Quien piense que los sistemas de pensiones son algo ajeno o aburridos es que aún se siente joven. O no conoce Brasil. Hace semanas que las familias, la prensa y el Congreso debaten sobre cómo desactivar la bomba de relojería en que se han convertido las jubilaciones. Un asunto en el que las hijas de militares son las villanas preferidas. Resulta que 110.000 brasileñas disfrutan de una pensión vitalicia heredada de su padre que es compatible con tener un empleo, pero incompatible con tener un marido. Estas solteras cobran un pago mensual de unos 6.000 reales (US$ 1.531) en un país donde dos tercios de sus compatriotas se jubilan con seis veces menos: 998 reales (US$ 255), el sueldo mínimo. Aunque privilegiadas, ellas no son las más privilegiadas si obviamos que no tuvieron que trabajar para disfrutar de ese derecho.

La verdadera casta -parte del 1% de Brasil- son los parlamentarios con US$ 6.954 al mes y los jueces. Unos y otros se pueden retirar pronto. No solo eso. Ellos tendrán la última palabra a la hora de eliminar (o no) los privilegios de los cargos que ostentan.

La misión de reformar el sistema actual es de envergadura, vital para las cuentas públicas y la economía. El anterior Presidente fracasó y ahora nadie duda en Brasil que aprobar (o no) un sistema que sustituya al vigente es lo que definirá el mandato de Jair Bolsonaro.

Las pensiones copan los informativos, los diarios han lanzado aplicaciones para calcular cómo quedaría el pago y #OuReformaOuquebra fue uno de los asuntos más comentados en Twitter el fin de semana.

"El sistema es económicamente insostenible", sentencia la OCDE, el club de los países ricos, en un informe en el que destaca que las pensiones brasileñas otorgan un porcentaje alto del último salario a edades mucho más tempranas que otros países. Además es profundamente desigual, como explica Pedro Fernando Nery, autor del libro Reforma de las pensiones. Por qué Brasil no puede esperar. "Con el sistema vigente, el rico puede recibir 40 veces más que el pobre con una baja contrapartida contributiva", afirma este asesor económico del Senado. "Es un sistema complejo con diversos tipos de jubilación, en el que los más pobres necesitan trabajar hasta los 65", agrega.

Comparado con el resto del mundo, se retiran jovencísimos. Las brasileñas, a los 53 años; ellos, a los 57 de media porque es uno de los pocos países sin edad mínima de jubilación. Basta contribuir tres décadas o más.

Precisamente estos días se ha retirado a los 55 años el juez más veterano del caso de corrupción Lava Jato. A partir de ahora trabajará de consultor.