Este 26 de diciembre fue uno de lágrimas, memoria y análisis. Han pasado 20 años desde que ocurrió el peor tsunami de la historia reciente en las costas del océano Índico, luego de que azotara a 14 países y dejara una estela de muerte. Se trata de una de las peores tragedias naturales de la historia moderna por el número de víctimas que dejó a su paso: la serie de olas gigantes mató a unas 230.000 personas.
A dos décadas del hecho, miles de sobrevivientes, así como familiares de las víctimas, visitaron este jueves fosas comunes, encendieron velas y se dieron consuelo mutuo en distintos lugares del Sudeste y el Sur de Asia. Es su forma de conmemorar lo que fue una verdadera pesadilla de la naturaleza.
Otros, también sacan cuentas de las lecciones que dejó el tsunami. En Banda Aceh, por ejemplo, una ciudad del norte de Indonesia que recibió el impacto de las olas de 30 metros, tan solo 15 minutos después del terremoto que originó la crisis humanitaria, muchos salieron a las calles por temor a que los edificios les cayeran encima. No sabían que tenían segundos para arrancar a terrenos altos, ni que el recogimiento del mar indicaba que venía un tsunami.
Pero expertos advierten que la complacencia se está imponiendo al recuerdo cuando de prevención se trata, como demuestra el aumento en la compra de terrenos en los sectores costeros más afectados por las olas.
Este jueves, cientos de familiares de las víctimas llegaron flor en mano a una fosa común en la aldea de Ulee Lheue, donde yacen enterradas más de 14.000 personas no identificadas del tsunami. Es uno de los varios osarios que hay en Banda Aceh.
“Los extrañamos y todavía no sabemos dónde están. Lo único que sabemos es que cada año visitamos la fosa común en Ulee Lhue y Siron”, dijo a NPR Muhamad Amirudin, quien perdió a sus dos hijos aquella jornada. Nunca encontró sus cuerpos.
Una jornada catastrófica
Aquel domingo 26 de diciembre de 2004, un terremoto submarino de magnitud 9,1, con epicentro frente a la costa de Sumatra, Indonesia, remeció a la región de Asia. No se trataba de uno cualquiera. Fue uno de los tres movimientos telúricos más fuertes de los que se tenga registro, solo superado por el de 1960 en Valdivia, Chile (9,5), y por el de 1964 en Alaska, Estados Unidos (9,2).
Las consecuencias fueron veloces. Cerca de dos horas después, el mar empezó a entrar en tierra firme, cuando una serie de olas gigantes alcanzaron velocidades de hasta 800 kilómetros por hora, así como alturas de hasta 30 metros. Los primeros en sentir el impacto del tsunami fueron Indonesia, Tailandia y Myanmar.
Horas después, pasarían por lo mismo India, Maldivas, e incluso algunas costas de África. De hecho, pese a que no fueron los que terminaron con mayores daños, fueron naciones como Somalia, Tanzania y Kenia las que más se tardaron en reconstruir, con hasta siete años de trabajos para retornar a la normalidad. Junto a ello, se estima que hubo pérdidas materiales por más de 16.000 millones de dólares.
Pero fue Indonesia el más afectado de todos. Solo en aquella nación, las autoridades informaron que hubo unas 170.000 víctimas mortales, seguido por Sri Lanka, con más de 35.000 fallecidos.
Allí hubo dos indicios de que las cosas estaban realmente mal. El primero llegó, o más bien, no llegó, desde Banda Aceh, ciudad en Sumatra. No había noticias de lo que había ocurrido en la ciudad del norte de la isla. El segundo indicio fue que la primera solicitud que emergió del lugar, fue la de que enviaran bolsas de cadáveres, rememoró el periódico The Malaysian Reserve.
No era de extrañar ninguna de las dos. No había suficientes personas vivas, ni tampoco infraestructura, como para informar lo que había ocurrido. Algunos cuerpos “yacían al costado de la calle, algunos cubiertos, otros no. Unos colgaban de postes. Un barco pesquero estaba en lo que solía ser una casa, siendo lo único que quedaba en pie una pared”, rememoró un periodista del citado medio, quien visitó el lugar junto al primer equipo de ayuda internacional en llegar al lugar, tres días después del tsunami.
En la misma ciudad, Cut Sylvia dijo a Al Jazeera que recordaba perfectamente la última vez que miró a los ojos a su hija de dos años aquel 26 de diciembre de 2004. Se trataba de una mañana normal cuando vieron a la gente huyendo delante de su casa, mientras advertían la llegada de un tsunami.
No alcanzaron a pasar muchos minutos tras esa escena, para que se viera abrumada por las incesantes olas que ingresaron a su hogar mientras afirmaba a su hija Siti entre sus brazos.
“No puedo describir ese momento en el que vi sus ojos, ella vio los míos y nos mirábamos fijamente”, dijo a la cadena Al Jazeera. “Ella ni siquiera estaba llorando ni diciendo nada. Ella solo me estaba mirando. Sabía que nos separaríamos”. La pequeña de dos años, aún desaparecida, fue arrastrada por el mar.
Su esposo también fue empujado por las olas, y tras caer agotado de cansancio, los rescatistas pensaron que había muerto. Pasó una semana para que ambos se reencontraran en la ciudad de Medan, a 600 kilómetros de su destruida casa en Banda Aceh.
No en todos lados fue así. En la isla Simeulue, situada al suroeste de Banda Aceh y casi encima del epicentro del terremoto, una palabra ancestral recorrió rápidamente, cual fantasma, a sus habitantes. “smong”, su palabra para el tsunami. Transmitida generación tras generación, relató The Malaysian Reserve, ayudó a que ninguna víctima fatal fuera reportada en el lugar gracias a su rápida respuesta ante el terremoto.
La advertencia de complacencia
El recuerdo trágico, sin embargo, se está desvaneciendo cuando de la alerta ante tsunamis se trata, dijo a Al Jazeera David McGovern, profesor titular y experto en tsunamis de la London South Bank University. “Lo que no se entiende es que un tsunami no es un peligro ultra raro. En realidad, es un peligro relativamente común”, planteó al medio qatarí. “Hay una media de dos tsunamis al año que causan muertes o daños”, añadió.
Si bien en estas dos décadas desde la tragedia del océano Índico se han realizado importantes avances, ya sea en forma de defensas marítimas o sistemas de alerta temprana, expertos alertan que se está instalando cierta autocomplacencia mientras se aleja el recuerdo de la magnitud de la destrucción que quedó en las calles y las vidas de las víctimas de 2004.
Esa preocupación quedó plasmada el pasado 6 de diciembre, cuando los principales expertos mundiales en ingeniería de tsunamis se reunieron en Londres en un simposio para conmemorar el 20° aniversario del tsunami del océano Índico.
McGovern, uno de los principales investigadores de MAKEWAVES -un proyecto multiinstitucional y multinacional fundado por investigadores de tsunamis-, añadió que en estos últimos 20 años incluso se ha aprendido cómo las olas provocan daños.
“Eso es algo que no sabíamos. Y la razón por la que no lo sabíamos era porque los tsunamis, en la vida real, son tan destructivos que cuando haces estudios de campo, la única información que realmente te dan son los valores máximos de la destrucción”, planteó a Al Jazeera. “Son tan destructivos que tienden a destruirlo todo”.
Pero esa falsa sensación de que estos eventos no son comunes, hace difícil el financiamiento de proyectos destinados a estudiar cosas tan básicas como la forma en que un tsunami se retira de vuelta al mar, y la destrucción que causa en ese tramo, dijo el experto. Incluso eso es una laguna de conocimientos.
“Mi esperanza en el 20° aniversario es que no olvidemos este riesgo, que no asumamos que fue un acontecimiento que ocurre una vez cada milenio, y que sigamos dando prioridad a uno de los peligros naturales más mortíferos a los que se enfrenta la humanidad”.
Rina Suryani Oktari, profesora de la Universidad Syiah Kuala de Banda Aceh, ha visto en primera persona esa complacencia entre las comunidades costeras del norte de Sumatra. Oktari, coordinadora del grupo de investigación sobre educación y gestión de catástrofes del Centro de Investigación sobre Tsunamis y Mitigación de Catástrofes, aseguró a Al Jazeera que el bajo precio de la tierra ha atraído a mucha gente a las zonas costeras de alto riesgo.
“Ahora estamos mejor preparados, pero sigue existiendo la posibilidad de que haya un gran número de víctimas si se produce otro tsunami”, puesto que “mucha gente ha vuelto a vivir a la zona costera. La población es ahora incluso mayor que antes del tsunami” de 2004.
De todos modos, Phil Cummins, un sismólogo que venía años advirtiendo sobre el riesgo de un potencial terremoto en la zona, aseguró a Al Jazeera que “aún no hemos resuelto el problema de qué hacer con las comunidades próximas al terremoto que podrían ser golpeadas por un tsunami. Eso puede ocurrir en tan solo 10 o 30 minutos, es muy poco tiempo para emitir una alerta y para que la gente reaccione”.
Es por eso que, pesimista, advierte que “mucha gente va a morir pase lo que pase”, pero añadió que las “pérdidas serán mucho mayores” si las comunidades no están preparadas.
Aunque también salieron aprendizajes vigentes. Por ejemplo, se creó un sistema internacional para monitorear la actividad sísmica y los océanos. Son varios los gobiernos que han desarrollado un modelo mundial de información sobre tsunamis conocido como Sistema de Reporte y Evaluación de Tsunamis en el Fondo Oceánico (o DART, por sus siglas en inglés). Actualmente, cuenta con 74 boyas en los océanos, las que sirven para informar rápidamente a los distintos países si es que detectan un movimiento peligroso.