Barcelona hoy es por lejos la ciudad top of mind cuando hablamos de Cataluña, esa comunidad autónoma históricamente más distanciada de la España del castellano, de los encierros de toros y del flamenco. Pero ello no siempre fue así, y esta región es mucho más que Barcelona. A 100 kilómetros de la Ciudad Condal, siguiendo la línea costera mediterránea, está Tarragona.
Esta urbe, cuyos primeros asentamientos datan del siglo V a.C., apareció en escritos por primera vez bajo el nombre Tarraco 200 años después (que da nombre a uno de los modelos de Seat), para más adelante convertirse en capital de la Hispania Citerior. En nuestros días, llegar a Tarragona es muy sencillo y la mejor forma de hacerlo es en tren desde la Estación Barcelona Sants: el ticket no supera los € 10 y el viaje tarda una hora.
La importancia que el Imperio Romano le asignó a Tarragona se comprueba en la calle, o 'al carrer', como diría un tarraconense común. Es que aquí la primera lengua es el catalán y su predominancia es marcada frente al castellano, ya sea en un hospital, en el comercio y más aun en las escuelas y universidades.
Tal vez esa es una de las grandes diferencias entre Tarragona y Barcelona. En este polo turístico muy visitado por franceses y rusos a partir de junio se encuentra a la Cataluña más profunda, aquella donde la gente vive sin recurrir al español, porque los diarios, la televisión y la radio se emiten en catalán. Por ello, y pese a ser ambas lenguas romances, no es raro que los más ortodoxos olviden cómo se dice en español aquello que piensan en catalán o que caigan en errores gramaticales al intentar el ‘castellà’. En las calles de Tarragona abundan las perruquerias, peixeterias y xarcuterias, y si se va al supermercat entonces oiremos: ‘vols borsa?’. A lo que podemos responder ‘si us plau’ o ‘no, gràcies’.
» Tarragona es viajar en el tiempo
El anfiteatro romano -declarado Patrimonio de la Humanidad en 2000- es uno de los mayores atractivos locales. Se ubica en la Part Alta de la ciudad, una división marcada por la muralla romana, otra megaobra clásica que, a su vez, separó Tarragona entre la Part Alta y la Part Baixa durante la segunda guerra púnica (s. III a.C.). Este pequeño coliseo tiene una de las vistas más increíbles del Mediterráneo y de la playa del Miracle, una de las integrantes del conjunto Costa Daurada.
El anfiteatro fue construido en roca durante el siglo II y su buen estado de conservación permite la visita diaria de turistas por un precio de € 3,3. Mide 110 por 87 metros y originalmente -con todas sus gradas- tenía capacidad para 14 mil personas. En su arena el público disfrutaba de luchas de gladiadores con animales salvajes y de ejecuciones públicas. Aquí, por ejemplo, en 259 fue quemado vivo San Fructuoso, clérigo perseguido durante la prohibición del cristianismo en el gobierno del emperador Valeriano.
El Pont del Diable es otro de los vestigios del pasado glorioso de Tarragona. Este es un fragmento de una larga canalización para abastecer hídricamente a la ciudad desde el río Francolí. El agua se captaba a 92 metros sobre el nivel del mar y se conducía a la capital de Hispania Citerior por más de 10 kilómetros. El trozo hoy en pie mide 217 metros de largo y tiene un alto de 27 metros, por dos de ancho. En su estructura son 25 arcos en la mitad superior y 11 en la inferior. ¿Su data? Se inauguró hace casi dos mil años.
» Esencia catalana
El tarraconense no solo habla el catalán y se siente distinto culturalmente al resto de los españoles. También practica esa diferenciación.
Un buen ejemplo de ello son los castells (castillos) que no son más que torres humanas formadas por decenas de personas, que alcanzan varios metros de altura y en el que el riesgo de caída está siempre implícito. En la base se forma una 'pinya' y sobre ese tumulto va subiendo el resto, pisando sobre los hombros.
No es que se reúnan y lo intenten sin más. Muy por el contrario, se trata de una disciplina de riesgo que se practica desde muy pequeño. Hay escuelas de formación de 'xiquets', como se les conoce a quienes se inician. Reciben instrucción de los más viejos, pues los castells se forman por adultos, ancianos y niños de tres o cuatro años, únicos autorizados a usar un casco.
Los castells siempre suben la apuesta. Cuando llegan a un determinado piso, se fijan una nueva meta. Una de las oportunidades más esperadas para concretar un nuevo desafío es la fiesta de Santa Tecla. Esta festividad inicia la tercera semana de septiembre y dura 10 días, en los que colegios, universidades y comercios se mantienen cerrados. Todos se vuelcan a las calles para disfrutar de una celebración iniciada en el siglo XIV y que se caracteriza por multitudes en los rincones más típicos de la ciudad, uno de ellos la Plaça de la Font. Esta enorme explanada frente al Ajuntament de Tarragona está flanqueada por bares y restaurantes y allí es donde las escuelas de torres humanas llegan cada año para mostrarse en público.
» Emoción a flor de piel
Estar en medio de esa muchedumbre es verdaderamente emotivo. Todos visten trajes de xiquets, un vestuario que incluye camisas, pantalones y una faja en la parte baja de la espalda para soportar el peso del resto del grupo.
A medida que el castillo va formándose, los gritos de ánimo se confunden con los de dolor de los que ya están dando vida a una torre que en menor o mayor medida siempre tambalea. El suspenso se apodera del ambiente y es común que un castillo termine desarmándose apenas uno de los eslabones flaquea. De todas formas, hay equipos médicos listos para actuar.
Si el castell logra formarse y sostenerse por cinco segundos, la emoción de sus integrantes es desbordante, llegando incluso al llanto. Es el trabajo de mucho tiempo materializado en un logro grupal y coronado por el niño más pequeño del castell flameando una bandera en la cúspide. En caso de fallo, el panorama lógicamente es el opuesto y las lágrimas esta vez son de frustración. No hay recriminaciones, porque la victoria o el fallo son grupales.
Los castells son uno de los elementos que individualizan a Tarragona dentro de España. Por lo mismo, la estatua de un castell adorna la Rambla Nova, la vía peatonal más importante de la ciudad, que desemboca en el Balcó del Mediterrani, un mirador desde donde se ve la inmensidad del mar.
Por último, una de las actividades de Santa Tecla que más deslumbran de esta ciudad milenaria es el Correfoc. Este es un enorme desfile pirotécnico de fuegos artificiales disparados por entremedio de la ciudad con bestias y dragones bien ornamentados. Todo inicia al anochecer del día de clausura en la Plaça de la Mitja Lluna al ritmo de tambores e instrumentos de viento.
Los organizadores, entre los que se cuentan al Ball de Diables de Tarragona, la Colla de Diables Voramar del Serallo, la Víbria, el Griu, el Bou y el Drac, invitan a otras organizaciones de pueblos cercanos para sumar fuego a una noche iluminada solo por la pirotecnia. Es la espectacular clausura de las celebraciones de Santa Tecla -declarada fiesta de interés turístico en España-, una noche al grito de ‘Visca Tarragona!’ y ‘Visca Santa Tecla’. MT