Por Rudolfo Lago, director de Congresso em Foco Análise

Dos factores parecen haber sido fundamentales para la definición del resultado de la segunda vuelta, que confirmó la victoria de Luiz Inácio Lula da Silva, del PT, por muy estrecho margen de ventaja sobre Jair Bolsonaro, del PL, candidato a la reelección. Poco más de dos millones de votos separaban a Bolsonaro, el vencido, de Lula, el vencedor. Un poco más del 1%.

Del lado de Lula, la expresiva expansión de las fuerzas que terminaron la segunda vuelta de su lado. En el turno de la primera vuelta, Lula se dio cuenta de que necesitaba expandirse y, por primera vez, aceptar ser solo un instrumento de algo mucho más grande que él. Ahora, ya no era solo Lula, aquel que nunca se dejó eclipsar por nadie, volviendo a construir su proyecto de redención. Era un Lula más pequeño que la circunstancia que ahora lo convirtió en una herramienta, no precisamente para su redención -aunque ahora tiene la oportunidad de hacerlo-, sino para la redención del país.

Por supuesto, la asociación con Geraldo Alckmin ya era un camino en esa dirección. Pero incluso en este caso, fue Alckmin quien se unió a un partido históricamente aliado con el PT de Lula. Había, pues, allí, en cierto modo, un movimiento de Alckmin hacia Lula. Aún no era la asociación de las dos principales fuerzas democráticas que gobernaron el país durante la mayor parte del período de redemocratización del país, el PT y el PSDB. La reconciliación de algo que se rompió tras el Plan Real y la construcción allí de la candidatura de Fernando Henrique Cardoso.

La segunda vuelta llevó a Fernando Henrique al lado de Lula. Trajo a los padres de Plano Real, Pérsio Arida, Edmar Bacha y Pedro Malan. Al expresidente del Banco Central Arminio Fraga. Más Simone Tebet, del MDB. Promovió la reconciliación de Lula con Marina Silva, de Rede.

Se unió a Guilherme Boulos y João Amoêdo. Simone Tebet y Marina Silva, Fernando Haddad y Fernando Henrique. Un amplio frente en defensa de la democracia. Un frente amplio en defensa de la conciliación del país. Un frente amplio en defensa de la paz.

Viene ahí, entonces, el segundo factor determinante, del lado de Bolsonaro, en la última semana antes de la segunda vuelta. La semana comienza con el excongresista Roberto Jefferson recibiendo a policías federales con 50 tiros de fusil y tres granadas. Y termina con la diputada Carla Zambelli (PL-SP) corriendo por las calles con un revólver en la mano en persecución de un hombre desarmado. Dos aliados indiscutibles de Jair Bolsonaro. Si la unión en torno a Lula pretendía representar un retorno a la paz en el país, las locuras de Jefferson y Zambelli parecían corroborar que el riesgo sí era real. ¿Permitiríamos que la gente sacara sus armas en medio de la calle y entrara a los bares persiguiendo a sus oponentes? En nombre del argumento de que había que impedir que un “bandido”, con todas las comillas del mundo, asumiera la Presidencia, ¿autorizaríamos a bandidos, aquí sin comillas, a recibir a la policía a tiros y granadas?

Jefferson y Zambelli hicieron que lo peor del gobierno de Bolsonaro volviera a la imaginación de la gente. La violencia. La intolerancia. El desprecio por la vida. Que la pandemia del Covid-19 evidenciara. Bolsonaro no perdió las elecciones por dos millones de votos. Perdió las elecciones por 700.000 muertos.

La paz ganó. La paz ha vuelto. Y el elocuente silencio de Jair Bolsonaro hasta ahora es prueba de ello. Con el voto expresivo que obtuvo, es innegable que Bolsonaro es un líder importante. Pero cada minuto extra de silencio contribuye a desorientar su militancia y a darle a Lula el tiempo que necesita para iniciar su reconstrucción.

Hay reacciones de los camioneros en las carreteras. Hay casos lamentables de violencia, sí. Pero, en general, Brasil no parece haberse despertado con ánimo de tercera ronda. Quizás porque Bolsonaro en los últimos días no ha encontrado el ambiente necesario para ello por parte de sus aliados. Las Fuerzas Armadas advirtieron que no se embarcarían en tal aventura. Mucho menos sus aliados políticos. Incluso antes de la confirmación oficial de la victoria de Lula, el presidente de la Cámara, Arthur Lira (PP-AL), ya intentó reconocer el resultado. E intentó comparecer con el líder del gobierno en la Cámara, Ricardo Barros (PP-PR), y con el presidente del PP, André Fufuca (MA), a su lado.

Quizás el silencio de Bolsonaro sea un reflejo de que, a estas alturas, hasta su militancia es como el personaje de Teresa Batista, de Jorge Amado. “Cansada de la guerra”.