Se supone que sería una noche corta para mí. El inesperado anuncio de Franz Ferdinand para la noche de cierre del Festival de 2006 fue suficiente incentivo para volver exactamente 10 años después desde que mi madre me acompañó a ver el debut de Los Tres en ese escenario.
Ahora mi parada era distinta. Como joven, universitario, aun adolescente, quería ir solo, ver a la banda del momento y simplemente marcharme. Nada más me llamaba la atención de esa noche. No sabía quien era David de María, el resultado de la competencia Internacional claramente podía esperar y ni La Gran Sonora de Chile, la unión de Tommy Rey y La Sonora Palacios valían la pena por mi trasnoche. Menos sabiendo que además, el plato fuerte de esa noche sería un humorista llamado Ruperto.
Ruperto era en esos momento el personaje televisivo del año. Lo que en algún momento había sido El Malo, Yerko Puchento, Los Limpiavidrios o El Naúfrago. Amparado por el éxito arrasador de Morandé con Compañía, Ruperto no ofrecía nada que no se hubiese visto antes: era el clásico borrachito chileno que llegaba al programa a desordenarlo todo. Su principal gracia es que detrás del personaje se encontraba Christián Henríquez, un hombre de circo que dotaba de gran movilidad y acrobacias a un personaje que no era solo libretos, sino que también mucha movilidad.
Mi burbuja me hacía pensar que todos iban a ver al grupo británico. Pero al llegar a la Quinta me encuentro con que los cintillos que se vendían afuera eran todos de Ruperto. Era el nombre que más ovaciones recibía cuando era nombrado por Sergio Lagos o Myriam Hernández. Era la noche de Ruperto. Y no estaba muy interesado en participar.
Pero mientras me estaba yendo del Festival, divisé a lo lejos a una amiga, mi interés amoroso de ese momento, y decidimos que sería buena idea quedarnos hasta el final. De pronto me había convertido en otro miembro del team Ruperto.
Cuando el humorista llegó al escenario, a eso de la medianoche, la Quinta se vino abajo. Yo en esos momentos estaba más preocupado de caerle bien a mi compañera, pero también de ver como funcionaría la dupla en el escenario. Sergio Lagos no era Kike Morandé ni Leo Caprile, los dos animadores con los que Ruperto estaba acostumbrado a interactuar. Dos figuras mucho más populares y menos empaquetadas que el estilo joven pero mateo de Lagos.
La rutina en si fue más de lo mismo. Mucho chiste físico, mucho error de comunicación, y mucho de Sergio actuando como "el malo" que quería echar a Ruperto del escenario a costa de las pifias del público. Mucho guiño al público chileno, mucho pie forzado, y en general, la clásica rutina que los personajes cocinados en un programa televisivo terminan haciendo en el Festival.
Pero cuando el espectáculo se extendía ya por la media hora, tiempo con el que la mayoría de los humoristas de Viña ya comienza a despedirse, Ruperto hizo algo inesperado. De pronto aparecieron unas telas desde arriba de la Quinta Vergara, y estas empezaron a formar parte de la rutina que seguía manteniendo con un visiblemente incómodo Lagos (luego sabríamos que Sergio Lagos había perdido el retorno con su inmortal frase "y sin sonoprompter weón, se fue a la chucha la wea").
Y allí Ruperto hizo lo que ningún otro comediante había hecho. Lo que solo habíamos visto quizás en las oberturas del certamen: Ruperto voló sobre el escenario de la Quinta. Lo hizo una vez solo, otra vez con Sergio Lagos y una tercera vez simulando que se iba a caer haciendo que todo el Monstruo -incluyéndome- gritara de nervios.
https://youtu.be/-bFs4eyaVDc
Y en ese momento entendí que lo que estaba haciendo Ruperto, independiente de si lo encontramos o no gracioso, era algo importante, ya que estaba reivindicando un tipo de humor que siempre ha estado ausente de ese escenario: el humor circense.
Por la Quinta Vergara han pasado cuentachistes, humor callejero, comediantes de stand up, personajes televisivos, incluso humoristas musicales, pero nunca ha habido espacio para el humor más clásico de todos: el circense.
Y es cierto, es algo que ya había hecho un mes atrás en el escenario de Olmué, con gran éxito, pero Viña, como sabemos siempre es diferente. De hecho, un artista circense fue quien finalmente se quedó con el peak de rating histórico del Festival, 75 puntos que con el estado actual de la TV, sabemos que jamás serán superados.
Ese día, viendo a Ruperto volar por los aires entendí realmente por qué. Ruperto no era más que un payaso, solo que sin nariz roja ni la cara blanca y uno que sin pulir demasiado un libreto, se llevó el cariño de la gente.
En cuanto a mi, no tuve la misma suerte del comediante en mi búsqueda. Bailé con La Sonora y luego caminé hasta la casa de mi abuela sin recibir un número ni una llamada de vuelta. Digamos que esa noche sólo hubo un triunfador en la Quinta y fue el humorista que voló por los aires.