Mi Pobre y Dulce Angelito tiene una idea que podría haber sido interesante: subvertir la dinámica que enfrentaba a un niño y un par de ladrones en la película original. Hacer que el niño fuese el malo del cuento y que los invasores estuviesen en lo correcto. El problema es que pese a que esta película genera un cambio, no hace nada que valga la pena con esa idea. Absolutamente nada.
Peor aún, todo el resto que compone a esta producción, que funciona como una reimekuela (parte reinicio, parte remake y parte secuela), no se justifica más allá de la necesidad corporativa de hacer uso de una marca tan reconocida. Y la desgracia de todo también es que el resultado de esa explotación comercial genera una película que es un insulto, una ofensa al legado de las películas originales - especialmente la primera - y la imperecedera historia creada por el recordado John Hughes.
En el caso de esta nueva patita de la franquicia, estrenada directamente en Disney+, su propuesta nos presenta a un nuevo niño adinerado - llamado Max Mercer e interpretado por Archie Yates - que se queda solo en su hogar tras ser olvidado por su familia durante un viaje familiar a Japón. Es decir, cuenta con la misma base de siempre.
El problema es que la subversión de la historia conocida nos entrega una de las tramas más burdas del último tiempo, ya que el pequeño Max defiende su casa de ladrones que irrumpen en búsqueda de un muñeco caro que les pertenece. Ese último detalle es la clave de todo, pero lamentablemente está desarrollada con las patas... por no usar otra parte del cuerpo más apropiada.
Los ladrones, interpretados por Elle Kemper y Rob Delaney, son un matrimonio común y corriente que corren el riesgo de perder su hogar. Mientras reciben a posibles compradores, Max y su madre llegan a su casa por azar, comentan que el muñeco en cuestión podría ser muy costoso y se van. Posteriormente el matrimonio se da cuenta de que el muñeco sí vale mucho dinero, por lo que podría solucionar los problemas que les han ocultado a sus hijos. Pero como no encuentran la pieza coleccionable por ningún lado, obviamente creen que el culpable de la desaparición es Max, el niño con el que tuvieron la mala suerte de cruzarse.
Ante todo ese esquema, lo primero que hay que destacar es que todos los actores están muy mal elegidos, lo que es un verdadero crimen para algo que siga la tradición de Mi Pobre Angelito. Obviamente hubiese sido un milagro que encontrasen a alguien con el ángel que tenía el pequeño Macaulay Culkin, pero Archie Yates se instala como una elección que ni siquiera está a la altura de su meme en Jojo Rabbit. Max es sencillamente un personaje desagradable y la película hace todo lo posible para que esa sensación se potencie.
No mejor les va a los ladrones, los cuales están a años luz del carisma de los bandidos mojados interpretados por Joe Pesci y Daniel Stern. Ni hablar del personaje de la madre, que en este caso no logra generar ni una gota de la conexión emotiva que lograba Catherine O’Hara en su tarea por volver a reencontrarse con su hijo.
Con lo anterior en cuenta, está claro que las comparaciones son odiosas, pero una película como Mi Pobre y Dulce Angelito no hace nada para evitarlas, ya que constantemente está haciendo guiños al original. Por nombrar solo a los crímenes más evidentes, hay diálogos robados directamente de la primera película, la creación de un plan de batalla que es presentado sin gracia alguna y se abusa del juego musical de rememorar a las composiciones de John Williams. Ninguna de esas cosas resulta.
Otro tema no menor tiene relación con las propias secuencias humorísticas de ataque, que en el caso de esta película están a años luz de lo que que logró Chris Columbus y su equipo.
Si en las películas originales toda la dinámica de la violencia funcionaban muy en la línea ACME en el estilo de los dibujos animados, en esta nueva versión le agregaron un riesgo que le quita toda la gracia a su dinámica. Solo por dar algunos ejemplos, en un momento de esta película los ladrones casi se ahogan en una piscina, mientras que en otra se salvan de suerte de estalactitas congeladas dirigidas directamente a sus cráneos. Todo eso no funciona ni en el tono ni en la violencia escapista lograda en torno a Kevin McCallister.
Probablemente podría seguir por horas, pero creo que otro punto imperdonable tiene relación con el hecho de que en esta nueva película le dicen adiós a cualquier tipo de evolución de su personaje principal. Max nunca aprende nada de su comportamiento o de su deseo de alejarse de la familia, mientras que todo el cuento de los ladrones, que son presentados de un modo en el que sus drama nos tiene que importar, no logra ser un contraste apropiado. Las historias paralelas dan como resultado a una experiencia insufrible para todo aquél que tiene aprecio por el ingenio del clásico noventero.
A la larga, creo que solo resta decir que Mi Pobre y Dulce Angelito dura alrededor de 90 minutos, pero la experiencia de verla me pareció una eternidad. Fueron minutos de vida que lamentaré haber desperdiciado con una anécdota corporativa sin alma que no tiene justificación alguna. Es aburrida, tiene pésimos personajes y un entorno que espero no de pie a ninguna clase de secuela.
Si Disney+ me diese la posibilidad, la ocultaría de la plataforma, para que nada me la recuerde nunca más. Y es que siendo sincero, sin haber visto la cuarta o la quinta parte que salieron directo a DVD, nunca pensé que vería algo peor que Mi Pobre Angelito 3 en esta franquicia. Pero pasó.