La irrupción de Paul Verhoeven en el cine norteamericano fue fugaz y algo tormentosa. El cliché de "incomprendido" toma un significado bastante literal en la carrera del cineasta holandés: la ironía con la que el realizador aborda sus historias -cargadas de violencia tanto física como sexual-, a ratos puede confundir tanto a la crítica como la audiencia, así como a sus propios pares.
Robocop -tan sólo la segunda película en inglés del cineasta, quien tenía ya 48 años para su estreno- era su primera cinta hollywoodense, y resulta un ejemplo ilustrador. Éxito instantáneo tras su aparición el 17 de julio de 1987, conquistó a la crítica y la taquilla, y el personaje principal, un policía cyborg dio rápidamente inicio a una franquicia. Pero sin su creador, quien se restó del proyecto cuando el estudio le exigió comenzar inmediatamente a producir una secuela. Se estrenaron dos entregas más, sin Verhoeven involucrado, pero ninguna repitió el éxito de la primera. Si bien se mantenía la acción de la primera parte, al perder a su principal cerebro, la saga también perdió su humor.
Y es que en 1987, era fácil obviar que, en el fondo, para Verhoeven RoboCop era un chiste. La historia sobre una ciudad de Detroit distópica, en unos EE.UU. dominados por las corporaciones y la tecnología, donde hasta la fuerza policial está privatizada, fue una forma del holandés de hacer una sátira sobre un país al que recién estaba conociendo, y que lo tenía sorprendido, para bien o para mal.
"La sociedad norteamericana me tenía algo abrumado. Era todo muy distinto a Holanda. Mucha de mi fascinación con EE.UU. está dentro de RoboCop; los comerciales, las noticias que aparecen", dijo el cineasta este año en el portal Den of the Geek. La gráfica y hasta exagerada forma en la que Verhoeven presentaba la violencia fue su forma de retratar a un país al que observaba como naturalmente agresivo, desde sus medios de comunicación hasta su sistema económico y su policía particularmente propensa a sobrepasarse con las minorías. Las secuelas procuraron mantener sólo la estética, sin el subtexto.
El personaje intentó ser revivido por Hollywood en 2014, con un remake que nuevamente falló en resucitar la franquicia en la pantalla grande, con los principales dardos de la crítica apuntados a su énfasis en la acción por sobre el mensaje. El mismo Verhoeven criticó la cinta un año después: "No es buena, por supuesto. Se tiene que hacer con estilo, algo que un director europeo siempre tiene en cuenta. Las secuelas tampoco entendieron nunca el estilo. Esta historia no funcionaba sin sus momentos cómicos, sin su extrañeza general, lo hiperbólico de todo".
Pese a no haber trabajado nunca en ciencia ficción antes de RoboCop, Verhoeven se hizo un nombre en la década posterior con dos sátiras más en ese género: Total recall (1990) y Starship troopers (1997) -duramente criticada en su estreno, para luego alcanzar estatus de culto en las décadas siguientes-, además de su proyecto más taquillero, Bajos instintos (1992). Pero su romance con Norteamérica terminó de forma abrupta a comienzos del nuevo milenio, con El hombre sin sombra (2000), que a pesar de una aceptable recaudación, fue insatisfactoria incluso para su creador. Años después declararía; "fue la primera vez que sentí que hice una película que podría haber hecho alguien más.". Desde ese momento, el holandés se despidió de Hollywood y nunca dio pie atrás. Su carrera la ha desarrollado en Europa, donde recientemente se volvió a encontrar con las audiencias internacionales gracias a Elle, la película francesa con la que ganó el Globo de Oro en enero.
Tres décadas después, el director no olvida la cinta que lo lanzó a la fama, ni cómo, de forma extraña, logró predecir un futuro oscuro en Estados Unidos. "No me creo profeta", declaró.
*Texto original de Matías De La Maza para La Tercera bajo el título "Robocop 30 años después: La distopía según Paul Verhoeven".