Reuniones con la canciller chilena Antonia Urrejola, académicos y empresarios son parte de la copada agenda que María Aránzazu González Laya, más conocida como Arancha González, tiene en nuestro país.
La exministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación de España del gobierno de Pedro Sánchez se encuentra en Chile invitada por la Universidad Autónoma, y conversó con La Tercera desde la actual relación entre ambos países, pasando por la actualidad regional y el posible papel del electo presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva en el continente, hasta los procesos migratorios de los que ella tuvo que hacerse parte en su gestión gubernamental.
Actualmente, González se desempeña como decana de la prestigiosa de la Escuela de Asuntos Internacionales de Sciences Po, en París, y en el pasado se desempeñó por más de seis años como directora ejecutiva del Centro de Comercio Internacional (CCI) de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Según la política y académica, América Latina “ha estado muy eclipsada en los últimos años en la escena internacional”.
Considerando su rol de excanciller, ¿cómo calificaría la actual relación bilateral entre España y Chile? ¿En qué estado se encuentra?
Es una relación muy sólida, porque está construida sobre bases macizas. Son bases, primero, de una historia común, pero también cultivada por relaciones empresariales. Basta pasearse por Santiago para entender lo estrechas que son. Son lazos estrechos construidos sobre bases sólidas, y que necesitan ser cultivados y atendidos con mucho interés, porque en el futuro relaciones como esta van a ser fundamentales para poder navegar en aguas turbulentas, que son en las que España y Chile van a tener que gobernar durante los próximos años.
Sobre la actualización del Acuerdo de Asociación entre la Unión Europea y Chile, ¿qué significa para ambos un avance en estas materias?
Primero, significa una señal de prioridad política, porque había tres acuerdos comerciales que la Unión Europea (UE) estaba negociando. Estaba el de México, Mercosur y con Chile, y el primero que se concretó fue el con Chile. Es una prioridad política o, más bien, la expresión de una prioridad política. En segundo lugar, creo que es importante, porque es la mejora de un acuerdo que existía, y es la adecuación a prioridades que tanto Chile como la Unión Europea sienten que son importantes. Esas son la sostenibilidad y la inclusión, con capítulos muy importantes en ambas materias. Inclusión de las mujeres empresarias o de las pymes en el comercio entre ambos. Es política en el sentido de ser el ajuste de un acuerdo a los nuevos tiempos, y es también una base para relanzar una nueva relación comercial que impulse a las empresas europeas a invertir en Chile, y que interese a más a empresas chilenas a trabajar con Europa en un momento en el que también tienen otras opciones. Está China, Estados Unidos y otros países de la región.
Si bien Europa cuenta con la Unión Europea, en Latinoamérica nunca se ha llegado a ese nivel de integración. ¿Cree que la región debería buscar la formación de un ente similar?
Me parece que el tiempo está demostrando la importancia de fortalecer la integración latinoamericana. Y es verdad que en los últimos años ha tenido una pata un poco coja, o varias patas cojas. Es el momento de mayor integración latinoamericana basándose en cuestiones que, creo yo, todos los países de la región comparten. Todas las naciones latinoamericanas hoy comparten la necesidad de luchar contra el cambio climático, de proteger los océanos, de reducir las desigualdades dentro de la sociedad, de reforzar la competitividad de sus empresas. Esto en un contexto en el que, además, entramos en una pugna geopolítica muy fuerte entre China y Estados Unidos, donde va a ser inevitable que ambos pidan a los países elegir. A eso, la respuesta también tiene que ser más integración latinoamericana. Tiene que darse una mayor alianza estratégica entre América Latina y la Unión Europea.
Una de las lecturas que se hizo en el diario El País sobre la modernización del acuerdo fue la influencia ruso-china en Latinoamérica y la importancia del tratado en términos de influencia en la región. ¿Comparte dicha opinión?
Es en las dos direcciones, no nos olvidemos de eso. Un acuerdo siempre tiene dos direcciones. Está claro que Europa, en un momento de mayores tensiones geopolíticas y con una guerra rusa en la frontera de la Unión Europea, está reevaluando cuál va a ser su posición geoestratégica, y en esa reevaluación vuelve a aflorar el valor que tiene una relación con América Latina y el Caribe. En ese contexto, este acuerdo empieza por Chile, y no es casualidad que lo haga así, porque es verdad que Chile ocupa un lugar muy particular en las relaciones entre la Unión Europea y América Latina. Lo fue cuando hace más de 20 años se hizo el primer acuerdo entre la UE y Chile, y lo ha sido a través de la fructífera relación que han tenido ambos. Efectivamente, esta es una manera de mostrar un interés geopolítico y económico para la Unión Europea, y eso empieza por este país. Este acuerdo tiene que ser leído en Chile como un voto de confianza hacia la nación, pero también es una forma en que Chile responde al momento geopolítico. Está dando una señal, que en Europa acogemos con gran interés, porque su país también tiene otras opciones para escoger.
Teniendo en cuenta la experiencia de la Unión Europea, ¿cómo se trabaja el problema de la sobreideologización dentro de organismos regionales, como ocurrió con Unasur y Prosur en Latinoamérica?
El momento geopolítico demanda de América Latina la búsqueda de puntos de encuentro, más que la separación o fragmentación ideológica. Este momento geopolítico obliga a América Latina, para poder navegar en estas aguas turbulentas y no verse engullida en ellas, a encontrar en esa integración puntos de encuentro que superen las fracturas ideológicas. Estos cruces existen: la lucha que todos necesitamos emprender contra el cambio climático, que por cierto, es una bandera que engancha a todos los jóvenes de este continente. Ese es un punto de encuentro que supera divisiones ideológicas, porque el cambio climático no tiene ideología. Lo que tiene son unas consecuencias nefastas sobre todos nuestros países. Lo estamos viendo con temperaturas extremas aquí en Chile, lo vemos con la falta de agua, con los fenómenos meteorológicos extremos. El momento requiere de América Latina el buscar una superación de fracturas ideológicas y concentrarse en converger alrededor de puntos de encuentro. Una vez que los países encuentren esas ideas comunes, creo que será muy fácil encontrar, también, una convergencia con intereses europeos.
Mirando hacia Sudamérica, con la victoria de Lula en Brasil, en el papel se configura un giro a la izquierda entre los mandatarios de América Latina, con sus correspondientes matices. ¿Podría esto apuntalar ese camino o, por el contrario, fomentaría la ideologización de un proyecto regional?
La llegada de Lula da Silva es importante por la visibilidad que América Latina pueda tener internacionalmente. Este continente ha estado muy eclipsado en los últimos años en la escena internacional, y el mundo necesita de la presencia e influencia de América Latina. El retorno de Lula en Brasil puede suponer un mayor liderazgo de la región, porque una de las señas de identidad del electo mandatario ha sido el tener un peso específico dentro de la construcción de la comunidad internacional, de pesar en los debates. La invitación y participación de él en la COP27, en Sharm el-Sheij, pese a que aún no asuma como presidente, da una idea de ese espacio internacional que a partir de Brasil, si esa unidad latinoamericana se fortalece, puede resultar en una mayor presencia en el mundo. Eso es importante, bueno y positivo. Lo es para Brasil, pero también lo es para América Latina, porque permite tener peso en cuestiones internacionales: desde la estabilidad financiera internacional, financiamiento para países de renta media, cuestiones climáticas, luchas contra las pandemias, por no hablar de la amenaza nuclear. Todas estas son cuestiones en las que necesitamos una potente voz latinoamericana, y yo espero que Brasil, acompañado de muchos otros países de la región que también lo sienten de esta manera, como Chile, Colombia o Argentina, sean capaces de mostrar el peso que América Latina debe tener en la construcción de los nuevos consensos internacionales.
¿Qué análisis podría realizar de la situación ocurrida en Perú, con el ahora expresidente Pedro Castillo, así como de Argentina, tras el fallo contra la vicepresidenta Cristina Kirchner?
Lo que vemos es una gran inestabilidad interna, por lo menos en Perú, que no es nuevo, considerando que se viene arrastrando desde hace algunos años. En realidad, lo que demuestra es la incapacidad del sistema peruano para encontrar nuevos consensos país, y eso nos tiene que preocupar. Pondría como contrapunto la manera en que se está gestionando una insatisfacción social con el sistema acá en Chile, donde se está buscando darle un cauce institucional dentro de las instituciones. Esto entrega luces de la solidez institucional chilena, y de su capacidad a ir encontrando consensos nacionales. Es cierto que está tardando, pero es normal porque lo que se está discutiendo son cuestiones estructurales. En Perú vemos el estallido en mil pedazos de la institucionalidad y de la incapacidad de esta para dar salida a un descontento social, y por el otro lado, un sistema chileno donde ese malestar social se está canalizando dentro de las instituciones, con un respeto escrupuloso de las reglas de funcionamiento institucional, para dar una respuesta que es necesaria encontrar.
Con miras a los procesos migratorios, usted jugó un rol clave en España en ese aspecto. ¿Qué enseñanzas le dejó ese proceso que se podrían replicar en otros lugares del mundo, pese a las obvias diferencias económicas y socioculturales?
En el tema migratorio lo que tenemos que aprender son tres cosas. En primer lugar, hay que entender que quienes están detrás del fenómeno migratorio son personas, y necesitamos humanidad. No son cosas, son personas que muchas veces se ven obligadas a abandonar sus países porque las circunstancias en las que ellos viven son simplemente inaceptables. La segunda palabra que yo utilizaría sería firmeza. Firmeza frente a la criminalidad, frente a las bandas organizadas de tráfico de personas, porque eso no lo podemos aceptar. En democracia, no podemos aceptar que las personas sean objeto de tráfico y que haya bandas que estén lucrando con la desgracia de las personas. Y la tercera palabra sería vías regulares. Es decir, buscar mecanismos por los cuales demos un cauce en origen que ordene esos procedimientos migratorios. Que señalen que hay una vía regular para que la gente entienda que no tienen que arriesgar sus vidas por vías irregulares. Humanidad, porque evidentemente hay compromisos que todos los países hemos aceptado en materia de refugio y de asilo, que es una categoría especial de personas. Firmeza es la respuesta que tenemos que dar a quienes quieran abusar traficando con personas irregularmente, y todos sabemos que esas bandas existen, y todos sabemos dónde están y cómo operan. Frente a eso, tenemos que poner mano firme. Y luego, ordenar y abrir cauces regulares para la migración. En Europa, además, lo tenemos claro, porque contamos con una demografía decreciente, y la migración va a ser un elemento fundamental de nuestra futura composición, pero tenemos que hacerlo sobre unas bases claras y con procedimientos establecidos para que la gente no tenga que jugarse la vida.