Vale la pena hacerlo una y otra vez. Pisar el freno y apretar el botón de partida, para que el rugido del poderoso motor V8 del nuevo Mustang resuene con eco en el espacio cerrado del subterráneo del edificio. Apagarlo otra vez y volver a encenderlo. Nuevo rugido, más adrenalina en el torrente sanguíneo. Una vez más.
Que Ford Chile haya decidido mantener el emocionante pero ineficiente motor de ocho cilindros en esta nueva generación del Ford Mustang tiene una explicación más emocional que racional. Y es que un Mustang sin rugido ni gorgoreo no es un auténtico Pony Car. Ni siquiera el notable bloque Ecoboost 2.0 Turbo de 310 Hp que probamos en Los Angeles satisface ese sentimiento que ha hecho de este modelo el más emblemático de los autos nacidos en Detroit en el último medio siglo.
Ahora, si a mí me permitieran elegir, yo tomaría el EcoBoost sin lugar a dudas. No tiene la música profunda de los ocho cilindros, pero a través de la electrónica y del sistema de audio, Ford le inventa un sonido ronco y lo devuelve al habitáculo; además, ofrece el empuje más que suficiente para entretenerse y, por si fuera poco, el computador de a bordo nos indica que está consumiendo nueve kilómetros por litro en la ciudad, casi el doble de lo que da el V8 en Santiago.
Pero a falta de Ecoboost, lo que hay acá es el Mustang V8 hecho y derecho, con sus magníficos 435 caballos de fuerza disponibles apenas se pisa el acelerador, salvo por un pequeño retardo de la transmisión automática que, la verdad, no molesta en lo absoluto. Porque el Mustang empuja en serio. Uno siente que las ruedas traseras van apurando a la trompa, que da la sensación de querer hacer lo que le plazca, aunque al final es sólo eso: una sensación.
Porque si algo caracteriza a este nuevo Mustang es que fue concebido para ser un auto mucho más dócil, más manejable y más amigable con los excesos en velocidad. Se ha dicho siempre que los muscle cars americanos no doblan, pero éste sí lo hace.
Ok, no se siente sobre rieles como un buen deportivo alemán, pero la nueva suspensión trasera independiente multibrazo permite que exista mucho más apoyo en curva y con eso se gana direccionalidad. El Mustang ahora dobla, en pista y en montaña, lo que no deja de dar tranquilidad.
Además es mucho más suave para el día a día. Pese a ser ancho y largo, se siente muy dócil en la calle, responde de manera más inmediata al movimiento del volante (mérito de una nueva dirección electroasistida) y se deja llevar como si fuera un compacto, salvo por los 5,2 km/litro de consumo que marca.
Ahora, para jugar un poco hay que escarbar en los botoncitos instalados por debajo de la nueva pantalla táctil del sistema MyFord. Uno para endurecer la dirección, que funciona de maravillas; el otro, para desconectar el control de estabilidad, nada recomendable, a menos que lo lleve a driftear a la pista; el último, para modificar los parámetros de conducción en cuatro modos diferentes.
Hay uno para hielo, otro que es para la ciudad y uno deportivo que, entre otras cosas, estira el paso de marcha y realiza rebajes automáticos para no dejar caer el régimen de revoluciones. El modo final es para la pista, y cuando se utiliza vuelve al Mustang el potro desbocado que siempre fue, con la cola yendo para un lado y la trompa para el otro. Delicioso.
Por dentro, una butaca magnífica, con ajuste de respaldo manual y de asiento eléctrico (una rareza), el sistema Sync de interconectividad, que tras usarlo en este auto me confirma que es por lejos el mejor del mercado, una serie de elementos de seguridad activa y pasiva, y pequeñas sutilezas, como la proyección del Pony sobre el asfalto, visible casi exclusivamente de noche, y que confirman que el Mustang es un auto ciento por ciento emocional.
A favor | En contra |
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Su diseño, el rugido del motor V8, la sensación de manejo, precio/equipamiento. | El consumo de combustible, su escasa agilidad en la ciudad, la visibilidad. |