El pasado 17 de enero, Ignacio Casale completó, como él mismo califica, su Dakar más perfecto. El “Perro”, como le dicen sus cercanos, se hizo por tercera vez del rally raid más extremo del mundo, emparejándose con el argentino Marcos Patronelli como el más ganador en cuadriciclos e instalándose en el 14º lugar entre todos los pilotos que más han alzado el puño de campeón en esta mítica y riesgosa prueba, que en la edición 2020 cobró la vida de dos participantes.
Pero el Casale actual, ese ganador que no sacia su hambre, apuntando a poner varios Touaregs más en su vitrina, no siempre fue el ejemplo para miles en el que está transformado hoy. “Yo no sé cómo mis papás o mis profesores me aguantaron cuando era chico. Te lo digo sinceramente”, explica el piloto de Yamaha, que recién a mediados de febrero pudo desconectarse y descansar tras liderar los casi ocho mil kilómetros de competencia en el desierto de Arabia Saudita, una experiencia sobre la que, advierte, hay que tener mucha preparación física y, sobre todo, mental.
¿Eras de verdad tan insoportable cuando niño? ¿En qué se manifestaba esa manera de ser?
Era muy, muy inquieto. Me costaba mucho que me aceptaran para entrar en los colegios (estuvo en varios). La verdad es que nunca fui muy bueno para estudiar, pero nunca repetí de curso tampoco. El problema, en el fondo, era que no me gustaba ir..., sentía que quería vivir mi niñez de otra manera.
Ahora que soy adulto, me encantaría darles las gracias a mis profesores por su enorme paciencia. Les hice pasar muchos dolores de cabeza. Miro hacia atrás y me río, pero en ese minuto tiene que haber sido terrible para ellos y para mis padres... Me llegaban anotaciones negativas todas las semanas. Pero así fui.
Si no te gustaba ir al colegio, ¿qué cosas eran las que te movían a los ocho, nueve o 10 años?
Siempre intenté ser feliz y hacer lo que me gustaba. Nunca fui un niño común de ver dibujitos animados. Yo llegaba a mi casa y me iba al taller con mi papá. A los seis años aprendí a soldar, a los cinco estaba metido desarmando motores con mi papá en una empresa familiar que tenía y que actualmente todavía tiene. Me mandé muchas "cagadas" ahí, pero así fui aprendiendo y gracias a eso hoy sé tanto de mecánica y puedo arreglar mis motos en medio del desierto o en cualquier lugar.
Desde muy chico me relaciono con toda la gente en el taller. Allí me quieren mucho y yo también los quiero a todos... Me acuerdo que llegaba a la casa a las tres o cuatro de la tarde, porque no había jornada completa, y partía corriendo al taller, ni siquiera comía. Me iba allá y de ahí no salía. Lo amaba. Esperaba todas las horas del colegio para llegar a estar con mi papá, a trabajar con él. Al final a la casa siempre llegué tarde, cochino y directamente a dormir.
» Una forma de vida
Una vez que salió del colegio, Ignacio Casale, hoy con 32 años, intentó con varias carreras. Primero ingresó a Ingeniería Comercial, luego se cambió a Ingeniería Mecánica y después a Administración de Empresas. No completó ninguna. Terminó, entonces, dedicado enteramente a su carrera deportiva, a la que se refiere como lo mejor que sabe hacer y algo que lo apasiona por completo.
¿Cómo recuerdas tus inicios en el Dakar, primero en un camión y más tarde tu paso a la moto y al cuadriciclo?
Cuando era chico, el Rally Dakar era algo que veía por la tele y soñaba correr. Veía a Carlo de Gavardo en su moto por África y por dentro pensaba ‘algún día también quiero estar ahí’. Esto partió así: como un anhelo y un proyecto totalmente amateur.
En 2010 fui el navegante de mi papá en una completa aventura y ahora soy tricampeón del Dakar. Recuerdo que las primeras veces fueron muy difíciles, porque prácticamente había cero presupuesto, pero creo que eso, lo tanto que me costó llegar, me enseñó el valor de las cosas y por eso mismo ahora realmente disfruto lo que estoy viviendo.
En los primeros Dakar las metas eran muy distintas. Era llegar etapa tras etapa sin tener problemas. Hoy esos objetivos cambiaron absolutamente, ahora el propósito es ir y ganar la carrera.
Yo me dedico a esto, soy piloto y me encanta todo lo que he logrado. Me fascino con todo lo que he conseguido con el pasar de los años y con el empuje y perseverancia que le hemos puesto a todo esto. No solamente yo, sino también mi familia.
¿Qué pasa por tu cabeza cuando estás en mitad del desierto y te enteras de que un colega de profesión fallece?
En un minuto así tú te replanteas. Dices '¿por qué estoy acá?', '¿por qué no estoy en mi casa con mis amigos, con mi familia?', '¿por qué tengo que venir a correr esta carrera tan dura?’. Es la primera reacción.
Pero yo no soy un primerizo. Elegí esto porque lo amo y lo respiro. Amo mi pasión, que es muy ingrata, que te entrega muchas sensaciones lindas, pero también está el otro lado de la moneda, cuando te golpea con momentos difíciles, como lo que pasó con Paulo (Gonçalves). Podría haber sido cualquiera de nosotros.
Yo le he entregado prácticamente toda mi vida a este deporte y quiero seguir haciéndolo. Todos nosotros sabemos a lo que nos exponemos, que esto es una carrera muy peligrosa y tenemos claros los riesgos que estamos sorteando cada vez que uno se despierta en la mañana y sale a correr. Es uno de los deportes más peligrosos del mundo, pero son los riesgos que decidí afrontar.
Y estos temas, ¿cómo los manejas con tu familia que, seguramente, desde acá también se preocupa?
Para ser bien sincero, con mi familia no hablamos mucho de esto. Eso me sacaría de la carrera, de forma que, pase lo que pase en la competencia, prefiero que no me comuniquen sus sensaciones, sus emociones, porque me desconcentraría y eso, créeme, puede jugar más en mi contra que a favor.
¿Qué opinión te merece el estallido social, que repercutió en que, por ejemplo, el WRC no venga a Chile este 2020?
Obviamente veo que Chile está en un proceso. Ojalá que el país cambie para mejor y lo haga rápido. Sería muy bueno para todos que volviéramos a tener eventos de primer nivel como el WRC o como muchos otros que nos han pasado por el lado.
Pienso que sería bueno, pero entiendo que, si no están ahora, es por algo. Hay razones de peso. Espero que Chile se convierta en un país más justo y que podamos volver a tener espectáculos deportivos de primer nivel como los tuvimos en un minuto y como nos merecemos.
Hoy muchos niños te piden selfies, ¿les das también algún mensaje?
Actualmente, con las redes sociales y con los celulares todo está un poco más desechable, entonces hay algo que siempre se lo digo a cada niño que me dice ‘yo también quiero correr en moto’.
Nada cae del cielo, nada te lo regalan ni nada llega porque sí. Las cosas hay que ganárselas, los sueños hay que buscarlos, hay que encontrarlos, pero después de años de lucha y de que te digan muchas veces que no. Realmente te lo digo porque lo viví. Todos los sueños que tengan, todos se pueden cumplir, pero la receta lleva disciplina y perseverancia.
¿Cuáles son tus próximos objetivos?
La verdad no lo sé. Ahora comienzo mis vacaciones y quiero tomarme tiempo. Con respecto al de hace tres años, he cambiado mucho. Estoy más tranquilo, me tomo un poco más de tiempo para definir temas y creo que antes de hablar cualquier cosa debo estar seguro.
Lógicamente quiero seguir corriendo. Tengo para rato, pero tengo que ver las opciones y qué caminos se me abren con el tercer título. Para mí esto es un trabajo, por tanto tengo que pensar muy bien cada paso que doy para no cometer errores y para seguir trayéndole buenos resultados al país.
Lo claro es que no me gustaría quedarme solo con tres triunfos, sino que quiero seguir agrandando mi colección de Touaregs (nombre del trofeo del Dakar). Eso es mucho más fácil decirlo que hacerlo, por lo tanto, tengo que tomarme el tiempo. En marzo tengo un viaje a República Checa y voy a volver con la película mucho más clara.
Pareciera que el hambre sigue…
El de correr el Dakar no se me acaba, es lo que sé hacer y lo hago con pasión, pero también está el tema económico. Gratis no puedo correr, porque hay que vivir, por lo tanto, tengo que decidir cuál es la mejor opción para afrontar el próximo desafío. MT