Brasil y el golpe de 1973: libro detalla intervención de ese país en la caída de Allende y la posterior ayuda a Pinochet
“El Brasil de Pinochet”, del periodista brasileño Roberto Simon y que se lanza esta semana en Chile, sostiene que la intervención de su país “no fue el resultado de acciones episódicas y autónomas, sino de una política de Estado”.
Basado en una extensa investigación documental, el periodista brasileño Roberto Simon publicó en febrero de 2021 el libro O Brasil contra a democracia, que demuestra cómo la dictadura brasileña actuó para derrocar al gobierno de Salvador Allende y sirvió de apoyo -y modelo- en la construcción del régimen militar de Augusto Pinochet. En el marco de los 50 años del golpe del 11 de septiembre de 1973, esta semana LOM Ediciones lanza la edición en español de esta obra bajo el título El Brasil de Pinochet, la cual muestra que esta intervención no fue el resultado de acciones episódicas y autónomas, sino de una política de Estado.
“Las páginas que siguen cuentan esa historia, aún poco conocida. La ocultaban tachados de censura y voces acalladas, secretos de Estado y de testigos. Para reconstruirla fue necesario recorrer, a lo largo de varios años, los archivos en Brasil, en Chile y en Estados Unidos, y entrevistar a decenas de sus protagonistas –guerrilleros, soldados, agentes de inteligencia, diplomáticos, políticos, empresarios, periodistas, académicos– dispersos por diversos países, aunque vinculados a un mismo marco histórico, ocurrido hace cinco décadas. De la investigación emerge una nueva historia sobre la actuación de Brasil en América del Sur en los años de 1970″, se lee en la introducción del libro.
El punto de partida de El Brasil de Pinochet, escribe su autor, fue una serie de 10 reportajes publicados a lo largo del mes de septiembre de 2013 en el periódico brasileño O Estado de Sao Paulo, con motivo de los 40 años del golpe contra Allende. Un material que luego sería enriquecido con los hallazgos en los archivos de la Cancillería de Chile durante la estadía de Roberto Simon en Santiago, el acervo histórico de Itamaraty y del Archivo Nacional en Brasilia y los documentos del Departamento de Estado, de la CIA y de otras agencias estadounidenses, guardados en los National Archives a los que tuvo acceso durante su permanencia en Washington, ciudad a la que se mudó en 2014.
Según el libro, la intervención de Brasil –en otras palabras, el conjunto de acciones de agentes del Estado brasileño con el objetivo de enflaquecer y subvertir el poder constituido en Chile–, “no fue fruto de acciones episódicas y autónomas de algunos zelotes dentro de la dictadura; fue una política de Estado que pasaba por una cadena de mando, desde la alta burocracia en Brasilia hasta las raíces del sistema”.
El apoyo brasileño al derrocamiento de Allende y a la construcción de la dictadura chilena tuvo “dos motivaciones simultáneas y complementarias”, sostiene el libro. La primera, de orden geopolítico. Sorprendido por el triunfo del socialismo en Chile en las elecciones de septiembre de 1970, el régimen el general Emilio Garrastazu Médici –el tercer presidente de la dictadura militar instaurada en Brasil tras el golpe de 1964 contra el presidente João Goulart- “comenzó a ver al país vecino como una amenaza directa a la seguridad nacional”.
“En el lenguaje del régimen militar, el país que siempre había sido un aliado brasileño se metamorfoseaba en ‘cabeza de puente del comunismo internacional’ en América del Sur, dirigido contra el territorio nacional y para donde supuestamente acudiría un sinnúmero de guerrillas. La dictadura creía que, después de Cuba, había surgido un nuevo polo de la subversión armada en las Américas. De acuerdo con la Casa Militar del Planalto, la sede de la Presidencia de la República, Chile –ahora la ‘segunda república socialista’ de América Latina, decían– serviría de ‘base continental’ y Cuba, de ‘base insular’ para la ‘irradiación de subversión, terrorismo e influencia de Rusia en el hemisferio’. Con un agravante: el territorio chileno no estaba a la deriva en el Caribe, sino extendido en la costa oeste del Cono Sur, muy cerca de Brasil”, se lee en El Brasil de Pinochet.
La segunda motivación central del régimen brasileño para actuar en Chile era de orden interno. Era necesario controlar, espiar y perseguir a millares de opositores que habían transformado Santiago en la capital del exilio brasileño. “A la dictadura brasileña no le bastaba con expulsar a Allende por medio del voto para sofocar el principal foco de oposición al régimen fuera de Brasil. El problema, por cierto, antecedía al gobierno de la Unidad Popular y tenía que ver con la vocación del país por la tolerancia política y el refugio”, señala el libro.
Intervención en tres tiempos
Según el texto, cronológicamente, la intervención brasileña aconteció en tres tiempos: primero, con la victoria de Allende; segundo, en el momento del golpe de 1973, cuando Médici concedió “total apoyo” a Pinochet y a la construcción de la nueva dictadura; y, finalmente, con la consolidación del nuevo régimen y la solución del “problema chileno” para los brasileños, cuando el sucesor de Médici, el general Ernesto Geisel, decidió reducir la excesiva proximidad de Brasil con Chile de modo general, y con la figura de Pinochet en particular, aunque continuara apoyando al régimen chileno “de modo subterráneo”.
“El hábitat natural de la intervención brasileña en Chile era el subterráneo. En él, Brasil se entrelazaría con grupos chilenos de extrema derecha, incluyendo el neofascista Patria y Libertad; se prepararía para una guerra civil en Chile; coordinaría acciones con militares que preparaban el golpe; lideraría una campaña regional para aislar a Allende; infiltraría la comunidad de exiliados brasileños; daría garantías a conspiradores contra las ambiciones territoriales del régimen peruano. Depuesto el gobierno socialista chileno, la dictadura brasileña ayudaría en la consolidación de un régimen militar en Santiago, sea vendiendo armamento, entrenando agentes de la represión chilena o protegiendo al vecino sudamericano en foros internacionales”, detalla el texto.
Al respecto, Roberto Simon comenta a La Tercera: “En septiembre de 1970, la dictadura brasileña había concluido que la elección de Allende era la más importante victoria del comunismo internacional en América Latina desde la revolución cubana –según la CIA, en aquellos meses, Médici se refirió al presidente saliente, el democratacristiano Eduardo Frei Montalva como “el Kerenski chileno”, en alusión al primer ministro ruso que, al ayudar a colapsar el imperio zarista, abrió el camino al bolchevique- y una amenaza directa al régimen creado en Brasil en 1964″.
Y agrega: “En ese contexto, el embajador de Brasil en Santiago, António Cândido da Câmara Canto, recibió instrucciones para mapear y apoyar a oficiales de las Fuerzas Armadas que podrían impedir la ascensión de Allende. Câmara Canto tenía una relación muy próxima a varios generales y llegó a dos conclusiones. La primera: tras el acuerdo entre Allende y la Democracia Cristiana, los militares no tenían condiciones de bloquear a Allende. La segunda, en sus palabras: ‘Temprano o tarde, tendrán que tomar una actitud drástica’. Los brasileños decidieron aguardar, en cuanto el gobierno estadounidense de Richard Nixon –a través de la CIA– apoyó la operación que terminó con la muerte del general René Schneider”, en octubre de 1970.
“Documentos disponibles indican que Brasil y Estados Unidos conspiraron de forma separada contra Allende, si bien intercambiaron informaciones y, tal vez, auxilio material de modo puntual”, señala el libro, el cual destaca que “Brasil era mucho más un socio, dispuesto a ayudar a instigar un golpe militar, y no un funcionario orientado por Washington para sepultar la democracia en Chile”.
Al respecto, el libro cita una conversación entre Médici y Nixon, de diciembre de 1971, en Washington. “‘Allende será derrocado por los mismos motivos por los cuales João Goulart cayó en Brasil’, respondió sin ambages el visitante brasileño. Nixon quiso saber más: ‘¿Pero usted piensa que las Fuerzas Armadas chilenas son capaces de derrocarlo?’”.
“La respuesta fue la siguiente: El presidente Médici dijo pensar que (los militares de Chile) eran capaces, completando que Brasil intercambiaba muchos oficiales con los chilenos, y dejó claro que Brasil estaba trabajando para ese fin (un golpe en Chile). El presidente (Nixon) dijo que era muy importante que Brasil y Estados Unidos trabajaran lado a lado en ese campo. Nosotros (Estados Unidos) no podríamos asumir el liderazgo, pero si los brasileños piensan que hay algo en que pudiéramos ayudar en esa área, le gustaría que el presidente Médici le avisara. Si dinero u otra ayuda discreta fueran necesarios, nosotros podríamos proporcionarlo. Eso debería ser mantenido bajo el máximo sigilo. Pero deberíamos impedir nuevos Allendes y Castros e intentar, donde fuera posible, revertir esas tendencias”.
El pedido de Sergio Onofre Jarpa
Dos meses antes de ese encuentro en la capital estadounidense entre Nixon y Médici, El Brasil de Pinochet da cuenta de otro episodio, esta vez en Santiago. “El presidente del Partido Nacional, Sergio Onofre Jarpa, golpeó a la puerta de la embajada brasileña en Santiago en septiembre de 1971. De nuevo quería ayuda. La primera vez, días antes de la victoria de Salvador Allende en las urnas, dos emisarios suyos pidieron que Brasil sirviera de canal secreto para un mensaje al entonces jefe de las Fuerzas Armadas argentinas (y futuro presidente) Lanusse. Ahora el pedido era aún más comprometedor. ‘Después de muchos circunloquios’ en la conversación, según contó el embajador Câmara Canto, el líder del principal partido de la derecha de Chile llegó al punto: quería que la dictadura brasileña le diera dinero para comprar armas contra Allende”.
Ya una vez consumado la asonada del 11 de septiembre de 1973, el libro señala que “Câmara Canto fue informado incluso del nombre del general que comandaría las Fuerzas Armadas chilenas después de ese golpe, si bien mantuvo protegida la información en sus comunicaciones escritas”.
Durante esa jornada, “a los que lo llamaban, Câmara Canto proclamaba: ‘Ganamos’”. “Al final de la tarde, mientras el cuerpo de Allende era llevado al Hospital Militar de la capital para pasar por su primera autopsia, el embajador brasileño tomó el coche oficial y salió del complejo Errázuriz. Los disparos en las calles continuaban, pero Câmara Canto siguió en el asiento de atrás del Mercedes Benz negro de la misión brasileña, rumbo a la Escuela Militar, donde los líderes del golpe se abrazaban emocionados e intercambiaban planes sobre el Chile libre de Allende. En el código de la diplomacia, la visita del embajador a los nuevos dueños del poder significaba que Brasil, tácitamente, reconocía al recién nacido gobierno chileno”, se lee en el texto.
“La presencia en la Escuela Militar le valdría al embajador brasileño el apodo de ‘el quinto miembro de la junta militar chilena’. Meses después, Pinochet recordaba en una entrevista a la revista chilena Ercilla: ‘Todavía estábamos disparando cuando llegó el embajador brasileño y nos comunicó el reconocimiento’”.
Roberto Simon dice a La Tercera que “inmediatamente tras el golpe de 1973, Brasil se convirtió en el gran abogado del régimen de Pinochet en el ámbito de la diplomacia global. En aquel momento, EE.UU. intentaba mantener distancia públicamente de Pinochet para evitar acusaciones de participación en el golpe. La dictadura brasileña tomó el camino opuesto: fue el primer país en reconocer el régimen militar chileno, pasó a ser el gran defensor público de Chile en los foros internacionales –al punto que el embajador de Brasil en la ONU escribía parte de los discursos de su colega chileno– e hizo un lobby intenso junto a países europeos, como Alemania y Reino Unido, contra cualquier política de aislamiento a Chile”.
Según se afirma en El Brasil de Pinochet, “la idea era hacer repercutir en el mundo un mensaje inequívoco de apoyo, reforzado con más de cincuenta toneladas de víveres que el presidente Médici despachó a toda prisa para Santiago, en cuatro aviones militares. Un mes y cuatro días después del golpe, agentes de la inteligencia brasileña ya actuaban en el interior del Estadio Nacional. Con el intercambio entre los sótanos y la venta de armas a la junta chilena, Brasil se transformó en uno de los puntos de apoyo para el montaje de la máquina de represión de Pinochet. De vuelta al espacio público, la dictadura cuidó de la defensa de su hermana menor en foros internacionales, como la ONU, y le ofreció un paquete de préstamos a intereses bajos, que totalizaban 220 millones de dólares (o 1,2 billones en valores actuales), además de crédito para comprar armas en Brasil. El régimen militar puso en juego todo su peso para viabilizar y legitimar el consulado de Pinochet”.
Del entusiasmo a la cautela
Sin embargo, para marzo de 1974, cuando Geisel reemplaza en el poder a Médici, el nuevo gobernante decide reducir la excesiva proximidad de Brasil con Chile de modo general, y con la figura de Pinochet en particular. “Geisel inició ese movimiento antes incluso de asumir el poder, cuando sus asesores pidieron al embajador chileno en Brasilia, el almirante Hernán Cubillos Leiva, que Pinochet no fuera a Brasil para la asunción de Geisel. Cubillos incluso envió un comunicado secreto a Santiago con la recomendación a Pinochet de no viajar a Brasil. Geisel llegaba al poder con la promesa de ‘apertura lenta, gradual y segura’ del régimen brasileño y no quería la presencia de Pinochet, que en aquel momento era la encarnación del problema de las violaciones de los derechos humanos en el Cono Sur”, explica Roberto Simon.
Pinochet ignoró el pedido de los brasileños y su primer viaje internacional fue a Brasil para la inauguración de Geisel. El gobierno brasileño quería mantener contactos estrechos con Chile -fue en esa época que Brasil entrenó a decenas de agentes de la DINA-. Pero quería también evitar una asociación publica con la figura de Pinochet, considerando todo lo que pasaba en Chile”, concluye el periodista brasileño.
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