Como consideré que la primera película de Venom fue un desastre narrativo y creativo, mis expectativas no eran muchas antes de ver Venom: Let There Be Carnage.

A pesar de que el clásico villano de Spider-Man es visualmente llamativo, y sus cómics más recientes han logrado sacarle el jugo a la reinvención de su mitología, la adaptación que llegó al cine en 2018 no se justificaba. De hecho, es firme la creencia de que la primera Venom solo hizo patente las ansias del estudio Sony por explotar a toda la galería de personajes extra que rodean a sus derechos sobre el héroe arácnido. Es decir, era una película que debía hacerse solo porque estaba la oportunidad lucrativa ahí... y la apuesta, sin sorpresa, pagó con creces en las boleterías.

Pero puestas esas cartas sobre la mesa, especialmente por la inevitable comparación con la primera película, Venom: Let There Be Carnage cumple al dar con una forma para justificarse. Y aquello lo logra al tomar la relación protagónica entre el Eddie Brock interpretado por Tom Hardy y el simbionte extraterrestre que lo saca de quicio para volcarla en algo más propio de una comedia romántica.

Si bien la primera parte sentó las bases de la dinámica de interacción entre ambos, en esta nueva película le dan rienda suelta a sus interacciones al expandir la tensión homoerótica y agregar de lleno elementos de romance. Es ahí en donde más resulta su apuesta.

De yapa también está el hecho de que la historia ahora sí cuenta con un villano, el Cletus Kassady interpretado por Woody Harrelson, que tiene algo llamativo para hacer. Tal como en las viñetas, este es un asesino serial que inevitablemente se convierte en una verdadera pesadilla andante al entrar en contacto con su propio simbionte, Carnage. Ese hecho también explica que en esta secuela haya secuencias de acción mejor elaboradas, cortesía de un director como Andy Serkis que inició sus pasos trabajando en la segunda unidad bajo el alero de Peter Jackson en las películas de El Hobbit.

Sin duda son ese tipo de factores los que terminan impulsado a una película que también está súper contenida, sin dar mucho espacio para el respiro de su historia, ya que su duración solo llega a 1 hora con 37 minutos. Y aunque en tiempos actuales hay espectadores que esperan películas cada vez más largas, la extensión termina jugándole muy a favor de esta Venom 2.

A pesar de las cosas que sí funcionan, es necesario destacar que la película inevitablemente mantiene algunos elementos frustrantes de la anterior. El más relevante tiene relación con el hecho de que hay mecanismos narrativos realmente anticuados, obsoletos, más propios de las películas de superhéroes de comienzos de siglo. Aquí hay más de un diálogo expositivo lanzado frente a la cámara para dejar en claro cuál será el próximo paso de la historia, así como soluciones que inevitablemente trasladan todo a una batalla final predecible desde el minuto 1.

Pero aún con esos vestigios de la película anterior, los realizadores de esta secuela toman mejores decisiones. Aquí reducen al mínimo el rol del personaje de Michelle Williams, uno de los mayores puntos bajos de la primera, mientras que también crean momentos novedosos para los usos del simbionte, genera una secuencia espectacular de Carnage en la prisión y plaga su historia de las interacciones entre Eddie y Venom que son lo mejor de todo.

Nada de lo expuesto aquí hará que Venom: Let There Be Carnage sea considerada para ser parte de una lista de las buenas películas de superhéroes, pero de todas formas tiene un par de cosas que la hacen destacar y que evitan que sea un descalabro como la primera entrega. Más aún, sin entrar en detalles, en los créditos hay una secuencias que no solo dará que hablar, sino que impulsará a las expectativas para ver lo que hagan con Eddie y Venom a futuro ahora que removieron las amarras de su relación.

Venom: Let There Be Carnage ya se estrenó en cines.