Desde que BMW se hizo dueña de la marca Mini, uno de los objetivos fue incrementar la versatilidad de un modelo clásico, pero que tenía demasiada acotada su oferta. Así surgieron una serie de nuevas opciones (Cooper de cinco puertas, Cabrio, Paceman, Clubman, etc.), pero casi todos manteniendo la esencia de un compacto urbano. El único que escapó al molde fue el Mini Countryman diésel, para muchos, el de mayor diferenciación que entrega por la funcionalidad.
Esa versatilidad es una de las grandes fortalezas, también su sello personal. Es cierto que no tenemos la sensación de karting histórica, tampoco explosión inicial, pero la idea es apuntar a un grupo familiar, con espacio para cinco personas. Además, en esta generación el modelo aumentó sus dimensiones (+20 mm de largo), por ende, es más confortable. Por si fuese poco, el maletero también creció (+100 l).
Estilo intransable en el Mini Countryman diésel
Esa comodidad que se toma como un pilar va desde los puestos delanteros. De conductor tenemos un asiento con materiales de alta calidad, ajustable, ergonómico, con buena sujeción y perfecta visibilidad hacia todas las direcciones, lo que se complementa con un volante de cuero con mandos al volante.
El estilo obviamente es algo que no se transa en Mini y en el interior del Mini Countryman diésel el ADN se mantiene inalterable, con los relojes análogos en el tablero, un pequeño computador central y la gran esfera en el panel central, donde ahora se instala una pantalla táctil con bluetooth y conexión USB.
Y dentro de ese estilo personalizable que caracteriza a Mini, mediante botones como los que tienen los aviones podemos modificar la iluminación interior, aunque en verdad esto es algo de lo que prescindiríamos con gusto si incorporara otros dispositivos, como Apple CarPlay o Android Auto, algo que ya está de serie en vehículos de bastante menor precio.
Para manejar el Mini Countryman diésel
El Cooper Countryman D de nuestra prueba se mueve por un motor turbodiésel 2.0 litros que envía 150 Hp a las ruedas delanteras, con un par de 330 Nm.
No se trata de un propulsor que le entregue gran agilidad (pasa de 0 a 100 km/h en 8,8 segundos), de hecho, ofrece un lag que se siente al pisar con fuerza el acelerador, sin embargo, la entrega de potencia es progresiva y funciona de manera eficaz con la caja automática Steptronic de ocho velocidades.
En las dos o tres primeras marchas, el Mini Countryman diésel se toma algo de tiempo, pero nada más pasar las 2.500 vueltas se nota la potencia. Ahora, en carretera, las últimas marchas nos permiten rebajar el consumo y acercarnos a lo que muestra la homologación (21 km/l).
Otro detalle interesante que permite acomodar el estilo de manejo pasa por los modos de conducción que se activan mediante un botón bajo los mandos de calefacción. Acá se puede escoger entre Green, Normal y Sport.
El primero tiene el corte a revoluciones más bajas y prioriza la eficiencia; el segundo entrega más agilidad, aunque en el modo Sport es donde existen más sensaciones de adrenalina, se siente más reactivo al pisar el acelerador y se encuentra el mayor dinamismo.
Complementando esa percepción, una suspensión y dirección que tienen esa dureza que permite saber con precisión lo que va pasando en el asfalto, pero sin excesiva rigidez tampoco.
Además, el despeje del Mini Countryman diésel permite pasar sin inconvenientes por baches, aunque lo más entretenido es al movernos en curvas, donde se siente muy firme al piso, con gran aplomo y alta sensación de seguridad.
En consecuencia, el menos Mini de todos busca mantener el espíritu tradicional, pero con una versatilidad y racionalidad no extensivas al resto de la gama.