Review | Wolfenstein 2 y la extraña relevancia de salir a cazar nazis
El nuevo shooter de Machine Games eleva su apuesta con un sólido juego en primera persona que ahora ahonda en temáticas sociales y personales
Los nazis, junto con los zombies, siempre han sido los enemigos por defecto en la historia de los videojuegos. Todos los que llevamos años en el entretenimiento digital hemos tenido que jguar alguna vez para derrotar a las fuerzas de Adolf Hitler y su afán por conquistar al mundo. Y nunca ha sido un problema, pues siempre se ha entendido que los nazis son el símbolo internacional de lo horriblemente cruel y malvado que puede llegar a ser una persona.
Pero llegó el 2017 y la situación política y moral ha cambiado. De pronto, un juego sobre matar nazis se convirtió en un manifiesto político, en un acto que incluso encontró campañas de oposición en las cada vez más impredecibles redes sociales. Pero en vez de retroceder, Machine Games encontró una oportunidad de hacer que su nuevo juego fuese aun más relevante. Y fue así como Wolfenstein 2: The New Colossus terminó siendo en uno de los videojuegos de mayor comentario social contingente, a pesar de estar situado en una ficticia década de los 60 dirigida completamente por los nazis.
Es un sentimiento muy extraño, pero que dice bastante sobre los tiempos en los que vivimos. En la realidad de Wolfenstein 2, el imperio Nazi ha llegado hasta Estados Unidos, convirtiendo a la nación en parte del territorio de Hitler. Una ocupación que, de a poco, nos comenzamos a dar cuenta que fue lograda en parte, por la gran cantidad de intolerancia que existe en la sociedad norteamericana.
Ese lado del conflicto lo vemos en la primera mitad del juego, en donde un moribundo B.J. Blazkowicz, luego de los hechos con los que termina el primer juego, comienza a recordar su vida. En estos flashbacks comprendemos que el padre de Terror Billy era un abusador, un torturador y por sobre todo, un racista como muchos que habían en esa época. La narrativa de la infancia de Blazkowicz nos muestra la idea que el juego intentará transmitir durante toda la historia en este nuevo escenario: que finalmente es la intolerancia la que termina convirtiéndonos en lo peor de nosotros.
La narrativa de Wolfenstein 2 es mucho más compleja que en la del primer juego, cambiando de tono tal como lo hace una montaña rusa: de la melancolía se pasa a risa, de la risa a la ira, de la ira a más comedia y a escenas tan absurdas que no sabemos de donde salieron estas ideas. Pero en el centro de toda estas capas narrativas está la idea central de la revolución, el objetivo que nos moverá como jugadores será la necesidad de crear una resistencia al régimen nazi y liberar a la Tierra de las oportunidades.
Para ello, el grupo original, que se mantiene desde el último juego y que sigue en posesión del U-Boat, la embarcación submarina desde donde se coordina la resistencia, tendrá que buscar nuevos aliados. Aliados a los que hay que convencer de unirse a Blazkowicz y sus amigos para acabar con la amenaza de Irene Frau Engel, la maniática villana de este juego, que es el perfecto estereotipo de la nazi cruel y despiadada.
Y al final es este equipo del círculo de Kreisau el que le da vida al juego. La relación de Blazkowicz y Anya, por ejemplo, quien espera un par de gemelos de ambos, marca gran parte de la tensión dramática del título. Lo mismo cuando, tras llegar a una desolada ciudad de Manhattan atacada por una bomba nuclear, sumamos a nuevos personajes como Grace y Super Spesh. O luego con Horton Boone, un predicador comunista que será clave para reorganizar a las células de la resistencia en Estados Unidos.
Cada uno de los personajes del juego, por muy pequeño que sea su rol, importa, y va cambiando a lo largo de las 20 horas que dura la campaña. Cada cual lleva su pequeño arco y que a veces tiene que ver con la gran fotografía que estamos viendo, pero a veces, simplemente con preocupaciones más triviales, pero que sin duda afectan a un grupo de personas que debe huir de los nazis en un submarino robado. La historia avanza rápido, con muchos giros inesperados, muchos de los cuales terminan entregándole a B.J. todo lo que necesita para su misión: a veces será una nueva habilidad, otras veces, un motivo para vengarse.
¿Pero qué hay con la jugabilidad? ¿Vale la pena haber creado un universo tan diverso de personajes en un juego mediocre? Este no es el caso, ya que el juego sigue casi al pie de la letra la fórmula del juego anterior: un título violento, lineal, lleno de opciones pero también de dificultad y que pone a prueba a cada minuto el concepto de B.J. Blazkowicz como el ejército encarnado en un solo hombre.
La jugabilidad es clásica, aunque a veces siento que es demasiado clásica. Prácticamente todas las misiones del juego son navegar el mapa, matar a los Comandandantes, seguir matando enemigos, activar un switch, escapar. Los ambientes son bonitos aunque no excesivamente llamativos. Sabemos que Bethesda también hace la serie Fallout pero ¿es necesario que cada ciudad que veamos esté en la ruina? Salvo contados episodios, veremos muy poco del Estados Unidos funcionando bajo el régimen nazi, sino que pasaremos más tiempo en bases secretas, misiones de infiltración o viajando a través de las ruinas de las ciudades insurrectas.
Lo bueno es que si bien los escenarios son genéricos, el gameplay se mantiene intacto, y las batallas son intensas, las armas se sienten bien y las opciones siguen presentes: puedes tratar de optar por el sigilo o bien, armarte hasta los dientes y hacer que todas las alarmas suenen y matar nazis a diestra y siniestra. Eso sí, siento que el juego tiene un problema para mostrar la dirección desde la cual te están disparando. El daño se siente, pero a veces cuando son enemigos fuera de la pantalla, las indicaciones no siempre son muy claras.
Pero fuera de eso, el juego es lo suficientemente flexible con sus armas, sus niveles, y la posibilidad de mejorar tu armamento, para adecuarlo a tu estilo de juego. Yo lo jugué como un asesino silencioso, pero claramente había espacio y herramientas para volverse un asesino frenético.
El juego es difícil, y tiene unas curvas bastante extrañas. Hay misiones en las que creerás ir rápidamente hasta pillarte con una emboscada que te tomará varios minutos o incluso horas en resolver. Wolfenstein 2 te da la opción de cambiar al dificultad a tu antojo mientras juegas y no tengas miedo en hacerlo, sobre todo cuando el autoguardado te juega una mala pasada y te deja en una posición de muchos enemigos y poca energía. Pero no olvides luego devolverte a la dificultad original.
Como lo mencioné antes, el juego dura unas 20 horas, con la posibilidad de extender su vida útil con una serie de misiones que aparecen luego en el juego donde hay que matar a los Ubercommanders. Estas escenas reutilizan algunos de los escenarios y batallas, pero con nuevos enemigos y áreas de exploración, y cuya misión principal es la de ir eliminando a estos comandantes y así liberar a las diferentes zonas de Estados Unidos. Pero fuera de eso, al ser una experiencia single player, el juego termina y listo. Quizás quieras intentar pasarlo con otra dificultad o eligiendo la otra opción al momento de iniciar la partida, pero más allá de eso no hay nada.
De todas formas, no me quedan más palabras para recomendar a uno de los juegos más arriesgados de este año. Arriesgado en su propuesta de ser single player en un mundo dominado por las loot boxes y juegos en línea, arriesgado al modificar las normas del juego en la mitad del camino -no puedo mencionar más porque spoiler- y también arriesgado a la hora de tomar como bandera de lucha la discusión sobre la tolerancia que hay hoy y contextualizarla de manera entretenida y sin sermones dentro del juego.
Wolfenstein 2: The New Colossus es un gran juego que los fanáticos del primero no deben dejar pasar y si no jugaste el 1, puedes comenzar sin problemas en esta aventura que nos demuestra que luchar contra los nazis no solo es más divertido que nunca, sino que también es lo que todos deberíamos estar haciendo.
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