Desde su lanzamiento en 2012, el CX-5 de Mazda ha sido un fenómeno de ventas no solo a nivel nacional, con más de 17 mil unidades en este período, sino también mundial. Por eso, no es extraño que en el lanzamiento de la segunda generación del modelo japonés los cambios fueran mínimos, sobre todo en el aspecto estético. Tan imperceptibles, que a ratos parece una muy buena actualización de la primera generación, más que un full model change.

Es por esto que al estar frente al CX-5 2017, hay que detenerse y mirar con calma, y ese vistazo más reflexivo es el que nos permite darnos cuenta de que esta versión quedó mejor, más deportivo y elegante, gracias a que las líneas de su ya conocido diseño Kodo se pusieron más horizontales, quedando mucho más atractivo.

Ahora bien, donde sí hay mucha diferencia es en el interior del CX-5, con un ambiente mucho más premium, no sólo en diseño, sino también en la calidad de los materiales utilizados (cueros, polímeros y aluminio) y de las terminaciones, subiendo al menos unos dos escalones respecto de la versión saliente. Muy en línea con lo que se puede apreciar en el nuevo CX-9.

Hay un importante cambio en la distribución de los elementos de la consola central, todo mucho más a mano del conductor; destaca la pantalla táctil de 7″ ubicada estratégicamente en la parte alta del tablero, y la versión testeada viene equipada con el sistema head up display, que te entrega la información necesaria frente a tus ojos. Y a color. Muy cómodo y seguro.

Otra mejora es la insonorización, según la marca, respuesta al trabajo en 32 puntos, ya sea en los ítems de diseño, aerodinámica y aislación, que en definitiva sí se notan. Sin embargo, y si bien el pilar A retrocedió en 35 mm y con ello ganó visibilidad, en mi posición de manejo tuve problemas con el espejo retrovisor central y el ángulo en diagonal hacia adelante. En todo caso, nada que los sensores de aproximación no puedan suplir; al final, es cosa de acostumbrarse.

El espacio atrás sigue siendo justo para dos sillas de niños y un tercer pasajero pequeño. Obviamente, se agradece que todos sean cinturón de tres puntas.

Mismo andar

Si hay algo en lo que Mazda ha trabajado en los últimos años es en mantener su ADN de una conducción dinámica entretenida. Y lo ha logrado. Esta nueva generación del CX-5 sigue siendo tan entretenida como dinámica, sin perder la seguridad. Otro de los pilares de la marca.

Así, la versión testeada es el 2.5 con 185 caballos de fuerza y 250 Nm, asociado a una transmisión automática y al paquete GT.

El motor es exquisito, levanta y responde rápido al apretar el acelerador, lo que permite jugar cuando lo necesitas. En el modo citadino, por supuesto, que los 185 caballos son más que suficientes y en ningún momento se siente como si fuera un caballo desbocado.

Los pasos de marcha están muy bien acoplados a los requerimientos del motor y son de accionar rápido y suave. Quizás en el rebaje de marcha automático se extraña una mayor eficacia, pero nada que quite el sueño.

La suspensión es firme, y gracias a que su centro de gravedad se bajó y a su nuevo sistema de G-Torque Vectoring el CX-5 se siente acoplado y seguro en su andar, permitiendo que en las curvas haya que corregir mucho menos y tenga una mejor estabilidad. La dirección es correcta, aunque se extraña un poco más de emoción. En conclusión, un buen crossover.