Mientras los católicos nicaragüenses se preparaban para el Domingo de Pascua, la represión del gobierno contra sus críticos alcanzó las celebraciones de la Semana Santa, que tendrán que llevarse a cabo a puerta cerrada, ya que los lazos entre la Iglesia y el presidente Daniel Ortega siguen siendo muy tensos.
El mes pasado, el mandatario rompió relaciones con el Vaticano en una escalada de su confrontación con el clero católico, luego de los comentarios del Papa Francisco que describieron a su gestión como una “dictadura grosera”.
En febrero, funcionarios judiciales cercanos a Ortega sentenciaron al obispo católico Rolando Álvarez, un crítico abierto del Gobierno, a 26 años de prisión luego de que fuera condenado por traición y otros cargos, un día después de que el clérigo se negara a ser expulsado a Estados Unidos.
La postura de Ortega contra la iglesia, incluidas las órdenes de la policía de prohibir las procesiones callejeras de Semana Santa este año debido a preocupaciones de seguridad no especificadas, se ha enfrentado con una mezcla de miedo y determinación entre los católicos de la nación.
“Lo importante es vivir la fe, ahí estaré en mi iglesia y no dejaré solo a mi sacerdote”, aseguró María Flores, quien señaló que la procesión de esta semana, cuando los cristianos de todo el mundo conmemoran la crucifixión de Jesús, será la primera vez en más de cuatro décadas que se perderá.
El gobierno nicaragüense no respondió inmediatamente a una solicitud de comentarios.
Eliseo Núñez, un analista político exiliado en la vecina Costa Rica, dijo que las autoridades prohibieron las procesiones para sofocar la perspectiva de más disturbios. “Viven con miedo y por eso imponen el terror”, aseveró.