película radica en el hecho de que sus secuencias de suspenso están bien trabajadas, pero a medida que avanza la historia son cada vez menos potentes. Parte de ello se debe a que mientras más se muestra de Pennywise, la historia también busca resolverse dándole más valor a sus personajes, que al comienzo actúan como cualquier persona actuaría ante una entidad que se nutre de los terrores más profundos de cada individuo.
Pero también en su proceso hay cierto vacío inevitable, ya que solo abordan una parte de toda la saga y existe aún todo otro segmento de la historia que debe nutrir de contexto y significado. Más allá de eso, uno de los cambios de esta adaptación es trasladar la historia desde la década de 1950 hasta fines de los ochentas, lo que provocará que la secuela suceda en un entorno contemporáneo, tan terrorífico como nuestro presente en el que Donald Trump es presidente.
Pero en lo que concierne a esta primera entrega, la historia se extiende por cerca de nueve meses, desatando su terror con el brutal asesinato de Georgie Denbrough. Es una de las escenas más clásicas del libro, pero es traspasada a la pantalla grande de una forma inquietante que no pierde la perversión que marca al original.
Adaptada al pie de la letra, con el niño persiguiendo a un barco de papel creado por su hermano Bill (Jaeden Lieberher), el primer gran cambio de la historia es que una vez que Pennywise lo invita a flotar, y logra arrancar el brazo del menor, en el lugar no queda un cuerpo como rastro de la pesadilla. Y esa decisión narrativa marca al resto de la película, en un cambio que realmente funciona en pro de sus personajes que quieren y necesitan estar juntos, creando casas en sus respectivos corazones.
A diferencia de la historia original de King, y también de la adaptación televisiva, esta versión nos presenta a un Bill que no ha perdido la esperanza de encontrar a su hermano. Al no existir cuerpo de Georgie, al no poder enterrarlo, se abre paso a un sentimiento de pérdida incompleta que es lo que gatilla al personaje a confrontar al payaso.
El resto sigue la dinámica base, pero dándole sustento audiovisual a la relación entre sus personajes, quienes terminan sus obligaciones escolares justo el día en que comienzan a experimentar el terror de eso y a confrontar directamente el terror del bullying que representa el psicópata Henry Bowers (Nicholas Hamilton). El grupo de amigos que debe enfrentar los terrores incluye al hablador Richie (Finn Wolfhard), el hipocondríaco Eddie (Jack Dylan Grazer) y el escéptico Stanley (Wyatt Oleff), quienes se insultan, se molestan, se sacan la madre y se tratan como lo haría cualquier niño.
Los tres aprovechan un plan de Bill, quien se salvó de los tormentos de Bowers durante todo el año escolar debido a la muerte de su hermano, quién los lleva hasta los terrenos baldíos. Es en ese lugar, ubicado en las afueras del pueblo, en donde comienzan a notar que la suciedad de las cloacas esconde un terror.
Al mismo tiempo, también da pie a que crezca el clan, ya que sucesivamente se suman a sus aventuras el afable gordo niño nuevo Ben (Jeremy Ray Taylor), cuyo tiempo en la librería es crucial para dar datos sobre el pasado de Derry, además del solitario Mike (Chosen Jacobs) y la disruptiva Beverly (Sophia Lillis), quien confronta los abusos en su propio hogar y las rumores que la marcan para el resto del pueblo. Todos son lo suficientemente empáticos y molestos como para hacer brillar a la película, aunque los clave sin duda son Lieberher y Lillis, mientras que Wolfhard y Grazer se roban la película.
It es una gran película de terror, con secuencias de acción comprensibles, lo que se agradece en este mundo plagado de cámaras con parkinson, y que están marcadas por un buen suspenso que potencias a sus propios personajes. Además, cuenta con un tratamiento pulcro y bastante elegante, ya que aunque hay sangre, su cuota nunca es lo suficientemente sádica como para mover la cabeza por una reacción de repulsión. Esta adaptación también no solo deja sentir, sino que también transmite su amor por el material original, instalándose en la vereda de las mejores versiones de una obra de Stephen King y no en aquella plagada de varios basureros.
Quizás el ritmo peca a veces de esquemático, y las transiciones entre secuencia y secuencia terrorífica obviamente no logran el nivel de prolijidad y profundidad de la obra de King que mezclaba el presente adulto con el terror infantil olvidado. Pero la película está lo suficientemente desarrollada para comprender que Derry es un lugar definido por sus traumas y secretos enterrados, permitiendo que un miedo primitivo se alimente del abuso que se calla, los padres ausentes, los adultos sobreprotectores que los quieren modear a su imagen y semejanza o de la incapacidad de intervenir cuando alguien pide ayuda. Esos terrores cotidianos son la fortaleza escondida de la película, que deja en claro que aquellas cosas que podíamos hacer a los 11 años, habitualmente no se pueden volver a hacer.
Los adultos, tal como escribió Stephen King, son los verdaderos monstruos y ese elemento está presente en una adaptación que cumple con creces, diferenciándose de la oferta habitual de las películas de terror por tener verdadera sustancia. Quizás nunca tendremos la película de It que querrán los más talibanes con la obra del rey, pero ciertamente aquí tenemos una que es tan fiel a su esencia, que nos deja queriendo flotar para alcanzar una secuela que complemente todo lo que aquí hemos visto.
https://www.youtube.com/watch?v=bEs73a38Wv0