Por Augusto Álvarez Rodrich, economista y periodista peruano
Nuestro querido poeta Martín Adán dijo en 1948 que “el Perú ha vuelto a la normalidad” cuando el general Manuel Odría lideró un golpe de Estado, y se le recordó ayer cuando Pedro Castillo anunció al mediodía un golpe que emulaba al de Alberto Fujimori del 5 de abril de 1992.
Pero el golpe de Castillo fue uno de los más breves de la historia peruana, y su fracaso, una de las expresiones más grotescas que resume su Presidencia de año y medio: no supo gobernar por su mediocridad; no supo robar: a diferencia de varias administraciones previas, dejaba la pistola humeante tras cada atraco al erario; no supo golpear, pues hasta su golpe fue un mamarracho del cual se bajaron inmediatamente hasta los integrantes más vulgarmente adulones de su régimen; y ni pudo escapar, pues quedó atrapado en el infernal tráfico de Lima por la tarde, donde fue detenido en flagrancia al disolver el Congreso de manera irregular, por lo que podría pasar 20 años en cárcel.
Castillo recordó, también, a esa estupenda película de los inicios de Woody Allen, traducida al español como Robó, huyó y lo pescaron, solo que él también golpeó con la misma torpeza.
Su golpe fue un suicidio político pues en el Congreso no había los 87 votos requeridos para vacarlo por la corrupción —y mediocridad— de su gobierno, que bien lo justificaba, aunque quizá fue, al mismo tiempo, consecuencia de la desesperación por el reconocimiento de culpabilidad por todas las denuncias sólidas sobre el asalto al Estado lanzado por él y su familia.
Pero la desorganización tragicómica del golpe y de la fuga fue, en el fondo, la mayor —y la última— expresión de un gobierno que fue un mamarracho.
Lo bueno es que el golpe terminó de manera pacífica, sin vidas que lamentar, y con la constatación de que aún la fragilidad institucional peruana soportó a las hordas que asaltaron el poder en el último año y medio. Lo malo fue la complicidad de la diplomacia peruana de Torre Tagle y la OEA con la corrupción, y el descalabro de la izquierda, pues el Perú la requiere.
La posta la toma Dina Boluarte —la sexta presidente en siete años—, quien debe darse cuenta de que no ha recibido un cheque en blanco: o lanza un adelanto electoral para dentro de un año, con reforma política previa, o tendrá el mismo destino del fracaso de Castillo.
(Columna de hoy publicada en el diario peruano La República, donde el autor escribe una columna diaria sobre política)