Desde el primer minuto, Pantera Negra: Wakanda por Siempre no puede eludir al factor que irremediablemente marcó y cambió el rumbo de toda su producción: la muerte del actor Chadwick Boseman.
Sin dar ningún tipo de detalle, el comienzo de la película da cuenta de una Shuri (Letitia Wright) que intenta dar con una fórmula que permita salvar la vida de su hermano, el respetado y querido rey de la nación más avanzada del mundo. El mismo que se ha visto afectado súbitamente de una rara enfermedad.
Sin embargo, pese a los esfuerzos de la joven genio, no existe cura milagrosa, no hay salvación de último minuto, el trono nuevamente queda vacío y el corazón de una familia vuelve a resquebrajarse. Pantalla a negro. Silencio absoluto.
Lo que sigue a continuación es una ceremonia fúnebre que define al tono de un relato que no puede sobreponerse a la pesada mochila que le toca cargar a la producción liderada por el director Ryan Coogler. De hecho, en los primeros momentos de su historia, un decolorido logo de Marvel Studios da paso a un entorno lúgubre, sin la fanfarria clásica de la casa de Kevin Feige, en el que aparecen una serie de momentos de Boseman en el rol de T’Challa. Lágrimas por siempre.
Quizás por eso mismo a nadie debiese sorprenderle que la película nunca logra sobreponerse a la pérdida y eso está claramente definido en los 170 minutos posteriores.
Tampoco es sorpresa que su narrativa sea un viaje que avanza a tropezones y que, a raíz del súbito cambio que tuvo que experimentar el guión, inevitablemente no logre llegar a la consistencia de la primera entrega que logró millones de elogios y dólares. Gran parte de eso se debe a que la película pasa por todas las fases del duelo, dejando en claro que su realización fue un acto de racionalización de la pena empujado por las necesidades tanto de rendir tributo como de que el show de la marca continúe.
Es por eso que Pantera Negra: Wakanda por Siempre está marcada por la ruta que emprende Shuri para sortear durante gran parte de la película a la negación, la ira, la negociación y la depresión de un reino apesadumbrado por una nueva muerte. El propio universo de la saga más lucrativa del cine también busca reflejar el peso del cambio, ya que el resto de las naciones del mundo buscan hacer uso del vibranium y aprovecharse de que Wakanda aparentemente está más desvalida que nunca.
Lo que sigue a continuación es una película en la que pasan muchas cosas, pero en la que casi ninguna se siente realmente relevante. Ni la travesía de Shuri, los quiebres de Wakanda con el mundo o la propia inclusión de un nuevo personaje para incluir en futuras series y películas como es el caso de Riri Williams (Dominique Thorne), logra cobrar vida propia. Ni siquiera el propio reino de Wakanda se siente bien aprovechado, ya que no hay espacio para profundizar en los factores de un reino descabezado ni en adentrarse en la construcción de mundo que tanto marcó a la primera película.
El único punto de redención sin duda es la inclusión de Namor (Tenoch Huerta), uno de los primeros personajes de los cómics de Marvel, quien debutó cuando la editorial era conocida bajo el nombre de Timely e incluía con suerte al Capitán América y la Antorcha Humana original. Todo el foco que tuvo Wakanda en la primera película aquí es traspasado al reino de Talokan, una nación submarina cuyos habitantes comenzaron a respirar bajo el agua hace cientos de años, cuando los conquistadores españoles irrumpieron en las zonas controladas por los mayas. Y su rey, el mutante Namor, brilla al intentar resguardar a este secreto en el abismo de las costas de México.
Cambiando la historia desde el papel, ya que Namor es el rey de la Atlántida en las viñetas, la adaptación cinematográfica logra sus mejores momentos en cada situación que involucra al pueblo Talokan, quien entra en conflicto con Wakanda debido a que en el mundo de la superficie se ha desarrollado una máquina con la capacidad de detectar el vibranium. Y, claro está, rápidamente queda claro que bajo el mar hay tanto o más vibranium que en el reino africano.
En el medio, varios personajes de la primera película quedan totalmente relegados, desde el Everett K. Ross de Martin Freeman al M’Baku interpretado por Winston Duke, ya que la película cede el foco a los personajes femeninos de Wakanda, con Angela Bassett cargando sobre sus hombros a gran parte del peso dramático, ya que la reina Ramonda debe tomar las riendas del país mientras se busca un nuevo rey y Shuri resuelve si es capaz de dejar el escondite de su tecnología. Al mismo tiempo, el retorno de Lupita Nyong’o como Nakia le da una renovada vida a la película, ya que la actriz tiene la tarea de volver a colaborar con su reino luego de apartarse de su hogar antes de la muerte de T’Challa.
Pero, a grandes rasgos, ninguno de los personajes logra llenar el vacío que se profundiza cada vez que se cierne la ausencia del héroe titular de esta franquicia. Y no son pocas ocasiones.
A la larga, tampoco ayuda a que el tercer acto de esta película no esté a la altura de la promesa épica que anticipan desde el comienzo con la guerra entre Wakanda y Talokan, mientras que varios de los hilos narrativos van perdiendo fuerza a medida que el foco va dando pie al resurgimiento de un Black Panther que termina sintiéndose como un mero parche ante la ausencia de T’Challa.
Pero al menos se puede recalcar que la película logra un acto de rendención al abrazar la fase de aceptación. Llega tarde, claro está, en una escena a mitad de créditos, pero esta funciona como un epílogo que sirve para creer que, al menos en un futuro, el legado de T’Challa y el propio Boseman puede solventarse más allá de la pena o el lamento. Que el rebrote de Pantera Negra puede ganarse un lugar.
Pantera Negra: Wakanda por Siempre tendrá sus primeras funciones a partir de este miércoles 9 de octubre.