Parado frente a nosotros, un guía nos indicaba con sus manos lo que debíamos ir realizando al mando del Jeep Wrangler Rubicon que manejábamos. Mediante simples señas reconocidas a nivel global, nos alertaba sobre la dirección en que debíamos llevar las ruedas. Adelante, a la derecha, un poco más a la izquierda, avance lento. Todo marchaba bien hasta que en una zona escarpada del camino, donde solo veíamos enormes piedras, el guía sonrió y dejó de dar señas, juntó sus manos frente a su rostro e hizo un gesto religioso que no estaba en nuestros planes: recen. Había comenzado nuestra travesía en el Rubicon Trail.
» Máxima adrenalina
Jeep presentó hace unos meses la cuarta generación del Wrangler. Se trata de un modelo más ligero, más capaz, más atractivo que la edición saliente. Para llegar a ese resultado, no solo hubo estudio e ingeniería, también una de las pruebas más especiales a las que se somete un todoterreno, puesto que antes de salir al mercado, todo Wrangler es probado en el Rubicon Trail, un sendero montañoso que es catalogado con el máximo nivel de dificultad en el mundo off-road. No existe otra ruta con este nivel de agresividad en el camino, y si el heredero del Willys logra sortearlo, ahí recién tiene luz verde para pasar a producción.
Nuestra misión era cruzar esta ruta infernal, la misma que un grupo de aficionados de Jeep decidió atravesar a mediados de la década del 50, iniciando una tradición para la marca y el mundo off-road, al punto que hoy es uno de los destinos preferidos por los amantes del 4×4.
Antes de arrancar, preguntamos si la unidad que nos destinaba la organización tenía diferencias respecto del modelo estándar, el mismo que estará en Chile antes de fin de año. La respuesta fue categórica: el Wrangler que teníamos a nuestra disposición era igual al que uno encuentra en un concesionario.
Con esa tranquilidad tomamos un Wrangler Rubicon -la versión más extrema del modelo- de tres puertas, movido por un motor V6 de 3.6 litros que desarrolla 285 Hp, asociado a una caja automática de ocho velocidades. Le sacamos el techo (quitar las puertas nos pareció un exceso por la tierra), guardamos los paneles en el maletero y salimos desde la localidad de Truckee, donde alojamos, hacia la Sierra Nevada de California, bordeando por unos cuantos kilómetros el inmenso Lake Tahoe, el mismo que los cinéfilos recordarán por ser el lugar de veraneo de la familia Corleone en la película El Padrino II y donde Michael se deshace de su hermano Fredo.
Tras un breve manejo en asfalto, nos adentramos al famoso Rubicon Trail, sabiendo que los próximos 22 kilómetros los recorreríamos en cerca de ocho horas, moviéndonos a velocidades que no superarían los 5 km/h.
El inicio fue simple. Suave. Por un camino de tierra rodeado de inmensos árboles. Hasta que nos encontramos con las primeras rocas y comenzamos a avanzar con más fe que convicción.
Al ver lo que hacían los vehículos que nos antecedían en la caravana, por los angostos caminos que pasaban y las piedras que trepaban, entendíamos el prestigio de Jeep y el motivo de que se le entregue tanta importancia al Wrangler. Como nos dijo el encargado de comunicaciones del Grupo FCA, Ariel Gavilán, "si no entendemos Wrangler, no entendemos Jeep, por eso lo cuidamos tanto, es nuestro pater family".
Y la versión Rubicon es lo más extremo que existe para Wrangler, pero no por eso deja de asombrar lo que puede hacer. Afirmado sobre enormes neumáticos de 33 pulgadas, resiste golpes con las protecciones laterales e inferiores y sobrepasa con sencillez las enormes piedras, ya que tiene ángulos de ataque de 44°, ventral de 27,8° y 37° de salida. Esas cifras que a veces no se logra dimensionar en el papel, bien lo comprobamos cuando nos tocó inclinarnos lateralmente y se nos acercó más de la cuenta la pared de la montaña. Ahí vimos que, además, aguanta más de 30° de inclinación.
Y no es lo único que sorprende. También cuenta con una articulación en la suspensión que le permite tener más de 200 mm de recorrido entre el neumático y el paso de rueda. Y si nos encontramos con un riachuelo, es capaz de vadear hasta 760 mm de agua.
Todas estas características nos permitían avanzar con seguridad para luego, en los escasos descansos, disfrutar de pequeñas maravillas que encontrábamos en el camino, como un precioso "cementerio" al costado de la ruta, bajo un bosque de coníferas. En realidad, se trataba de un cenotafio, una réplica de un camposanto real, pero que no cuenta con tumbas verdaderas. Pero eso da igual, para quienes son homenajeados con epitafios y cruces esculpidas de forma artesanal seguramente es tan valedero como el original en el que deben estar descansando.
Seguimos adelante. El camino ahora se hace más tortuoso por las subidas y bajadas. Claramente, la racionalidad no estuvo presente al momento de diseñar un trazado por estas zonas. El guía que nos hizo la seña de rezar sonríe confiado, sabe que el Wrangler soportará.
Después de unas horas, nos hemos acostumbrado a la presión que requieren los pedales y el juego entre aceleración y freno se nos vuelve familiar. Es clave en esto el sistema Rock-Track 4×4 presente en esta versión, el cual incorpora la última generación de ejes delanteros y traseros de alto rendimiento para trabajo pesado. También tiene una caja reductora, la que hemos llevado todo el tiempo en 4L. Eso sí, lo que marca aún más la diferencia es el Sway Bar, dispositivo que se activa mediante un botón en la consola central y que permite desconectar eléctricamente la barra estabilizadora, liberando aún más recorrido a la suspensión y permitiendo cruces de ejes irracionales.
Gracias a esta flexibilidad en la barra, vamos viendo cómo el Jeep Wrangler Rubicon se convierte en una araña, necesitando apenas el mínimo de superficie para traccionar. Solo de esta forma somos capaces de cruzar los sitios más complejos, incluyendo el Cadillac Hill, zona en la que hace años se desbarrancó un Cadillac, quedando hoy a la vista solo el techo de ese vehículo cubierto de ramas.
Tras poco más de siete de horas de manejo, logramos completar la travesía. Nos reciben en el campamento Rubicon Springs, en el corazón de la montaña, un viejo pianista y los guías que nos ayudaron a cruzar el sendero. Gentilmente nos comparten una cerveza para celebrar y nos invitan a que aceptemos la tradición de zambullirnos en el río que toma el mismo nombre del trazado.
El ligero descanso que tomamos tras la cena nos viene bien. Es momento de relajarnos un poco cuando cae la noche, pero nos alertan de que no llevemos comida a nuestras carpas, ya que osos suelen merodear el lugar y podría ser un momento complicado. Una fogata nos empieza a reunir para combatir el frío y luego un guitarrista rompe el silencio entonando a Johnny Cash. Es el adiós al edén de los todoterrenos, donde no hay lugar para los débiles, donde el rey indiscutido es el Jeep Wrangler . MT