La guerra en Ucrania sigue evocando a la Primera Guerra Mundial.
Rusia fue acusada por Estados Unidos el miércoles 1 de mayo de utilizar cloropicrina como arma química, algo que ya había hecho durante el conflicto de 1914 a 1918.
Los rusos fueron incluso los primeros en utilizar este agente químico como arma en 1916, seguidos de los alemanes y los franceses.
De los campos de batalla a la agricultura, y viceversa
Casi 110 años después, ¿más de lo mismo? Washington “ha determinado que Rusia utilizó el arma química cloropicrina contra las fuerzas armadas ucranianas en violación de la Convención sobre Armas Químicas”, según el Departamento de Estado estadounidense. Sin embargo, Estados Unidos no ha respaldado sus acusaciones con pruebas directas, y Rusia, signataria de la convención internacional, siempre ha negado haber utilizado armas químicas en el campo de batalla.
No es la primera vez que se acusa al ejército ruso de atacar a soldados ucranianos con este agente químico. Ya en febrero, Kiev afirmó que Rusia había utilizado granadas llenas de cloropicrina en 229 ocasiones desde el inicio de la gran ofensiva rusa en febrero de 2022.
La cloropicrina es “un agente químico de la familia de los irritantes cuyos efectos se conocen desde hace mucho tiempo”, señala Alastair Hay, toxicólogo de la Universidad de Leeds. Su elevada toxicidad lo ha convertido en un herbicida y pesticida muy solicitado en la agricultura para deshacerse tanto de las malas hierbas como de ciertos roedores.
Mortal en dosis muy altas
En el campo de batalla, la cloropicrina puede considerarse un arma de dispersión. Sus efectos son similares a los de los aerosoles de pimienta u otros gases lacrimógenos utilizados por la policía contra los manifestantes. La cloropicrina “irrita mucho los ojos, la nariz y la garganta”, afirma Wayne Carter, toxicólogo de la Universidad de Nottingham.
Los efectos no se detienen ahí. “En dosis elevadas, la cloropicrina provoca desorientación en los sujetos expuestos y también puede provocar vómitos”, afirma Richard Parsons, toxicólogo del King’s College de Londres.
El compuesto químico había mostrado otras ventajas en el siglo pasado. “Durante la Primera Guerra Mundial, la cloropicrina se utilizó para obligar a los soldados enemigos a quitarse las máscaras antigás”, explica Rob Chilcott, jefe del departamento de toxicología de la Universidad de Hertfordshire, al norte de Londres. El gas no era bloqueado por los filtros de las máscaras, y sus efectos -llanto, tos muy fuerte y luego vómitos- hacían que los soldados se quitaran la protección. Con la cara descubierta, corrían el riesgo de exponerse a otras armas químicas más peligrosas, como el gas mostaza.
“También es un compuesto mucho más peligroso que el gas lacrimógeno: en dosis muy altas, puede causar daños a largo plazo o incluso ser mortal”, afirma Wayne Carter. La cloropicrina ataca en profundidad a los pulmones. “Llega a esta parte del cuerpo con bastante rapidez y puede causar un edema pulmonar como daño secundario”, explica Rob Chilcott. Si una persona se expone a una concentración elevada de cloropicrina en el aire, corre el riesgo de morir en unos veinte minutos.
En otras palabras, una granada llena de esta sustancia que explotara en un espacio sin ventanas sería con toda probabilidad mortal para los ocupantes de la habitación.
Sin antídoto
Como cualquier gas irritante, su principal objetivo en el campo de batalla es despejar el camino antes de la llegada de la infantería. “Por ejemplo, para hacer huir a los enemigos de las trincheras, es sin duda una solución eficaz”, admite Rob Chilcott. Pero “hay otros gases lacrimógenos menos peligrosos que pueden producir el mismo resultado. Si Rusia utilizó realmente esta arma, fue también para herir y debilitar al enemigo”, señala Alastair Hay.
“Si los síntomas principales aparecen muy rápidamente, los efectos secundarios pueden desarrollarse más tarde”, afirma Richard Parsons. En teoría, los soldados expuestos deben ser retirados del campo de batalla para su observación. “Si la persona sobrevive a las primeras 48 horas tras la exposición, debería recuperarse totalmente”, afirma Rob Chilcott.
El problema es que “no hay antídoto. Lo primero que hay que hacer es lavar las zonas expuestas y, si la persona tiene problemas para respirar, suministrarle oxígeno lo antes posible”, subraya Richard Parsons. Después, para favorecer la remisión, “se puede utilizar una mezcla de corticoides y broncodilatadores (como los que utilizan los enfermos de asma en los inhaladores, nota del editor)”, explica Rob Chilcott.
“Contra ejércitos no preparados, se trata de un arma química que, en términos de eficacia y peligrosidad, puntuaría con un 8 sobre 10″, afirma este experto. No sería de extrañar que el ejército ruso, que actualmente intenta romper las líneas de defensa ucranianas, se hubiera visto tentado por la cloropicrina. Sobre todo porque, para un país sometido a drásticas sanciones económicas, se trata de un arma química relativamente fácil de fabricar, según todos los expertos entrevistados.
No obstante, “Rusia se arriesga mucho si realmente utilizó este compuesto en Ucrania”, afirma Alastair Hay. Moscú firmó la Convención sobre Armas Químicas en 1997 y “siempre se ha jactado de haber eliminado su arsenal de armas químicas”, señala.
Los rusos ya eran sospechosos, desde el envenenamiento con Novichok de Sergei Skripal en 2018, de dirigir un programa ilegal de armas químicas. Si se demuestra la exposición de soldados ucranianos a la cloropicrina, Rusia se convertiría en la única gran potencia militar que ha sido sorprendida in fraganti con armas prohibidas. Y, según explican los expertos entrevistados, es muy fácil detectar restos de cloropicrina en un laboratorio.