A grandes rasgos, Wonder Woman no es la obra que viene a salvar al género de superhéroes de la tendencia que se apega de forma insistente a una fórmula que ya conocemos al revés y al derecho. En su guión existen las suficientes decisiones no resueltas, tanto en historia como en el desarrollo de sus personajes, como para no ser del todo una gran película.
Pero, de forma más importante, la nueva película del universo DC reluce ante los blockbusters superheroicos que le precedieron en su propia casa. También lo hace ante aquellas obras Marvel que están más preocupadas de ser una máquina de salchichas más preocupadas de lo que a futuro estará en cocción.
De hecho, las experiencias previas estaban tan mal cocinadas, más allá de que Batman v. Superman tuviese temas interesantes o Suicide Squad presentase un par de buenas caracterizaciones, que Wonder Woman parece realmente un triunfo ante un modo de hacer películas de superhéroes que no entendieron a sus personajes. Que se alejan de elementos base que deben estar, más allá de los cambios que tiene toda adaptación.
Que esta película consigue lo que otras no han logrado se debe a que finalmente esta es una película que se vale por si misma, que no está preocupada en construir cosas a futuro y, por eso, desarrolla correctamente, y en ocasiones de forma inspirada, al personaje que está en el centro de su historia. Esta es la película de Wonder Woman que se necesitaba.
En un momento se pensó que Wonder Woman corría riesgo de caer en el mismo saco descreído, apático y desolador de las películas de Zack Snyder, cuyo mayor crimen sigue siendo el quitarle la luz a un Superman que solo encontró significado en una muerte de redención no ganada. Lo peor que podía suceder era tener a una amazona opaca, transformada en un ser alejado de las ideas que han impulsado al personaje que William Moulton Marston creó hace más de 75 años.
De ahí que la mayor fortaleza de la película dirigida por Patty Jenkins es que precisamente, aunque por momentos con diálogos banales y expositivos, entiende a su personaje. Más aún, abraza el hecho de que existen elementos bastantes cursis asociados a su mirada de mundo y saca partido a un discurso luminoso de amor que termina empujando una propuesta que, por sobre todas las cosas, cumple con lo que debía hacer: ser una luz de esperanza ante un género de superhéroes que generalmente se olvida que un superhéroe es extraordinario por sus valores y no por sus habilidades.
Aunque existen elementos propios de una guerrera en su presentación, y por el afán de la acción que vende las entradas descargan más pirotécnica de la necesaria en base a su discurso, dejan en claro que más importante que su escudo o su espada es la empatía hacia el otro, el entendimiento, la compasión, los antónimos de un conflicto. Wonder Woman en su viaje de descubrimiento entiende a la larga que la violencia es el último recurso y eso, de una u otra forma, está en la película. Y lo están más allá de que caigan en algunos ripios, especialmente a la hora de desarrollar el juego de sus secretos predecibles o los problemas que empañan su filosofía solo porque el tercer acto debe ser bombástico.
En ese sentido, la historia de Wonder Woman, una precuela a los sucesos que se vendrán a futuro con La Liga de la Justicia, y con un claro nexo heredado de Batman v. Superman, se vuelca en el pasado para presentar el idílico mundo de Temiscira: una isla paraíso en la que solo viven mujeres amazones, quienes lograron liberarse de la esclavitud impuesta por el Dios de la Guerra, Ares. Ese es el mismo ser todopoderoso que apabulló al resto de deidades del Olimpo debido a su absoluto desprecio por el ser humano y el cuidado dado por Zeus.
Muchos años después, Diana es la única niña que crece en la isla ante una sociedad que está en una constante preparación para un futuro conflicto que aún así parece lejano. Pero la pequeña, que obviamente está destinada a ser la mejor, tiene prohibido entrenar debido a los postulados de su madre, la reina Hipólita (Connie Nielsen). En el medio está su tía, Antiope (Robin Wright), la gran generala amazona que entrena a la futura Wonder Woman en secreto. Diana está así dividida entre la doctrina impuesta por su madre y la búsqueda de la perfección para cultivar sus habilidades, ya que su destino es ser la gran arma de las amazonas.
Todo el primer acto es un viaje a otro mundo que lentamente sirve para establecer la mitología del personaje e instalar las bases temáticas que a futuro rinden frutos. El idilio, no obstante, se viene abajo una vez que un hombre, Steve Trevor (interpretado de gran forma por Chris Pine), entra en contacto con el mundo de las amazonas. Otro problema es que trae consigo a sus perseguidores: los alemanes que están tras su pista, luego de que el soldado espía robó documentos secretos de las fuerzas del Káiser que involucran una peligrosa arma. Una vez que toda esa historia queda atrás, mostrando que las excepcionales habilidades de las amazonas no están a salvo del avance tecnológico de las armas del hombre, se inicia el que probablemente es el mejor segmento de la película.
Gal Gadot, en el rol principal, finalmente reluce como una gran elección de casting. Todo lo que no pudo hacer en Batman v. Superman finalmente sí lo puede hacer aquí, una vez que se transforma en un pez fuera del agua ante la sociedad apernada y en guerra en la que se introduce durante las postrimerías de la Primera Guerra Mundial. Diana no solo confronta su desconexión con las normas y conductas sociales, sino también con la cadena de mando que intenta seguir un Steve Trevor que debe cumplir con su promesa: llevar a Wonder Woman hasta el frente, las trincheras, ya que Diana considera que Ares es el responsable directo del gran conflicto y está tras el desarrollo de un gas que promete romper las frágiles conversaciones que buscan terminar la guerra.
Un punto importante para que todo funcione es la química entre Gal Gadot y Chris Pine, ya que ambos entablan un juego creíble que inevitable transforma su acuerdo en una relación que marca no solo al conflicto al centro de la historia, sino también el acercamiento de Diana hacia los humanos. Además, sacando jugo a la inocencia de Diana, incluyendo las necesarias insinuaciones sexuales sobre las relaciones entre hombres y mujeres, la película también logra sus momentos más divertidos. No son chistes metidos con forceps.
Sin embargo, uno de los puntos bajos de la película son sus villanos. Por un lado está la "Doctora Veneno", interpretada por Elena Anaya, y un militar alemán a cargo de Danny Houston que está obsesionado con que la guerra no termine. Ninguno resalta, en medio de una historia genérica sobre el desarrollo de un arma mortal que podría cambiar el rumbo de la guerra. Solo parecen estar ahí para distraer la atención del juego central de la historia, ya que nunca están tan desarrollados como para servir del todo como contraste sobre lo que la película quiere decir sobre Wonder Woman.
Quizás por eso mismo el último acto palidece y nunca termina de cuajar más allá de seguir lineamientos generales sobre la historia que intentaron abordar. No menor es el hecho de que la acción, que sigue en ocasiones el "molde Zack Snyder", con todo y momentos de slow-motion, también decae en su último tramo y ese apartado reluce mucho más cuando la película se instala en las trincheras.
Aún con esos elementos, Wonder Woman propone una experiencia digna de cargar el título que lleva y de sortear con éxito el desafío que implicaba ser el primer blockbuster de este tipo protagonizado por un personaje femenino. Y lo hace poniendo una raya sobre el piso para separarse del resto. Para demostrar que sí hay espacio para entender que solo Batman es el oscuro entre los personajes en este universo cinematográfico. Wonder Woman era una película necesaria. Quizás tiene muchas cosas que se parecen a otras producciones, cae en los mismos errores de otros blockbusters, pero se diferencia al ser un faro luminoso en medio de tanta oscuridad y apatía en su propio universo. Eso es lo que más vale. Lo que la hace relucir ante un modo de adaptar personajes que no estaba funcionando.
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