El pasado 12 de julio, Lewis Hamilton ganó el Gran Premio de Estiria, Austria, segunda fecha de la convulsionada y ajustada temporada 2020 de la Fórmula 1. Ver al británico en lo más alto no era novedad, sin embargo, un hecho escapaba a lo usual.
Instalado en el centro del podio, el hexacampeón de la gran competencia del motorsport inclinó su cabeza y levantó su brazo derecho con el puño en alto, emulando el simbólico festejo que en los Juegos Olímpicos de México 68 realizaron los atletas Tommie Smith y John Carlos, quienes de ese modo expresaron su descontento e indignación por las prácticas racistas que sufrían.
Hamilton sigue su huella. Se ha convertido en el símbolo de los deportistas que actualmente luchan contra el racismo, movimiento que tomó fuerza desde que fue asesinado George Floyd el 25 de mayo en Mineápolis, Minesota, a manos de la policía norteamericana.
El británico primero sacó la voz para criticar al automovilismo por el silencio y ahora, en cada fecha, lidera acciones que permiten exponer esa batalla, movimiento al que le han acompañado casi todos los pilotos de la F1, hincando simbólicamente la rodilla en el piso al momento de las fotografías oficiales, tal como lo hizo el jugador de fútbol americano Colin Kaepernick, cuando en 2017 se arrodilló en señal de protesta sin cantar el himno de Estados Unidos antes de los partidos de la NFL.
“Algunas personas se preguntaban. ¿Por cuánto tiempo tenemos que seguir haciendo esto?’ Hay quienes piensan que una sola vez fue suficiente la semana pasada, y yo tuve que señalarles que es muy probable que el racismo permanezca aquí más tiempo que nosotros”, dijo el piloto de Mercedes tras ganar su 85ª carrera de F1, agregando que “las personas de raza negra que son víctimas del racismo no tienen tiempo de solo tomarse un momento para protestar y dejarlo ahí. Debemos seguir presionando a favor de la equidad y crear consciencia al respecto”.
Pero Hamilton no es el único deportista que ha elevado la voz en señal de protesta. El basquetbolista Lebron James en Estados Unidos se ha convertido en uno de los portavoces de las críticas y ataca con dureza; en Europa decenas de equipos de fútbol posan con la rodilla al piso sumándose a la campaña #BlackLivesMatter por redes sociales, mientras el ex delantero francés, Thierry Henry, actual entrenador del Montreal Impact de la Major League Soccer, en el duelo contra New England Revolution, se hincó al costado de la banca durante ocho minutos y 46 segundos, el mismo tiempo que fue asfixiado por la policía el norteamericano George Floyd.
La mujer que rompió las reglas
Lewis Hamilton está encaminado a romper una serie de récord en la F1. Sin embargo, una de sus mayores batallas las está dando fuera de la pista, sumándose a una lista de destacados nombres que décadas antes se atrevieron a enfrentar la desigualdad y la discriminación racial, en años donde existían dos mundos muy claros: unos para blancos y lo que sobraba para negros.
Quizás el más renombrado deportista en esta batalla es Muhammad Ali. Pero el gran campeón de boxeo, quien debió alejarse de los ring por tres años y debió renunciar a su título por defender sus derechos, no estuvo solo y no fue el primero.
Una de las primeras fue Althea Gibson (1927-2003). La norteamericana fue la primera tenista negra que disputó un torneo del deporte blanco. Lo hizo en 1950, cuando la segregación racial estaba institucionalizada, por lo mismo, adquirió una butaca en la historia de la batalla por la igualdad, camino que luego extendería Arthur Ashe.
La tenista competía en esos años en la American Tennis Asociation, agrupación que formó la comunidad negra para poder competir, pues no les permitían medirse con blancos.
Los grandes resultados de Gibson en la ATA y la presión de algunas ex jugadoras (como Alice Marble) le permitieron a la oriunda de Carolina del Sur convertirse en la primera jugadora negra que recibía una invitación para el US Nationals, el actual US Open.
Luego, Gibson arrasaría en diferentes torneos y ganaría 10 Grand Slam. El tenis había dejado de ser cosa de blancos, salvo en la vestimenta de Wimbledon.
Número retirado
En el béisbol, el gran nombre de la lucha antirracial es el de Jackie Robinson (1919-1972). Nieto de esclavos, se crió con su madre y sus cinco hermano en California. En su juventud integró el ejército de Estados Unidos y luego destacaba en las denominadas Ligas Negras, campeonato de béisbol que les permitían disputar a los afroamericanos.
Eso fue hasta el 10 de abril de 1947, cuando Robinson entró por primera vez al camarín de los Dodgers y se convirtió en el primer jugador de raza negra que formaba parte de un equipo de las Grandes Ligas, rompiendo así décadas de segregación.
Fue tal la conmoción, que el gerente general de los Dodgers, Branch Rickey, tuvo que emitir un comunicado informando que su equipo había comprado el pase de Jackie Robinson a los Royals.
El éxito del jugador fue apabullante. Debutó el 15 de abril de 1947 y aunque no logró anotar, el primera base fue el encargado de conseguir la carrera ganadora. Esa misma temporada también fue elegido Rookie (novato) del año.
La relevancia de Robinson en el béisbol es tan grande, que, cincuenta años después de su debut en un deporte por entonces de gente blanca, nació el denominado Día de Jackie Robinson. En la primera edición, todos los equipos de la MLB retiraron el número 42 de Robinson de sus indumentarias, un hecho inédito en el deporte. Años más tarde, se instauró que todos los que entren al diamante el 15 de abril a celebrar el Día de Jackie Robinson lleven el número 42.
“A menudo he declarado que el momento más orgulloso del béisbol y su declaración social más poderosa se produjo el 15 de abril de 1947 cuando Jackie Robinson pisó por primera vez un campo de béisbol de las Grandes Ligas”, dijo el comisionado de las Grandes Ligas, Bud Selig, agregando que “ese día, Jackie derribó la barrera del color y marcó el comienzo de la era en que el béisbol se convirtió en el verdadero pasatiempo nacional”.
Bajo el aro
Los basquetbolistas de la NBA han mostrado su fuerza en el tema contra el racismo. Incluso Michael Jordan, a quien siempre se le criticó la tibieza con la que habló de la segregación racial, mostró una postura más radical. “Los afroamericanos hemos sido abatidos por años. Te hace doler el alma y no podemos aceptarlo más. Este es un punto de inflexión, tenemos que dejar en clara nuestra postura” dijo Jordan, quien de paso donó 100 millones de dólares para combatir el racismo.
Pero antes de Jordan, uno de los nombres que sobresale en la batalla es Bill Russell (1934), el jugador más ganador en la historia de la NBA con once anillos.
El destacado pivot de los Celtics llevaba el dolor en la sangre. Su abuelo había combatido al ultraderechista grupo Ku Klux Kan y él, siendo un deportista exitoso que entró a la máxima competencia gracias a una beca de estudio, ni siquiera gozaba de afecto en Boston, la ciudad donde debía ser ídolo por la cantidad de triunfos que le dio a los Celtics. Pero la historia era muy diferente, le costaba encontrar casa donde vivir. Incluso, un día entraron a su hogar y repartieron excrementos por todas las habitaciones.
Como jugador, debió soportar que no lo atendieran en restaurantes o que no le permitieran alojar en los mismos hoteles que a sus compañeros, tal como le ocurrió cuando en 1954 visitó Oklahoma para disputar un torneo navideño.
Pero eso no detuvo a Rusell, quien en la cancha, y gracias a sus 2,10 metros de altura revolucionaba la forma de defender. Y habló fuerte, incluso contra su ciudad. “Preferiría estar en una cárcel de Sacramento antes que ser alcalde de Boston. Es un nido de racistas”, llegó a comentar.
Fue leal a sus principios y no le importó quien estuviese al frente. Como cuando al comisionado de la NBA, Walter Kennedy, quería establecer una regla de tres negros por equipo. “Te puedes ir a la mierda”, le dijo Russell a Kennedy. También estuvo con Muhammad Alí en la “Cumbre de Cleveland”, donde un grupo de deportistas se reunieron para apoyar la negativa del boxeador a ser reclutado por el Ejército, otro de los grandes hitos en la lucha por la igualdad de derechos.
Russell no se detuvo. Tras abandonar la actividad, se convirtió en el primer entrenador negro de la NBA. Y desde el banco sumó dos nuevos títulos, aunque entre sus mayores logros está el haber sido parte del movimiento que facilitó el camino hacia la promulgación de la Ley de Derechos Civiles (1964) y la Ley de derecho de voto (1965).
Sin bandera a cuadros
Antes de Lewis Hamilton, uno de los nombres que cambió la historia en el automovilismo fue Wendall Scott (1921-1990). Oriundo de Virginia, luchó contra los prejuicios de los años 50 y se convirtió en el primer afroamericano en correr en la Nascar, donde debutó en 1961.
Dos años después, el 1 de diciembre de 1963, sería el protagonista de una de las acciones más vergonzosas del deporte en Estados Unidos. Disputando una carrera de la Grand Nacional, en Jacksonville, con un Chevrolet Bel Air se convierte en el primer piloto de ascendencia africana que se impone en la Nascar, sin embargo, el director de carrera se negó a mostrar la bandera a cuadros cuando cruzó la meta y fue el piloto Buck Baker quien fue celebrado como ganador. La leyenda dice que por motivos raciales los organizadores tuvieron temor de galardonar a un afroamericano, lo que se sumaba el hecho de que recibiría un beso por la reina de la ciudad.
Horas después la decisión fue rectificada, cuando se “percataron” que había ganado con dos vueltas de ventaja, pero ya era tarde. Scott se había retirado del circuito sin la copa, trofeo que nunca le llegaría a la familia. La historia sería retratada posteriormente en la película Greased Lightning (1977). En 2015 fue incluido póstumamente en el Salón de la Fama de Nascar.
Pionero del fútbol
Hoy los nombres de Kylian Mbappé o Thuram lideran la voz del fútbol contra el racismo. Antes de ellos, mucho antes, fue un tal Walter Tull quien abrió el camino.
Hijo de un inmigrante de Barbados y nieto de esclavos, Tull fue uno de los primeros futbolistas profesionales negros. Nació en Londres, defendió los colores de Tottenham Hotspur, donde fue el primer negro del equipo. Además, fue el tercer jugador de color que firmó contrato profesional en la liga inglesa. Luego saltó al Northampton Town, donde descolló como extremo izquierdo, hasta que se inició la Primera Guerra Mundial, cuando se unió al Ejército británico.
Como militar se convirtió en el primer oficial negro que dirigió tropas blancas, algo inédito puesto que las leyes del Reino Unido impedían que una persona sin ascendencia puramente europea alcanzara ese rango.
Tull falleció en batalla en 1918 y su nombre se encuentra en el monumento a los caídos de Arras, aunque existe otro igual de significativo en Northampton, donde jugó más de un centenar de partidos y disfrutó sus mejores días como futbolista.
Ídolo del Tigre
Tiger Woods se convirtió en 1997 en el primer golfista negro en ganar el Master de Augusta. Tras el triunfo, sus primeras palabras fueron para Lee Elder. ¿Quién era esa persona? Nada menos que el primer afroamericano que disputó el Masters de Augusta en 1975, justo el año en que nacía Tiger Woods.
A temprana edad quedó huérfano. Para ganarse la vida, comenzó a trabajar de caddy, donde aprendió a jugar golf. En ese ambiente conoció al boxeador Joe Louis, quien lo recomendó a su profesor de golf, Ted Rhodes. Ahí comenzó a elevar el nivel.
Tras un período en el ejército, se unió a la United Golf Association Tour, entidad que permitía jugar a golfistas de color. Pasó humillaciones, como cuando en 1968 fue obligado a cambiarse de ropa en el estacionamiento porque los socios del club no aceptaban que personas de color usaran los camarines.
Pero el coraje era mayor. E insistió en llegar a lo más alto. Así ganó en la Escuela de Clasificación del PGA Tour su derecho a disputar en 1968 el circuito norteamericano. En 1974 gana su primer título, el Monsanto Open, el mismo lugar donde tuvo que cambiarse en el estacionamiento seis años atrás. Con este título, logró su acceso al Master de Augusta de 1975, debutando un jugador de raza negra en el mayor certamen de golf.
En su vida no se escondió en los triunfos y ayudó a niños de escasos recursos, atacó a los mandatarios de la PGA por no levantar la voz contra el apartheid de Sudáfrica e hizo campaña contra de los clubes de golf que le impedían a los negros ser socios. Una de sus recompensas llegó el día de la victoria de Tiger Woods.