Casi una década después de renacer de las cenizas, Fisker se ha declarado nuevamente en bancarrota, acogiéndose al Capítulo 11 de la Ley de Quiebras de Estados Unidos. Al igual que el resto de firmas de vehículos eléctricos, se ha tenido que enfrentar a “varios obstáculos macroeconómicos y de mercado”, que han afectado su capacidad para “operar de manera eficiente”.
“Después de evaluar todas las opciones para nuestro negocio, determinamos que proceder con la venta de nuestros activos, es el camino más viable para la empresa”, declaró la startup en un comunicado, afirmando además estar en conversaciones “avanzadas con las partes interesadas” para la financiación de la deuda contraída por la marca en estos momentos.
Fisker deja unos activos estimados entre 500 y 1.000 millones de dólares, así como unos pasivos de entre 100 y 500 millones de dólares. Según el expediente judicial al que ha tenido acceso Reuters, el número estimado de acreedores de la firma de eléctricos es de 200 a 999.
Vale recordar que Fisker se vio obligada a declararse en quiebra, luego de que fracasaran las negociaciones con un gran fabricante de autos (Reuters indica que podría ser Nissan) para invertir en la marca. Fue entonces, que detuvo la fabricación y proyectos a futuro, además de despedir al 15% de la plantilla.
Acorde a sus últimos resultados, la startup estadounidense produjo más de 10.000 vehículos en 2023, menos de una cuarta parte de su previsión, en tanto, que solo entregó 4.700 unidades.
Por otro lado, desde enero, la capitalización de Fisker se ha desplomado más de un 90% hasta cotizar durante la sesión de ayer en torno a los 0,045 dólares por título.
Fisker se suma así a otras startups de automóviles eléctricos que han quebrado recientemente, como la alemana Sono Motors o la también estadounidense Lightyear.