Columna de Enrique Krauze: Monocracias
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Por Enrique Krauze, historiador y escritor mexicano
Súbitamente, los regímenes populistas se vuelven apasionados de la etimología. Se llenan la boca con el origen de la palabra democracia (demos = pueblo, cratos = poder). Pero son todo menos democráticos. Lo que Trump y Orban representan (y Chávez o AMLO han encarnado), es una combinación de monocracia (el gobierno de uno), kakistocracia (kàkisto = el peor), término que comenzó a usarse en la Inglaterra del siglo XVII para designar el gobierno de los peores, y oclocracia (de oclos = muchedumbre), concepto acuñado por el historiador griego Polibio en sus Historias (200 a. C.) para describir la extrema degeneración de la democracia provocada por la demagogia (demos = pueblo, ágo = yo conduzco). Los griegos hubiesen repudiado a los populistas tanto como a los tiranos (Maduro, Putin, Díaz Canel, etc.).
Basta revisar la historia. Para prevenir esos y otros engendros derivados de la ambición de poder aunada a la manipulación de las masas, la democracia ateniense inventó y puso en práctica tres conceptos jurídicos: Dokimasia, Grafé paranomon y Ostrakismo.
La Dokimasia imponía un filtro último para impedir que ciudadanos poco calificados, poco afectos a cumplir con las leyes, ocuparan un cargo público. El funcionario que resultaba inculpado corría el riesgo de sufrir penas severas. Incluso durante su mandato, la Asamblea podía destituirlo.
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Grafé paranomon era una acción de inconstitucionalidad frente a una ley que contradijese a otra previa. Su interés era doble: otorgar un mecanismo de revisión ante una propuesta dudosa, y derogar una ley ya aprobada pero que afectaba a la ciudadanía. Si era el caso, se retiraba la ley y se castigaba a quien la había propuesto con una altísima multa transmisible a su descendencia.
Mediante el Ostrakismo, Atenas exiliaba de la vida pública por una década a los líderes que consideraba sospechosos de buscar un poder excesivo a partir de sus cargos. El nombre proviene de palabra óstrakon, que era el fragmento de cerámica o arcilla sobre el cual se escribía el nombre de los sujetos al proceso.
Este juicio se llevaba a cabo una vez al año, durante la mitad del invierno. Comprendía dos votaciones sucesivas, una en la colina de Pnyx de la Asamblea de Atenas (Ekklesía), otra en el Ágora, donde los ciudadanos escribían el nombre del acusado en el óstrakon. Si lo decidía la mayoría, la condena era el exilio. El inculpado tenía un margen de diez días para abandonar la ciudad. Durante una década no podía ejercer cargo público o participar en asuntos del Estado, tanto al interior como en el extranjero. La pena por ostracismo no implicaba la requisición de sus bienes o rentas. Cumplida la condena, el sujeto volvía a recuperar sus derechos políticos.
En el 485 a. C. los atenienses impusieron el ostracismo a Jantipo (nada menos que el padre de Pericles) por “tener demasiado poder”. Poco después, lo sufrió el heroico Arístides. A pesar de la pena, antes de cumplirse la década, Jantipo y Arístides volvieron a Atenas para enfrentar la invasión persa. Ni siquiera Temístocles, vencedor de los persas, se libró del ostracismo en 470 a. C. por recibir un soborno.
En México, los obedientes operadores de la monocracia merecerían sufrir las tres penas de la democracia griega. Desde hace años debieron ser destituidos de sus funciones por entronizar la ineptitud, corrupción, nepotismo, despilfarro, irresponsabilidad. Del mismo modo debían haber sufrido multas por haber impuesto, con métodos demagógicos, leyes no solo contrarias al interés público sino destructivas del orden republicano y democrático. Pero sobre todas las cosas merecerían el ostracismo, no por una década sino de aquí a la eternidad. Han engañado al pueblo y abusado del poder como nunca antes en nuestra historia.
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Esa es la realidad mexicana. Pero la historia es una escritura indescifrable. Desde el 1 de diciembre de 2024, el gobierno de Sheinbaum continúa fielmente al libreto de AMLO pero éste vive en un misterioso ostracismo. ¿Los augures griegos vuelan sobre México?
En cuanto a Trump, le han bastado unas semanas para ostentar su desprecio hacia los valores republicanos y democráticos que fundaron a su país y mostrarse como lo que es: un monócrata, kakistócrata, olóctata que ha corrompido la democracia de su país con su vulgar e ignorante demagogia. Pero sería insultar a los griegos trazando hasta ellos el perfil de Trump quien, en realidad, corresponde a las etapas más oscuras del imperio romano. Desde su primer mandato era claro que Trump amenazaba con rebasar a todos los populistas de la historia debido a su uso de los medios. Este Calígula en Twitter se volvió la noticia de la semana, del día, del minuto. Su adicción era y sigue siendo progresiva, incurable y mortal. Lo malo es que se trata del presidente de Estados Unidos y su delirio contagia, afecta y desquicia al mundo.
No preveo para Trump un fin como el de Calígula. Pero confío en las reservas históricas y morales de Estados Unidos y Occidente (heredadas de Grecia) para que, más temprano que tarde, enfrente el ostracismo.
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