Hace poco más de 15 años se estrenó El Gran Pez, una de las películas de culto de Tim Burton. El filme narraba la historia de Edward Bloom (Ewan MCGregor), un vendedor viajero de un pequeño pueblo que mediante coraje y valentía salió de su entorno para dar forma a sus sueños. O como dice el guión, la historia de un pez que brillaba en una pecera, pero que decidió saltar al océano para transformarse en héroe. Lo que puede considerarse una fantasía hollywoodense, en Chile encuentra un paralelo en Alberto Abarza, un nadador paralímpico que se instaló en el libro dorado del deporte nacional al conseguir el número uno mundial de la natación para personas con discapacidad, logro que le permitió ganar el Premio Nacional de Deportes 2018, grabando su nombre a la altura de figuras como Carlo de Gavardo, Nicolás Massú y Fernando González.
Pero la historia de Alberto Abarza va más allá de los triunfos deportivos, de hecho, en su casa, que adquirió hace poco más de un año, no guarda prácticamente ninguno de los trofeos o las medallas que se ha colgado alrededor del mundo.
"Tengo una frase muy linda, que me la mandaron a hacer polera y que la llevo a todos lados, porque me identifica mucho: 'No importa la medalla, sino el camino recorrido'. Esa frase me refleja mucho, por lo mismo, desde chico, nunca me importó el logro. En mi casa casi no existen trofeos, medallas, nada. Ni en la pieza ni el living. Nunca he apreciado lo material, entonces, cuando me invitaban a competir y me decían que ganaría premios, me daba igual, yo iba porque me gustaba nadar, por eso nunca quise hacerlo competitivo", reconoce Abarza.
Esa distancia con las competencias duraría un tiempo, hasta que una noticia cambiaría para siempre el sentido de su vida.
» Primeros años
Alberto Abarza nació en Santiago hace 34 años. Es el mayor de cuatro hermanos y trabaja desde hace más de 10 años en el Banco Bci, donde ha desempeñado diversas funciones. Actualmente lo hace en el área de comunicaciones internas.
Para conocer sobre su vida, nos reunimos con el seleccionado chileno en la piscina olímpica del Estadio Nacional, donde desde la madrugada se aprecia a decenas de nadadores copando las diferentes pistas.
La temperatura es baja en el lugar, pero el agua lo espera. Mientras se saca el buzo nos cuenta que su horario de entrenamiento arranca muchos días a las 6 AM, pero que el horario no es lo complicado, sino las condiciones en que a veces debe practicar.
"Hace unos años fui a Berlín. Un día iba a entrenar y no sabía cuál era la piscina, por lo que pregunté dónde estaba. '¿Cuál piscina?', me dijeron. Sin saber cuál era, le contesté que la olímpica. 'Hay ocho piscinas olímpicas, una en cada piso de ese edificio que se ve al final', me volvieron a contestar. Y todas con las condiciones básicas para poder entrenar. Acá muchas veces ni siquiera tenemos el agua a la temperatura que se debe (a unos 26 o 27 grados) y tenemos que meternos con el agua a 20 o 21 grados, lo que obviamente no es lo óptimo, uno se puede resfriar o lesionar. Y eso es más complicado en días fríos", dice Alberto Abarza.
Llegó el momento de entrar al agua. Se saca sus lentes ópticos y un entrenador le ayuda a entrar a la piscina. Y como está a solo días de viajar a un campeonato en Alemania, la carga física no es alta y cruza los 50 metros unas 10 veces, hasta que sale a tierra firme y se enfunda en una toalla del equipo argentino Newell's Old Boy's para no enfriarse.
Se le ve feliz. Tranquilo. Como si ese fuese su hábitat natural. Y claro, su vida en el agua comenzó a muy temprana edad, cuando se le diagnosticó una enfermedad degenerativa del sistema nervioso llamada Charcot-Marie-Tooth.
"Parto en la natación a los dos años. La primera vez que me metí a la piscina fue en la Teletón, motivado todo esto por mi mamá, a quien le habían dicho que eso iba a ayudar a retrasar el avance de la enfermedad, de la discapacidad", recuerda el nadador nacional.
Por esos años, Abarza vivía una vida relativamente normal. "En ese tiempo sabían que tenía el problema, pero no se me había presentado. Y así estuve en el agua hasta los 15 años, cuando la discapacidad se me hace presente con fuerza, cuando tuve que sentarme en una silla de ruedas. Hasta ese momento llevaba una vida relativamente normal, solo me costaba un poco caminar, por lo que tuve que ocupar estos fierros para las piernas como los que se veía en la película Forrest Gump. Pero ahí la enfermedad avanzó tanto, que ya me era imposible caminar", señala.
El cambio para Alberto Abarza fue brutal, como lo sería para cualquier persona. Y llegaron momentos duros. "Me vino una depresión enorme. Fueron como tres años encerrado en mi casa, sin salir para ninguna parte, repetí varias veces de curso por lo mismo. Un bajón anímico tremendo, del que ahora me arrepiento, ya que perdí casi tres años acostado", dice.
El grupo familiar sufría con esa situación. Y un día se le acercó su padre, consciente de que debía darle punto final. "Mi papá me contó la historia del pescador. Me dijo 'nosotros siempre te vamos a dar todo, voy a trabajar por ti, voy a ser tus manos, pero algún día yo no voy a estar y no quiero que seas el estorbo de nadie, ni del marido de tu hermana ni de nadie. Entonces tengo que enseñarte a pescar' me dijo. Y eso me motivó a salir adelante.
No fue sencillo para Abarza dar el paso, pero en ese proceso resultó clave la Teletón, lugar al que considera como su casa. "Al comienzo lo tomaba por el lado de la pena y yo no quería eso, no quería lástima. Ahí me enseñaron que no debía ser así, que podía salir, hacer otras cosas. Y así empecé una vida distinta, conocí las discotecas, fiestas. A la mamá de mi hija la conocí así, carreteando, e hicimos una linda relación cuando estuvimos juntos".
A pesar de los buenos momentos que comenzaba a vivir, el actual premio nacional de deportes reconoce que no les entregaba la importancia que debía a las cosas. "Cuando mi ex pareja me dice que estaba embarazada fue mi cable a tierra. Cambió todo y reaparecieron las ganas de volver a vivir. Después, cuando nace mi hija, me doy cuenta de que debo hacer un giro y que debo trabajar, ya que ahora alguien dependía de mí. No quería que alguien le regalara las cosas a mi hija, quería dárselas yo. Desde ahí todo ha sido por mi hija, ella ve a su papá que las cosas se pueden hacer y así el día de mañana no podrá decir 'estoy cansada, no puedo'".
Desde que llegó al mundo su hija Becciée Sarai (que significa Amada Princesa), la perspectiva de Abarza adquiere un nuevo horizonte. "En la Teletón, una persona que se llama Sebastián Cárdenas, quien era el entrenador de los niños, me pregunta si quería volver a nadar. Y yo en verdad no tenía ganas, me daba un poco de nostalgia regresar al agua. Me dice que me va a ayudar para la salud y me toca una fibra emocional al decirme "así vas a poder estar más tiempo con tu hija". Fue muy fuerte", recuerda.
Fue el envión que le faltaba para regresar al agua. "Al principio iba una vez a la semana y moría, después dos veces, luego tres. Todo iba avanzando de buena forma, hasta que Sebastián Cárdenas me pregunta si quería ir a nadar a los nacionales. Me dice que me iba a ir bien, que iba a ganar, pero yo le respondía que no me importaba mucho ganar, que esto lo hacía por mi hija y por mí".
La competencia por entonces no entraba en los intereses del nadador. Quería simplemente estar en la piscina, ya que el agua era el único lugar donde sentía que no tenía una discapacidad, donde no dependía de nadie. Era el agua y él. No había forma de tentarlo. O quizás hasta ese momento la estrategia no había sido la correcta para empujarlo a las competencias que lo llevarían por el mundo. "Un día vino a la piscina el técnico de la Selección de Chile. Yo ya estaba entrenando como cuatro veces a la semana, estaba bien, pero se acerca y me dice que no sirvo. Eso me sorprendió, cómo me decía que no sirvo. Y Sebastián Cárdenas, que había visto todo lo que había pasado, me dice 'viste, él no cree en ti'. Y yo le dije al entrenador de la Selección 'un día tú me vas a querer entrenar'. Así empezó mi etapa de competencia, ya que luego comencé a ir a los nacionales, triunfé y me gané el cupo para representar a Chile en mi clase".
» La gran motor
La natación paralímpica se divide en 13 clases. Están los no videntes (S11) y las personas con discapacidad intelectual (S13), a quienes se les debe haber diagnosticado antes de los siete años. Del S5 al S10 son personas que sufrieron alguna amputación, mientras que de la S1 a la S5 son para personas con alguna discapacidad motora (en silla de ruedas, que mueven una sola mano). Abarza es parte de la clase S3.
El trabajo a conciencia, el esfuerzo demostrado y el buen rendimiento fueron dejando buenos resultados. Compitió en Brasil, clasificó a los Panamericanos, después a los Juegos Paralímpicos de Río 2016, donde se metió en las finales de 50 metros libre y de espalda de la S3, finalizando en la octava y novena posición, respectivamente. Después vino el Mundial en México, donde por primera vez se subió a ese tipo de podio, además de una serie de competencias, destacando la actuación en Berlín, donde se quedó con cuatro oros.
"En ese 2017 y 2018 quedé como el primero del mundo en mi categoría y, además, que es lo más lindo, fuimos el número uno en la World Series, que es donde se reúnen todas las categorías, de la S1 a la S13, en un solo ranking y es por puntos, No es que me guste más estar primero en ese ranking que en mi categoría, pero me da una satisfacción más grande, porque les gané a jóvenes que estaban mejor que yo físicamente", precisa.
Tales logros le permitieron hace unas semanas que, en decisión unánime, una comisión del Ministerio del Deporte le otorgara el Premio Nacional de Deporte 2018, repitiendo el galardón que le había conferido el Círculo de Periodistas Deportivos.
Pese a los éxitos, Alberto Abarza no olvida las dificultades extras que ha debido soportar. “Cuando fui número uno del mundo me dieron ganas de retirarme. Para mí ya es muy difícil hacer deporte, luchas contra demasiadas cosas, y ahora imagínate que a los Panamericanos de Lima tendré que viajar sin mi entrenador. Te cansas de pelear y dices para qué luchar por eso, cuando sabes que existe plata para el deporte. Y no es que tenga algo contra los que van, pero en eventos que son tan relevantes, no poder viajar con la persona que me acompaña siempre debido a que solo alcanza para un entrenador te da lata. No saben lo que perjudica al nadador viajar solo, es como que se mande a la selección de fútbol sin entrenador”, se lamenta.
El avance de su enfermedad es otro aspecto que está presente. "Sabemos que va avanzando y que en algún momento me va a impedir nadar. Era algo que llevaba bien, yo ya tenía mis metas listas hasta este año, lo tenía bien asimilado, pero cuando llegó mi novia hace un año, por primera vez me sentí mal, porque cuando estás en pareja quieres hacer otras cosas, viajar, conocer. Si no me proyectara no me hubiese dolido. Ahí me di cuenta de que estaba enamorado, y que por primera vez me afectaba mi discapacidad".
Con la misma valentía que enfrenta cada carrera, también se zambulle a la batalla con su cuerpo. No se rinde. Consciente de que el reloj juega en contra, que se va afectando su fuerza día a día y que pronto deberá estar en una cama, ha reconocido que "muchas veces me pregunto qué va a pasar mañana, pero cada día es un día ganado, un día feliz. Espero que me alcance el tiempo para estar con mi hija en una plaza, en el cine, en la playa. Regalarle mi tiempo es lo mejor que puedo darle"
La devoción con que habla de su amada princesa encandila. No solo es su gran motor junto a su actual novia (Ámbar, de 22 años), también la dueña de los mejores recuerdos en el deporte. "La carrera que más recuerdo fue una que tuve en Toronto, Canadá. Esa vez estaba mi hija y la escuché durante toda la competencia cómo me gritaba, cómo me daba apoyo desde afuera, me decía 'vamos papá' y estaba con un cartel gigante, hecho a mano con su letra. En Río me pasó algo similar, ya era lindo competir en una final, a estadio lleno, pero ver que ella estaba ahí con su cartel fue tremendo, muy lindo. Además, esa vez en Río, un minuto antes de competir vi un video que me mandaron de ella y fue maravilloso".
Con todos los logros y el cansancio de años entregando el máximo de esfuerzo, Alberto Abarza nos vuelve a sorprender al comentarnos que los sueños aún no terminan. “Me gustaría ser dueño de una piscina. Además, quiero llegar a los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020, esa es mi meta. No sé si alcance una medalla, eso no sería nada malo, pero me bastaría con cruzar la piscina olímpica. Y después veremos lo que viene”, concluye el deportista nacional, el gran pez que dejó atrás feroces adversidades para elevarse a lo más alto del mundo. MT MAG.