No hay nación en Europa que haya sido más marcada por la Segunda Guerra Mundial que Alemania. Y es que muchos se olvidan de las consecuencias que este período dejó en ese país. De ahí que la historia de A. Lange & Söhne, que si bien partió con gran vuelo, pronto haya sido marcada por las dificultades físicas y económicas.
Todo comenzó en 1845, cuando Ferdinand Adolf Lange estableció la marca en Glashütte, luego de haber sido aprendiz del reconocido relojero J.C. Friedrich Gutkaes, y en un momento en que algunos de los más reputados fabricantes suizos recién comenzaban a forjar su historia.
Los primeros 100 años de la firma fueron de pompa y grandes innovaciones técnicas, con relojes de bolsillo que eran los más buscados por las clases altas, puesto que cada uno de ellos era hecho prestando especial atención en los detalles y completamente fabricado a mano. Solo la élite podía acceder a uno de estos modelos, estableciendo uno de los primeros pilares de la marca: el trabajo orientado en el usuario final.
Lange fue el responsable, entre otras cosas, de la introducción de los milímetros como una medida en el mundo de la relojería, eso sin contar otras innovaciones que quedaron patentadas para su firma y que se utilizan hasta el día de hoy.
Su relevancia fue tal, que en 1848 se le ofreció convertirse en alcalde de Glashütte, cargo que aceptó con gusto y que mantuvo por dos décadas, transformando la localidad de un modesto pueblo en el polo comercial y relojero que es hoy.
Al mismo tiempo, Lange comenzó a entrenar a sus hijos Richard y Emil, quienes con los años se hicieron cargo de la firma, la que luego pasó a sus propios hijos, manteniendo la tradición relojera de la familia.
En 1900 A. Lange & Söhne estrena el No. 42500 Gran Complicación, un reloj de bolsillo encargado por un privado que hasta el día de hoy ostenta el título del modelo más técnicamente complejo que ha creado la firma.
En las décadas siguientes, las guerras comenzaron a azotar al mundo, pero fue la Segunda Guerra Mundial la que más cambios trajo para la marca, pues Glashütte también sufrió los embates de las luchas.
Si bien durante el periodo la marca produjo grandes relojes de pulsera para la Fuerza Aérea alemana, manteniéndose a flote, pocos meses antes de que terminara la guerra, los talleres fueron víctimas de un bombardeo donde se perdió absolutamente todo.
En 1948 se expropiaron los bienes de la familia Lange y la administración soviética nacionalizó la propiedad restante de la compañía, con lo que el nombre de A. Lange & Söhne desapareció por 45 años.
El renacer
En 1989, con la caída del Muro de Berlín y la reunificación alemana, Walter Lange, tataranieto del fundador, por fin pudo regresar a Glashütte y continuar con la tradición relojera de la familia.
Ya en 1990 se volvió a registrar la marca, y para 1994 el primer modelo de la nueva era salía al mercado. Casi 50 años debieron pasar para que la firma alemana retomara su lugar en el mundo de la relojería.
El gran debut lo hizo el Lange 1, modelo que tomaba inspiración de las obras maestras del fundador, con nuevas patentes y las icónicas ventanas de fecha de la firma, tomadas de un reloj que la marca diseñó para la Casa de la Ópera de Dresden en 1830, y que se mantienen como un emblema hasta el día de hoy.
Las instalaciones originales se reconstruyeron y se volvieron a habitar y hoy este fabricante cuenta con una de las manufacturas más atractivas del mundo, en un edificio que es ecosustentable y donde cada uno de los más de 62 calibres que se encuentran en su catálogo se arman a mano, dos veces cada uno, para estar seguros de entregar piezas que resistirán la prueba del tiempo, tal cual como lo hizo A. Lange & Söhne. MT