El primer episodio de la serie de The Witcher no es la mejor carta de presentación. Aunque ponen toda la carne en la parrilla para dejar en claro su prespuesto, el capítulo está plagado de lugares comunes, su actor principal está constipado, el mundo que rodea a "El Continente" no es fácilmente caracterizado y en el medio existe una mescolanza temática que no encamina bien a la identidad de la serie.

En esa primera hora nos hablan de conflictos que separan a la gente, pero poco importa cuando en pantalla solo existe una verborrea poco atractiva que parece no tener rumbo, algo que no debiese existir en un primer episodio.

El segundo, en tanto, solo extiende la idea de que los creadores de la serie estuvieron más preocupados de la acción y de crear un mundo gigante, cortesía del gran presupuesto que tuvieron a disposición, que de crear una narrativa que les diese un sentido. Lo bueno es que un capítulo después, el relato comienza a converger y la serie gana más foco en torno a sus personajes, posibilitando que The Witcher finalmente funcione. Sí, esta es una más de esas series que tarda un par de episodios en dar con un rumbo.

Tomando como base a un par de historias cortas que preceden a la saga central de las novelas de Andrzej Sapkowski, que para muchos es más conocida por los videojuegos que extendieron su historia, la estructura narrativa de esta serie original de Netflix solo comienza a enmendarse a partir del tercer episodio. Es ahí en donde sus responsables dan espacio para enganchar con una propuesta que no es relatada de forma lineal y que va estableciéndose, inicialmente, a partir de tres narrativas paralelas. Las mismas que ya en el quinto episodio comienzan a conectar de forma más directa.

Por un lado de esas líneas está Geralt of Rivia, el solitario cazador de monstruos titular interpretado por Henry Cavill, quien se mantiene generalmente como el gran misterio inexpugnable debido a las tragedias que han marcado su pasado, pero la serie también relata los puntos de inicio clave para las travesías de Ciri (Freya Allan), la princesa de Cintra que escapa y es insistentemente perseguida por el poder oculto que reside en su interior, y la hechicera Yennefer (Anya Chalotra), quien comenzó sus días como una mujer jorobada que solo recibe malos tratos. Esta última es el personaje mejor delineado desde el comienzo.

Es en base a esos tres rostros que la propuesta de The Witcher comienza a salir del foso, especialmente ante la idea de que ellos inevitablemente se reunirán y "El Continente" será cambiado por sus acciones, las mismas que se entrelazan con una profecía mítica que hace que sus destinos se crucen. En esa ruta, aquí también van armando toda una gran mitología plagada de seres de fantasía y puñales por la espalda. A veces, su escenario solo se instala como un mero decorado,  pero en un puñado de ocasiones los responsables de esta serie sí logran que los elementos de fantasía definan a los protagonistas.

Mientras Geralt luce generalmente estoico como uno de los últimos Witchers que caminan, inevitablemente queda en claro que sí se preocupa más de lo que debería en un mundo en el que nadie se preocupa por el otro, mientras que Ciri y Yennefer están definidas por la forma en que se crean sus propios caminos, lejos de lo que de forma pre-determinada quisieron para ellas. Para que dicho enfoque sea eficaz, en The Witcher nos enfrentamos también a un mundo plagado de intrigas, cóleras y desavenencias, en donde solo los más fuertes pueden subsistir y todo juega en contra del trío.

Al mismo tiempo, en un mundo normado por las reglas de los hombres, y eso es clave para las voces que surgen en torno a sus protagonistas femeninas, la serie también pone en tela de juicio a la humanidad y su dominio desbocado sobre un mundo de criaturas en donde las hechiceras también pueden hacer más política que magia. Por eso ninguno de los tres personajes centrales es una persona común y corriente.

Con un tono antológico, en el que gran parte de los episodios presentan a Geralt enfrentándose a una criatura diferente, y como anexo vemos el avance de las mujeres que deben armar su propio camino, la serie entrelaza la intriga de los reinos que están en conflicto con una política fundida por el misticismo. Pero no siempre la mezcla funciona, ya que aunque establecen que los hombres arrebataron la magia de los elfos, e impusieron sus propios términos para crear la historia oficial, también hay los suficientes clichés como para sentir que mucho de lo que aquí propuesta se ha visto realizado de mejor forma en otras producciones.

Al mismo tiempo, mientras los reinos de The Witcher son mucho menos interesantes que la mitología central de cada uno de los protagonistas, durante los ocho episodios que componen la primera temporada de The Witcher se instala la idea de que esta es una mera introducción y lo mejor está por venir a futuro.

Pero puestas las cartas sobre la mesa, la serie adolece por ahora de un factor que la eleve por sobre el resto de series de gran presupuesto que se han estrenado en este año. Más aún, nunca logra salir del nicho y eso es lo que más queda, ya que The Witcher puede tener un montón de presupuesto para hacer lo que se le antoja, pero igual le faltan chauchas para el peso. Solo las promesas establecidas en estos primeros capítulos posibilitan que al menos quede la idea de que el potencial existente no sea desperdiciado a futuro.

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