Un día como hoy, pero de hace 30 años, Brasil era todo fiesta. Ayrton Senna conseguía su primera victoria en São Paulo, un sueño que el propio piloto paulista alimentaba desde la infancia. Y la puesta en escena fue como si todo lo hubiera escrito el mejor guionista: Senna liderando de punta a punta una carrera lluviosa, un repentino problema de caja de cambios cuando quedaban pocas vueltas para el final -se le trabó en la sexta marcha- y un alegría colectiva desbordante al cruzar la línea de meta.
Tanta era la tensión que Senna experimentó antes de concretar la hazaña, que quedó totalmente contracturado e inmóvil una vez que su auto se detuvo. Mientras el doctor de la FIA -y su amigo personal- Sid Watkins lo ayudaba a salir del monoplaza, las graderías se desbordaban ante el primer éxito de su ídolo en Interlagos.
Una gloria esquiva
Para entender la algarabía del público y el peso que Senna sentía sobre sus hombros, basta decir que aunque el brasileño era ya bicampeón de Fórmula 1, nunca había ganado en Brasil. En 1991 llegó a su país con la clara intención de romper aquella especie de maldición para así por fin subirse a lo más alto del podio.
Desde 1984, temporada de su debut en Lotus, había competido en siete ocasiones ante los suyos. Lo más cerca que había estado de la gloria era un segundo puesto en 1986 y un tercero en 1990. Antes, en la temporadas 1984, 1985 y 1987 había abandonado.
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